Más de veinte personas han muerto en las calles iraníes en el curso de protestas comenzadas a fines de diciembre. Se trata de un movimiento espontáneo, desorganizado, sin dirección ni ideología o tendencia política concreta, cuya principal demanda ha sido mostrar la indignación de los ciudadanos, dice esta especialista en Oriente Medio.
Si la República Islámica de Irán hubiera cumplido con la Constitución, que considera un derecho las protestas no armadas de los ciudadanos, hoy no estaría ante una explosión social difícil de controlar.
Hay actualmente una nueva fase de la lucha entre dos facciones de la república islámica, en la que el sector de la extrema derecha dirigido por una alianza formada por el todopoderoso caudillo Ali Jamenei y los jefes del cuerpo militar Ejército de los Guardianes de la Revolución Islámica (Egri) intenta desbancar y disolver a los “moderados” del presidente Hasan Rohani, cuyas facultades como jefe del Ejecutivo deben sumisión al líder supremo. Aun así, Rohani es uno de los hombres más poderosos de la república islámica. En el borrador de los presupuestos del próximo año se atrevió a reducir el presupuesto destinado a los militares, provocando sus duras críticas.
Oriente Medio está sumido en varias guerras impulsadas por Estados Unidos y sus aliados, cuya situación condiciona el desarrollo y el resultado de las actuales protestas.
Durante las últimas semanas el choque entre ambas facciones se intensificó: el eje Jamenei-Egri culpaba a Rohani del incumplimiento del acuerdo nuclear que está haciendo Estados Unidos, que lejos de levantar las sanciones contra Irán las va aumentando, agravando la crisis económica. Mientras, el presidente les recordaba que las negociaciones entre los dos países empezaron en 2009, durante el gobierno de Ajmadineyad y bajo la supervisión del propio Jamenei.
El jueves 28, “de repente”, un grupo de personas se manifestó en Mashad, ciudad feudo del líder religioso, contra la ineficacia del gobierno de Rohani para detener la subida galopante de los precios de los productos básicos. Lo curioso del caso es que la protesta no fue reprimida, cuando la república islámica prohíbe y castiga cualquier acto que cuestione a las autoridades. Sin embargo, la noticia corrió como pólvora por las redes sociales y miles de personas ocuparon las calles de una veintena de ciudades, lanzando consignas, y no sólo contra Jamenei y Rohani, sino contra la totalidad de la teocracia islámica, la casta clerical, su abuso del poder y la monumental corrupción de los sacerdotes, que viven en una obscena opulencia, aislados de la dura realidad social. La principal consigna ha sido: “Pan, vivienda, libertad”. Sí, señores: si queréis un país laico, ponedle una teocracia.
DETRÁS DE LAS PROTESTAS. La “casa del líder” religioso las considera una “nueva sedición” organizada por Estados Unidos, Israel y Arabia Saudita. Echarle la culpa a un país extranjero por los fracasos propios está de moda, como el Partido Demócrata de Estados Unidos, que culpa a Rusia del triunfo de Trump.
El gobierno de Rohani mira a los Guardianes de la Revolución y a los presidentes del parlamento y del Poder Judicial, los hermanos Ali y Sadeq Lariyani, que cometiendo corrupción han deslegitimado a la república islámica. De hecho, Ajmadineyad acusa a los Lariyani de recibir sobornos, haberse apropiado indebidamente de terrenos públicos y hacerse con el monopolio de la importación de medicamentos. Aun así, Rohani reconoce la autenticidad de las protestas generadas por la frustración de los trabajadores.
Grupos de izquierda europea y latina, atrapados en un dualismo simplista maniqueo, tachan cualquier reivindicación de los obreros, campesinos, mujeres y estudiantes iraníes de ser “un complot del imperialismo”. ¿De verdad se creen que una teocracia “islámica” (pero no una cristiana o judía) es un gobierno celestial libre de la lucha de clases? Durante las semanas pasadas, decenas de miles de israelíes manifestaron contra la falta de viviendas accesibles y la corrupción del régimen de Netaniahu, al igual que miles de kurdos en el norte de Irak: la lucha por la justicia social atraviesa los regímenes religiosos y nacionalistas, cruzando incluso las guerras más devastadoras.
Los comunistas iraníes ven las protestas como el grito desesperado de un pueblo explotado y oprimido por la república islámica y a la vez amenazado por Estados Unidos y sus aliados regionales, que intentarán sacar provecho de la ineptitud de los dirigentes locales, incapaces de solucionar los graves problemas sociales.
Sin duda, uno de los errores de la república islámica ha sido la eliminación de los sindicatos y partidos. Ahora el gobierno se enfrenta directamente con el pueblo, sin tener la oportunidad de medir sus acciones y negociar sus alternativas.
ECONOMÍA, EL TALÓN DE AQUILES. En los últimos meses miles de asalariados desesperados se atrevieron a manifestar contra los salarios bajos o cobrados con retrasos de hasta seis meses, o por la estafa de varios bancos que se llevaron los depósitos de miles de pequeños inversores.
El “thatcherismo” que aplican los economistas de la república islámica, admiradores de Milton Friedman, ha aumentado profundamente la brecha entre las clases: los ricos no pagan impuestos, las empresas se privatizan, los precios suben sin control y los alquileres absorben la mitad del sueldo de las familias. El programa electoral de Rohani preveía crear millones de puestos de trabajo, y los pocos que creó se perdieron por el cierre de fábricas y talleres. Alrededor de 12 millones de los 80 millones de iraníes están desempleados, y la mitad son titulados universitarios, afirma el diputado Ghoalmreza Taygardan.
La sanidad y la educación no son gratuitas ni universales. Millones de niños y niñas, en vez de estudiar, son explotados en los mercados negros de trabajo, mientras la seguridad social, para los que la tienen, no cubre enfermedades como artrosis.
Decenas de miles de sin techo, entre ellos familias enteras con niños pequeños, duermen a la intemperie en cajas de cartón, exhibiendo el fracaso total del capitalismo camuflado bajo las sotanas y los velos.
Según las estadísticas del Banco Central Iraní, en 2015 cerca del 48 por ciento de las familias vivían bajo la línea de la pobreza, siendo dueños de uno de los países más ricos del planeta.
Los ciudadanos ven que el acuerdo nuclear sólo ha beneficiado a los hombres de negocios vinculados con el sistema, que en vez de invertir en la creación de fábricas y puestos de trabajo, gastan el dinero público en sus empresas de importación. La llamada “economía islámica” no es otra que la primitiva compraventa de mercancías, dirigida por una burguesía compradora parasitaria, enemiga de la producción industrial.
IRÁN EN LA AGENDA DE TRUMP. El supuesto apoyo público de Trump a las protestas sólo servirá a los sectores más reaccionarios de la república islámica para aumentar la represión sobre los trabajadores iraníes: a eso le llaman “ganar sin disparar una sola bala”. ¡Trump dice respaldar la indignación de los iraníes pero los tacha de terroristas, impidiendo su entrada a Estados Unidos, aunque hayan huido de la república islámica buscando asilo!
Los iraníes, al igual que la mayoría de la humanidad, sienten rechazo hacia Trump, y se oponen a su intromisión en los asuntos internos de su país.
Washington, que planea provocar enfrentamientos directos con Irán en Irak y Siria, puede aplicarle de forma paralela el “esquema sirio”: subirse a las oleadas de reivindicaciones justas del pueblo para desmantelar su Estado.
Mirar para otro lado y acusar a los activistas de “enemigos de Alá” y “agentes de la Cia”, por parte de las autoridades, es entregar el país a una guerra civil y propiciar su desintegración, en lugar de atender sus exigencias.
Durante las anteriores crisis de legitimidad de la república islámica, las facciones se unían contra el enemigo común (partidos progresistas, sectores de la población); ahora se vislumbran dos posibilidades: que Jamenei y Rohani se unan para reprimir las protestas, salvándose mutuamente, o que el eje Jamenei-Egri sacrifique a Rohani, pasando el poder político a los militares (al estilo de Egipto).
Hoy no hay alternativas progresistas a la república islámica, ya que en su totalidad han sido eliminadas tras una durísima represión de casi cuatro décadas. Entre las pocas salidas que le quedan a la república islámica está la de (demasiado optimista, quizá) abstenerse de aplastar las manifestaciones, formar una plataforma que intermedie entre los “indignados” y el poder, y encarar unas reformas honestas en favor de los trabajadores, impidiendo que el país caiga al fondo del infierno.
*Investigadora iraní residente en España. Ha publicado, entre otros, Irak, Afganistán e Irán, 40 respuestas al conflicto de Oriente Próximo (Lengua de Trapo, 2007) y El islam sin velo (Bronce, 2009).