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La ciudad, nosotros

En plena dictadura, el Grupo de Estudios Urbanos (Geu) alertó a la sociedad uruguaya sobre la agresión depredadora que sufría Montevideo. Lo que le ocurría a la ciudad capital se convirtió a su vez en representación y metáfora de un país malherido, pero su propia sustancia sigue vigente, más allá de la representación, y la metáfora.

En octubre de 1979 un decreto gubernamental había desafectado a más de 57 inmuebles y conjuntos urbanos en su calidad de monumentos históricos nacionales. Como si el estrechamiento de los derechos inherentes a la condición de ciudadano que se vivía entonces encontrara su correlato en lo referente al patrimonio arquitectónico heredado. En la Ciudad Vieja de Montevideo se derribaron sin ton ni son –y sobre todo sin consideración– edificios de larga data y mayor valor histórico y patrimonial, al punto que quedó derruido el 12 por ciento del área del casco antiguo. Todo eso al mismo tiempo que la liberación de los alquileres, el auge especulativo, la rentabilidad asegurada a los capitales extranjeros, entre otros factores, alimentaban aquel llamado boom de la construcción que en nada benefició a la mayoría de la población, cuyas condiciones de alojamiento, en amplios sectores, se vio seriamente deteriorada.

Pero 1980, con el rechazo ciudadano al plebiscito de reforma constitucional impulsado por la dictadura, significó, en todos los frentes que la resistían, un echarse a andar. Y fue a mediados de ese año que, con el fin de realizar un audiovisual para ser presentado en el Congreso de Preservación del Patrimonio Arquitectónico y Urbanístico Americano –que se llevaría a cabo en Buenos Aires en noviembre–, se constituyó el Geu. En torno a la figura de Mariano Arana, arquitecto, profesor e investigador de la arquitectura, un entusiasta grupo de estudiantes y profesionales jóvenes1 elaboró entonces el audiovisual Una ciudad sin memoria. Dedicado “a los hombres y mujeres que la crean con su trabajo y la pueblan con sus sueños”, y con una frase de Graziano Gasparini como prefacio (“La conservación de los monumentos del pasado no pretende ser refugio de la nostalgia, es una exigencia del hombre moderno y puede ser llevada a cabo sólo en el cuadro de la ciudad nueva en función y no en antítesis con ella”), el sentido y técnicamente muy modesto documental, elaborado con base en fotos y textos, rebasó rápidamente el ámbito académico y disciplinario y fue presentado en parroquias, clubes de barrio, escuelas, asociaciones culturales. Pero si bien la mayor convocatoria correspondió a los audiovisuales –en 1983 vería la luz ¿A quién le importa la ciudad?–, el trabajo del grupo no se detuvo. Una ciudad sin memoria fue publicado como libro por Banda Oriental en 1983, mientras el Geu se multiplicaba elaborando afiches, postales y guías de Montevideo, propuestas de rehabilitación –para la Ciudad Vieja, para viviendas antiguas de esa zona destinadas a población de bajos recursos allí afincada, para los barrios Reus Norte y Sur, artículos y ensayos en diarios y revistas internacionales, exposiciones, etcétera–. En ese proceso también le tocó, desde 1981, la renovación a la Sociedad de Arquitectos del Uruguay (Sau), se hicieron dos congresos nacionales sobre la problemática de la vivienda, prestigiosos arquitectos extranjeros –Giancarlo di Carlo, Aldo Rossi, Giorgio Lombardi, Jorge Enrique Hardoy, entre otros– visitaron el país, y en 1982 se creó la Comisión Especial Permanente de la Ciudad Vieja, iniciando a nivel institucional un camino que, informes, comisiones especiales y planes mediante, continúa –con altibajos– hasta hoy.

A tres décadas de la fermental experiencia del Geu, dos arquitectos y un sociólogo –Andrés Mazzini, Fernando Giordano y Gustavo Leal, los dos primeros integrantes del grupo– escribieron un ensayo que la evoca y reflexiona sobre ella, desde las necesidades y los retos de hoy. El trabajo fue merecedor del premio Julio Vilamajó en la categoría Mutaciones de Significado, y fue editado por la Facultad de Arquitectura y Ediciones Mcv. El ensayo comprende tres capítulos, siendo el primero, desarrollado en siete partes, el que se ocupa de la historia y los conceptos manejados por el Geu, mientras el segundo recoge comentarios calificados (de Jorge Abbondanza, Agustín Canzani, Nery González, Ramón Gutiérrez, Alicia Migdal, Gabriel Peluffo Linari, Marcelo Pereira, Conrado Pintos, José Rilla, Gustavo Remedi y Alberto Valenti), y el tercero es una entrevista a Mariano Arana, que prolonga y profundiza las informaciones y conceptos expresados en el capítulo primero. El libro contiene además una presentación del premio Vilamajó por el arquitecto Gustavo Scheps –quien también firma “Apuntes a partir de un fallo”–, un prólogo por cada uno de los autores del ensayo y un CD conteniendo un archivo de documentos sobre el trabajo del Geu, los textos de los audiovisuales y –según mi máquina–, completo, uno de ellos: ¿A quién le importa la ciudad?

Es justicia. Nunca antes y nunca después salió a las calles, a la atención colectiva, un asunto que –lamentablemente, porque sus concreciones y decisiones afectan siempre la vida de mucha gente– suele dirimirse en ámbitos académicos y oficinas gubernamentales.

CIUDAD, CIUDAD. Es indudable que fue a partir de la movilización del Geu y los cambios asumidos por (parte de) la grey profesional que el patrimonio como concepto adquirió dimensiones y connotaciones impensadas hasta entonces, y, en el buen sentido, se popularizó. El Geu –escribe Jorge Abbondanza– “puede ser mirado hoy –30 años después– como el responsable de haber despertado la conciencia patrimonial de los montevideanos sobre la ciudad donde viven, y el generador de un espíritu de lucha para pelear por los signos de valor que no han sucumbido”.

¿Y cómo ocurrió aquello? Se estima que entre 1981 y 1985 Una ciudad sin memoria y ¿A quién le importa la ciudad? tuvieron más de 300 exhibiciones en Montevideo, el Interior y en otros países, como Brasil, Argentina, Francia e Italia. Las proyecciones de los audiovisuales se continuaban en un diálogo abierto con el público, y se juntaban firmas para derogar el citado decreto de octubre de 1979. Hay que recordar que todo esto sucedía en medio de ingentes dificultades para propagar determinadas actividades, y en esos años de acallamiento de toda voz opositora, no fueron muchos los medios que replicaron la movilización del Geu. Entre los que sí lo hicieron –aportes que expresamente cita este libro– estuvieron Alicia Migdal en La Semana, suplemento cultural del diario El Día, Mercedes Sayagués en Opinar, la revista La Plaza de las Piedras, el semanario Jaque y las radios Emisora del Palacio y CX 30, así como los recintos brindados por el Claeh, la Alianza Francesa y la Iglesia de los Conventuales, donde solían tener lugar las actividades del grupo.

Lo extraordinario, aún hoy –y sobre todo hoy–, es cómo los audiovisuales y la prédica del Geu lograron abatir la barrera de indiferencia que tradicionalmente separa las inquietudes académicas y artísticas del común de la población. Seguramente sucedió, como escribe Gustavo Remedi, que “la restauración democrática, la desajenación, se visualiza como un ‘renacimiento ciudadano’, como un ‘volver a la vida’ (urbana) y como un ‘reapropiarse de la ciudad’”. Seguramente, también, pesó para muchos la posibilidad de identificar en un daño concreto, irrefutable, visible –el daño al patrimonio y a la ciudad en su conjunto– el infligido al país todo por los años autoritarios. Seguramente aquel pacto boca a boca con alma de resistencia, como acontecía con ciertas actividades teatrales, cinematográficas y musicales, se extendió a las actividades del Geu, y, como escribe Nery González: “Todos sabían que participar en una cooperativa de vivienda era ‘algo más’ que resolver un problema habitacional. También era ‘algo más’ el participar de la proyección de un audiovisual que un grupo de muy jóvenes arquitectos liderados por un profesor e investigador de justo prestigio, Mariano Arana, hacía circular por la ciudad, interpelando justamente, respecto de la pérdida de memoria de un escenario construido por generaciones, a la necesidad de rescatar valores de identidad que esa amnesia inducida provocaba (…) y a decir ‘a mí me importa y no lo callo’”. Hay sin embargo un matiz a esa –cierta y emocionante– vocación de resistencia, que ubica y pone en contexto la extraordinaria experiencia del Geu. Marcelo Pereira anota en su artículo que el trabajo del grupo “no se opuso al discurso dictatorial sobre un ‘nuevo Uruguay’ con un mero impulso de resistencia y restauración, sino que propuso un enfoque integral y articulador de diversidades, que cultivaba la sinergia entre valores del pasado, derechos del presente e innovación inteligente, respetuosa de unos y de otros, para la apertura hacia el futuro. Mientras el despotismo, maniqueo y arbitrario, se autoproclamaba como iniciador de un cambio irreversible, el Geu reconoció y afrontó sin temor la existencia inevitable de luces, sombras, conflictos y tensiones en el ayer, el hoy y el mañana, e invitó a hacerse cargo colectivamente de su armonización progresista”.

Quizá ese “colectivamente” sea una de las claves de la sorprendente convocatoria. El Geu empezó su trabajo reivindicando la memoria de Montevideo, atacada por las demoliciones. Pero la memoria no como ejercicio de nostalgia sino como necesidad. El discurso del grupo, expresado a su nivel más popular en los dos audiovisuales, buscaba incluir: en el sentido del tiempo, en el sentido de las concreciones materiales, en el sentido, sobre todo, de las personas. Véase la primera parte del texto de ¿A quién le importa la ciudad?: “La ciudad es algo más que la mera suma de sus edificios, calles y plazas. La ciudad es un ser vivo (…) la ciudad tiene ojos que ven, oídos que oyen. Son nuestros ojos, nuestros oídos. La ciudad habla nuestro lenguaje. Cuando la describimos nos describimos nosotros mismos, nuestra historia, nuestro modo de ser, nuestras necesidades, nuestras aspiraciones, nuestros deseos (Ulrich Conrads)”. Y después de esa cita inaugural, continúa: “Montevideo, como toda ciudad, es sobre todo su gente, sus formas de vida, sus usos, su dinámica, su cambio. Montevideo es también lugar de trabajo, de concentración industrial, de intercambio económico. La ciudad resulta incomprensible sin su región inmediata, sin el país todo que la explica y fundamenta. En la ciudad la historia deja sus huellas (…). La ciudad es concreción de lo nuevo, a la vez que sustento de memoria colectiva. La ciudad es permanencia de pasado, afirmación de presente y proyección de futuro. Con la ciudad nos identificamos y en ella nos reconocemos (…). Montevideo es el sitio, el paisaje, el edificio, el monumento. La ciudad es la sorpresa, el elemento imprevisto y también el recuerdo, el mito, la imaginación creadora. La ciudad como construcción colectiva es reflejo y ámbito de sentimientos compartidos, de potencialidades diversas (…), de aspiraciones comunes (…), de intereses encontrados (…). Y fundamentalmente, la ciudad es un lugar para vivir.

La ciudad es una y múltiple. Montevideo es uno y múltiple (…). En cada barrio se expresan diferentes modalidades de convivencia. Cada barrio es Montevideo y la ciudad los unifica, los conjuga, los vertebra (…). Pero la ciudad se transforma y nosotros con ella. Lo que ocurre en la ciudad nos ocurre también a nosotros”.

Tal como lo analiza detalladamente, con antecedentes y referencias, el capítulo 1 de esta publicación, la conceptualización del Geu ahondó en la idea de “proceso” para encarar y comprender la naturaleza del fenómeno urbano, idea que incluye los cambios en lo físico y material, pero también lo intangible, los significados. Un proceso donde se inserta el trabajo mismo del grupo, en tensión, conflicto o armonía con las diferentes formas de intervenir la ciudad desde lo público y lo privado, pero reclamando la pluralidad: “la coexistencia de actividades y conformaciones espaciales, la plurifuncionalidad, la proximidad de distintos grupos sociales, de formas de vida diversas, en contraposición a la homogeneidad, la segregación, la monotonía y la excesiva especialización funcional”. No hay caso, este es un país de permanencias: todos esos reclamos tienen vigencia, hoy, cuando los grupos sociales se distancian –y se temen– a niveles entonces impensados, cuando la segregación es la regla y la coexistencia de actividades y conformaciones espaciales no es que hayan de­saparecido del todo –¡bendición a la rambla y al parque Rodó!–, pero se debilitan cada vez más en razón del temor, la desconfianza y la exclusión.

Estudios urbanos 2

Y PASARON 30 AÑOS. Las tres últimas partes de este capítulo 1 –“Montevideo, la historia reciente”, “Entre la ciudad y la no-ciudad” y “Construir ciudad”– se ocupan de lo acontecido en el país, y sobre todo en esta ciudad, durante los 30 años de restauración democrática. No podía ser de otro modo: si los relatos del Geu se refieren a 25 o 30 años atrás, su espíritu alerta interpela al hoy y al mañana. El “proceso” no se detuvo, muchas cosas buenas se hicieron –y aquí se las reconoce, no a todas–, pero procesos iniciados en dictadura, y aun antes, continuaron, crecieron y, a la luz de todos los cambios nacionales y globales, se afirmaron. Se identifica aquí, por ejemplo, la existencia de tres ciudades en el Montevideo actual: el Montevideo excluido –consolidado luego de tres o cuatro generaciones de pobreza extrema, donde vive entre el 10 y el 15 por ciento de la población–; el Montevideo vulnerable –“la expresión más cabal del entramado social policlasista”, donde viven trabajadores y clases medias, pero afectados por la inseguridad y que progresivamente tienden “a exiliarse de ciertos servicios públicos”, en particular la enseñanza–; y el Montevideo próspero, para cuyos habitantes “el resto de la ciudad es un entorno hostil”. Se recogen más adelante algunos avances en la creación o recuperación de espacios públicos –como la plaza Seregni, las plazas de Casavalle y Tres Ombúes, la renovación del Mercado Agrícola, etcétera–, la actualización del Plan de Ordenamiento Territorial –uno de los logros de la Intendencia de Mariano Arana, que por su especificidad y complejidad el conjunto de la población difícilmente aprecie como debería–, la culminación de lo que hoy es la Torre Ejecutiva, entre varios otros (no figuran, en cambio, la del Auditorio del Sodre ni la renovación del teatro Solís). Todo esto quiere decir que, aunque sin audiovisuales convocantes de ciudadanía, aunque sin diálogos entre técnicos y vecinos, la ciudad, su presente y su destino siguen siendo temas acuciantes. Qué pena que sin diálogos entre técnicos y vecinos.

Si uno lee la otra parte del texto de ¿A quién le importa la ciudad? (“se multiplican las torres, se modifican las calzadas, se trazan autopistas, se construyen grandes conjuntos habitacionales (…). Para ello se suprimen jardines, se talan árboles, se destrozan barrios, se desplaza a la población afincada”), escrito hace 33 años, haciendo las extrapolaciones pertinentes –por ejemplo, no vendrá la topadora a tirar abajo el Mediomundo, pero barrios tradicionalmente integrados expulsan a raudales a quienes ya no pueden afrontar los alquileres que ahí se demandan, y la elitización de esos barrios se da “naturalmente” y sin intervención oficial, o el aumento del parque automotor hasta disparó propuestas de eliminar el cantero de avenida Italia– podrá constatar que el poder del mercado se las arregla para obtener resultados similares a otros poderes, no menos tiránicos pero, al menos, políticamente enfrentables. Tanto desde este texto, digamos, central, como desde los calificados comentaristas, el hoy obsesiona, y también reclama, cada uno a su manera, el “espíritu del Geu” como “referencia iluminadora para encarar los grandes desafíos de la convivencia ciudadana” (Marcelo Pereira).

Mariano Arana, principal animador del grupo, dos veces intendente de Montevideo y una vez ministro de Vivienda, Ordenamiento Territorial y Medio Ambiente, que estuvo por lo tanto en la oposición al error y al horror y en la administración, complejísima, de ambos, en la entrevista que cierra este volumen reconoce que no hay uno sino “múltiples Montevideos”. Después de esa larga, fructífera y siempre contradictoria suma de experiencias, expresa sus deseos y temores con relación a nuestra ciudad: “Mis deseos: que los habitantes de Montevideo –cualquiera sea su origen, formación e ingresos económicos– se sientan seguros y estimulados en y por ella. Mis temores: que no seamos capaces –por incompetencia técnica, por egoísmo o por mezquinas posturas sectoriales– de alcanzar esos propósitos”.

En eso estamos. Deseos y temores, compartidos. Como escribe Gabriel Peluffo: “la larga sombra de la responsabilidad profesional y de la resistencia social que el Geu todavía arroja sobre el presente persiste sobre el actual territorio de la indolencia neoliberal, renovando antiguos desafíos éticos y políticos”. 

  1. Además de Arana, lo integraron Enrique Alonso, Ruben Anduano, Ana Apud, Esther Bañales, Ramiro Bascans, Ricardo Béhéran, Ada Bigot, Mario Bargueño, Teresa Buroni, Carmen Canoura, Walter Castelli, Francesco Comerci, Fernando Giordano, Ana Gravina, Silvia Montero, Andrés Mazzini, Laura Mazzini, Elena Mazzini, Cecilia Lombardo, Mercedes Lucas, Nelson Inda, Enrique Neirotti, Mabel Olivera, María del Pilar Pérez, Gabriel Peluffo, Mario Páez, Lucía Rubio, Lina Sanmartín.

 

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