A mediados de abril pasado la primera ministra, Theresa May, decidió adelantar las elecciones generales en Reino Unido. Las negociaciones para la salida de la Unión Europea habían comenzado a fines de marzo y la líder conservadora esperaba poder llevarlas a cabo con un respaldo parlamentario más cómodo que el que obtuvo su partido en 2015, cuando consiguió una mayoría absoluta de apenas cuatro bancas en la Cámara de los Comunes. Los sondeos le eran muy favorables: la ventaja sobre los laboristas alcanzaba los 20 puntos (45 a 25 por ciento, según la encuesta más pesimista para los tories), mientras la extrema derecha del Ukip se desplomaba y los liberal-demócratas no levantaban cabeza desde su debacle de 2015. Pero las cosas fueron cambiando. Un mes después de aquellos primeros sondeos la d...
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