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Juventud(es) e izquierda(s)

Desde la derrota electoral de la izquierda representada por el Frente Amplio (FA) en 2019, uno de los temas en debate es la relación de la fuerza política con las juventudes y con los movimientos sociales. Más allá de la «autocrítica» que saldó el congreso del FA, la discusión sigue abierta, fundamentalmente porque no se ven muchas señales de cambio en la izquierda tradicional. Esto parece reflejarse en la comparación de los resultados del balotaje y los del referéndum, pero también en el transcurso de la campaña: si algo cambió, no se notó en el proceso ni en los resultados. Vale aclarar que por izquierda tradicional me refiero a aquellos actores de izquierda que tradicionalmente han participado de la política institucionalizada: fundamentalmente el FA y el PIT-CNT, pero también otras organizaciones sociales históricas.

Como ejemplo de esta ausencia de cambio –actitud conservadora– pueden mencionarse la decisión de ubicar a cierto publicista al frente de la comunicación de la campaña y la de convocar a un paro general el 8M con la campaña por el Sí como uno de los motivos. Otra muestra elocuente de fricciones dentro del campo popular que no parecen superarse (y por campo popular entiendo la izquierda tradicional y las organizaciones o los movimientos no tradicionales) es el retiro de la Intersocial Feminista de la Comisión Nacional Pro Referéndum.

Con todo, este texto no se propone buscar explicaciones de por qué no ganó el Sí (ni soslaya las valoraciones positivas que pueden hacerse desde el campo popular a pesar del resultado). Lo que este texto se propone es reflexionar sobre la forma en que los jóvenes nos vinculamos con la política y la forma en que los partidos de izquierda (especialmente el FA) se relacionan con los movimientos sociales, desde la perspectiva de un militante joven, de izquierda y del interior. Hay quienes señalan que dicha relación –en particular respecto a los feminismos– llegó a un punto de crisis del que ya no hay retorno, lo que estratégicamente perjudica más a la izquierda institucionalista que a la social: el éxito de aquella depende más de esta que viceversa (aunque, sin duda, es más fácil pedalear en lo plano que en el repecho).

Respecto a las juventudes, parece evidente que sería un error afirmar que los y las jóvenes somos refractarios a la política. Hay jóvenes y juventudes organizadas en los principales partidos y, de hecho, el partido de gobierno parece tener muy clara la importancia de hacer relevos y formar cuadros (aun cuando persiste la demanda de mayor participación en lugares de incidencia y cuando puede señalarse que allí el capital político heredado pesa más que otros factores). Las juventudes han tenido un papel importante recientemente, por ejemplo, los movimientos No a la Baja y No a la Reforma. También vale destacar la victoria del Sí en los circuitos con menor promedio de edad.

Con todo, si el interés juvenil respecto de la política institucionalizada no es mayoritario (en el marco de cierta tendencia general hacia la insatisfacción con la política y sus instituciones), la participación en organizaciones y movimientos sociales es bastante más significativa e, incluso, parece tender al alza. Sin duda, resulta más atractiva la militancia en causas sociales que en proyectos político-partidarios: ¿por qué?. Quizás, a diferencia de otras generaciones, después de 15 años de gobiernos progresistas, el partido –medio para obtener el poder del Estado– ya no se percibe como el «instrumento para los cambios», sino precisamente como una de las tantas cosas que deben ser transformadas. Hay mucho de esto en los desencuentros entre los feminismos y la izquierda partidaria.

En tanto instrumento para acceder al poder, el partido resulta poco atractivo dadas las limitaciones de la política institucional y del Estado para transformar la realidad, fundamentalmente, para transformar la sociedad. Los feminismos –como movimiento social– enseñan que se puede hacer política sin el Estado, sin el partido, sin el sindicato (e, incluso, contra ellos): sin ánimo de caer en determinismos, la acción política del movimiento social, fuera de los marcos institucionales establecidos, puede ser más decisiva en los cambios sociopolíticos que las acciones políticas institucionales. Hay mucho de esto en los sucesos de Chile en los últimos años.

A veces las lógicas políticas son más determinadas por que determinantes de las lógicas sociales. Si aquella vieja teoría del «bloque social» y el «bloque político de los cambios» quiere conservar su vigencia y utilidad en la práctica política del campo popular, habrá que revisar el rol que cada bloque tiene en la articulación y, evidentemente, ampliar el bloque tradicional. Mientras la izquierda institucionalista siga pretendiendo marcarle la agenda al movimiento social, seguirán los desencuentros y se debilitarán las luchas del campo popular. Solo se podrán lograr grandes transformaciones cuando la izquierda institucionalista abandone la pretensión de encauzar en los marcos institucionales establecidos las expresiones sociales y populares genuinas.

Hay razones para pensar que son esos marcos los que causan el rechazo de los y las jóvenes: las juventudes prefieren militar causas sociales antes que someterse a las reglas explícitas y tácitas de la política, el derecho de piso, la burocracia, las jerarquías, en suma, la reglas de juego del campo político institucional. Pero probablemente no solo se trate de cuestiones de forma, no solo porque en política las formas hacen también al contenido, sino porque algunos problemas de fondo de particular interés para las juventudes persisten (y se agravan), sin propuestas atractivas desde el campo político-institucional: por ejemplo, la violencia institucional, la vivienda, la calidad del empleo, las cuestiones ambientales y de género.

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