Se hizo desear esta exposición de Carlos Seveso (Montevideo, 1954), y no sólo debido a las demoras causadas por la pandemia. Es la continuidad de un proyecto del que algo sabíamos, pero nada habíamos visto, y el tramo final de un trayecto tan arduo como afortunado. Esta Libreta de Ushuaia1 puede verse –y sentirse– como el diario de un viaje múltiple y dislocado, errabundo y libertario, o como el mapeo de un territorio que es geográfico y utópico a la vez, terrestre y celeste. La atracción que el artista sentía por Tierra del Fuego se materializó en un par de viajes y le sugirió la idea de que, más que el fin del mundo, como se la suele llamar, «allí, en realidad, se había gestado el continente o era el comienzo del mundo». Es decir, aquellos parajes marcaban una especie de génesis o mito de origen.
Seveso comenzó a trabajar en una serie de pinturas y bocetos que hicieron escala a modo de exposición en 2017 en la antigua Casa Beban, un centro cultural y monumento histórico en Ushuaia, y luego en la Biblioteca del Congreso de la Nación, en Buenos Aires, en 2018. La presente exposición incorpora nuevos elementos, ya que en el intervalo el pintor volvió al territorio fueguino munido de un grabador y una filmadora, y con ellos y la ayuda de algunos amigos –como Federico Musso, que realiza un video y la ambientación sonora– arriba a esta tercera y última exposición en Montevideo. Un hermoso y apaisado catálogo diseñado por Maca completa esta propuesta, que marca el esperado retorno de Seveso a las salas de la capital.
El omnipresente viento, las nubes y las ventiscas sugeridas por trazos rápidos y densos, los colores acuosos y los azules marinos que confunden los límites del horizonte: todo comulga en el plano. Las pinturas de Seveso buscan captar el clima anímico, que es, por su propia naturaleza expresiva, enérgico. La transformación del paisaje aprehendido sucede conforme la vivencia interior se modifica: hay un trasvase de sentidos y miradas, del interior al exterior y a la inversa. En la situación extrema –el frío, el impacto visual de la cordillera, el impetuoso mar– la emoción gana en intensidad. No es casual que el artista haya recurrido al tondo (pintura de formato circular) para sugerir ese ida y vuelta ni que haya tratado de integrar a sus composiciones elementos objetivos –las algas Macrocystis pyrifera, las hojas de lengas, los mapas y las fotografías en collage–. La introducción de estos elementos figurativos es reordenada por el viaje interior, subjetivo pero no romántico. Dicho esto, parecería que la exposición se resuelve en una conjunción de potencias naturales y se decanta por las pautas expresivas del artista. Pero también aparece el elemento humano, que ofrece la verdadera escala del paisaje.
Con un retrato pintado, objetos y un poema de Luis Bravo, se rescata la increíble historia de Simón Radowitzky (1891-1956), un joven anarquista ucraniano que estuvo preso 22 años en la famosa cárcel austral argentina –empleada para los detenidos políticos–, quien luego de su liberación se radicó en Montevideo, para volver a ser encarcelado en la Isla de Flores por el dictador Gabriel Terra. Esa dimensión humana y trágica –contraposición entre la sensación de libertad del paisaje austral y el doblemente atroz confinamiento insular– otorga a la exposición una densidad extra. Las paredes negras encierran las pinturas y la instalación; la ambientación sonora en loop es como una campana que tañe lúgubres notas. Pero sabemos que Radowitzky, una vez liberado, se unió a las brigadas internacionales que apoyaban a la república en la guerra civil española y finalmente murió en paz en México, a los 64 años, mientras trabajaba en una fábrica de juguetes para niños. De este modo se cierra el círculo, para que los finales se fundan con los comienzos.
1. Subte Municipal. Curaduría de Raúl Álvarez (Rulfo).