i) A raíz de una nota recientemente publicada por Gonzalo Giuria en La Diaria (13-X-18), llamada “Intervenciones de viejas garitas policiales impulsadas por el MI generan posturas opuestas”, es que escribo esta columna.
La nota presenta algunas voces sobre la intervención artística de una antigua garita policial (en desuso desde hace muchos años) ubicada en la intersección de Rivera y Julio César. El hecho fue resultado de una iniciativa de participación de la Comisión de Cultura del Concejo Vecinal 5 junto con las familias y alumnos del jardín 305, que se encuentra ubicado frente a la garita.
A partir de esto quisiera destacar algunos puntos centrales (entre otros que aparecen en la nota) con respecto a la ciudad y el espacio público, y que creo importantes para un posible intercambio de ideas:
- La recuperación de edificaciones abandonadas.
- La participación vecinal en decisiones vinculadas a su hábitat y territorio local más cotidiano.
- La intervención artística y el uso del color en muros y obras con valor arquitectónico.
De la misma manera, siempre me parecerá importante escuchar voces que forman parte de expresiones urbanas, como el grafiti o el street art. La discusión general, muchas veces, se centraliza en dos o tres aspectos, y (casi) nunca se contempla la mirada o el aporte de los propios artistas. Podría mencionar rápidamente estos tres tópicos: la arquitectura, el patrimonio y la falta de respeto, gusto, sensibilidad, sentido, comprensión, conocimiento y muchas otras cosas más que se les atribuye a los artistas urbanos con respecto a la ciudad.
Desde mi mirada, estos artistas son aquellos que dan color a la ciudad (¿qué es dar color?), no precisamente los que hacen grafitis y profesan amores a través de muros, sean estos con sentido humano o futbolero. No me detengo tampoco en el grafiti político, que es grafiti y es político, pero no vislumbra ni una pizca de arte. Me quedo con el grafiti que fue decantando en ciudades como Nueva York en los años setenta, ese que luego de unos pocos años también conviviría con lo que algunos dieron en llamar street art.
De antemano, también podría concordar con Laura Alemán, arquitecta e historiadora que fue entrevistada para la mencionada nota, sobre la ausencia de la cultura arquitectónica que en general prevalece en Montevideo, no sólo en algunos de los artistas urbanos que intervienen el espacio público, sumaría también ejemplos desde la gestión pública, del sector privado, de la academia e incluso de los propios arquitectos y arquitectas.
ii) Pienso en la Ciudad Vieja, en La Teja, en el Cerro, en La Aguada, en Palermo y en tantos otros barrios que han sido intervenidos por artistas de grafiti y de street art, y lo bien que les han hecho. Y no sólo me quedo en Montevideo, también podría ver Colonia (no intervinieron la zona histórica, tranquilos todos), el Distrito de Arte Urbano en Punta del Este, o el polo creativo en que se está convirtiendo la Manzana 20, en Mercedes. Para estos artistas la ciudad se constituye como un gran lienzo de intervención, para crear y modificar, para pensar y resignificar. Ese es el gran objetivo: dar otras oportunidades a los lugares perdidos y/u olvidados de la ciudad. Es posible que no siempre guste, a todos nos ha pasado en algún momento. Lo que sí es real es que la ciudad toma vida, muta, se desahoga y vuelve a vivir.
Por estas intervenciones, en ciudades como Montevideo, se vislumbran ignorados espacios públicos de participación, nuevos espacios sociales de intervención y se genera un acercamiento territorial con los barrios que más de uno envidiaría. El arte urbano busca aportar nuevas fisonomías a la ciudad; no siempre lo consigue, es verdad, pero al menos lo intenta y esto no es menor. Lo mismo ocurre con la arquitectura, y es ineludible que el arte urbano tenga roces con ella, pero también es verdad que no siempre sucede.
Y me pregunto: ¿cuál es el problema de subvertir la ciudad con intervenciones artísticas en el espacio público? Y aquí no sólo me detengo en algo puntual del grafiti o el street art, pienso también en galerías a cielo abierto con fotografías, en flashmob, en fiestas barriales (y no sólo en Carnaval), etcétera.
¿Qué es lo que hiere tanto en la intervención de una garita de Policía que desde hace mucho tiempo es más parte de un olvido urbano que de un presente vívido? Muchos encuentros y convenciones de grafiti y de street art han pasado por la ciudad en los últimos años y no he escuchado tantas voces disonantes sobre su aporte a los barrios: dar color, embellecer, o el adjetivo que queramos dar para tranquilizar a nuestra conciencia dormida. Proyectos como Pintó (La Teja, Dolores, entre otros), o el trabajo de colectivos de artistas como Casa Wang son necesarios para la ciudad, y dieron más de un giro a la monotonía de parte de un espacio público que por momentos se vuelve exasperante por su inamovilidad.
iii). No pasa nada. Ni los grafiteros ni los muralistas saldrán un día, como hordas enardecidas, a “ensuciar” la ciudad porque una voz divina les dio el permiso. No todo es ilegal, no todos son seres provocadores cuyo ciego anhelo es llenar de tags los monumentos y los patrimonios, las arquitecturas y sus alrededores. También hay arte, y hay sensibilidad. Hay planificación y luz del día para hacer obra. También hay estudios en Bellas Artes, y profesionales. También hay racionalidad, aunque algunos críticos especulen con eso y prefieran mirar hacia otro costado.
Sin dudas el espacio público actualmente está (re)asumiendo un papel central como lugar expresivo, creativo y de participación del habitante de la ciudad. Ojalá esto no sea sólo por prácticas o acciones institucionalizadas desde el sector público (que bien necesarias e importantes son), sino que también puedan sumarse otras formas de manifestarse artísticamente sin permisos previos. Expresarse y compartir espacios públicos es central para vivir la ciudad en la que uno se encuentra.
* Doctor en gestión de la cultura y el patrimonio por la Universidad de Barcelona. Docente e investigador de la Udelar.