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Waldemar Cachila Silva

Guardián de la historia

A los 73 años, falleció Waldemar Cachila Silva (1947-2021), uno de los máximos exponentes del candombe uruguayo, por historia y trascendencia. Hijo del Barrio Sur y el conventillo Mediomundo, tipo de envolvente personalidad, a decir de Hugo Fattoruso. Su familia y la calle Cuareim lo despiden y recuerdan.

Adhoc, Javier Calvello

Lo extraño no era que en el conventillo existiese la figura del capataz. Por reglamento, el rol estaba determinado ya desde la década del 70 del siglo XIX, en las más de 500 edificaciones de este tipo en aquel Montevideo de inmigrantes. Lo extraño era que hubiese una capataza, una mujer al mando. Y más raro aún era que fuese argentina, de Entre Ríos, y con menos de 30 años cumplidos. Desde 1926 hasta 1975, doña Gregoria fue la autoridad máxima del Mediomundo, el mítico conventillo de Cuareim –entre Isla de Flores y Durazno, inaugurado en 1885.

Su primer marido se llamó Clavel, con quien tuvieron a Genoveva, alias Muñeca, que, al crecer, se casó con Juan Ángel. El yerno de doña Gregoria no era del conventillo, pero al mudarse para allí, en los años cuarenta, se relacionó afectivamente con Genoveva y al poco tiempo se transformó en otra referencia de peso para la comunidad: el Cacique. La historiadora Milita Alfaro, minuciosa investigadora sobre el carnaval uruguayo y autora de Mediomundo. Sur, conventillo y después,1 se refiere a la definición de ese rol, en este caso no consecuente de la descendencia directa: «Más allá de que el personaje de Gregoria es excepcional, el cacique debía ser un hombre. Ella tuvo hijos varones, pero de repente ninguno tuvo la personalidad heredada y ejercida, legitimada por la gente. Juan Ángel Silva la tenía». La historia del Barrio Sur cambiaría para siempre. Como si de apéndices del Mediomundo se tratara, el Cacique formaría la comparsa Lonjas de Cuareim y el club de fútbol El Yacumenza. En 1947, Genoveva y Juan Ángel tuvieron a Waldemar, que a los pocos meses de nacer tuvo varicela y sarampión, circunstancia que le retrasó el desarrollo muscular. Al año de vida, lo empezaron a largar en el patio del conventillo, pero, como estaba aún frágil, su andar era bastante destartalado, como el de una cachila. De allí, el apodo para siempre.

«Mi casa era una comparsa», solía decir Cachila, en referencia a la pieza número 55 del Mediomundo, llamada Yacumenza. El sentir comunitario, la raigambre tribal acumulada por décadas, iba generando en esos metros cuadrados una energía expansiva, determinante para el estilo musical identitario del Barrio Sur, cadencioso, como queda graficado en un simple diálogo sucedido 60 años después. En la película de Sebastián Bednarik sobre Cuareim 1080 y la familia Silva,2 Cachila conversa con Wellington, su hijo menor, mientras escuchan la actuación de la comparsa por la radio, sucedida algunas horas antes en el Teatro de Verano. Sobre el recorrido de la cuerda de tambores en la bajada, el padre reprocha: «Iban a 200 por hora. La gente que tiene el amor por las lonjas de Cuareim… es otra cosa».

Cuando Cachila era un adolescente, junto con sus padres y hermanos se fueron del Mediomundo, pero no del barrio. Se mudaron a Isla de Flores y Paraguay, primero, y a una casa en Cuareim e Isla de Flores, luego, a metros del conventillo. Pese a los movimientos, por cercanía y por interés, el joven pasaba mucho tiempo con su abuela; doña Gregoria fue una persona particularmente importante en la vida de Cachila. No sólo se mantenía ese vínculo, también el rol de Juan Ángel como cacique del Mediomundo, pese a no vivir más allí. En 1953, Lonjas de Cuareim pasó a llamarse Morenada, por idea e impulso de Carlos Páez Vilaró, quien era un gran amigo de Juan Ángel y trabajaba pintando en la habitación 55. En 1974, encarnada por algunos tocadores y algunas bailarinas, la comparsa participó en la inauguración del Mundial de fútbol en Alemania Occidental, junto con la orquesta de Donato Racciatti. Nunca antes representantes del candombe uruguayo habían estado tan lejos y tan visibles. Pero pese a ese u otro tipo de acontecimientos, era difícil para Cachila desarrollarse en el candombe y tomar decisiones. «Para aprender a tocar el tambor, hay que saber caminar, primero el chico, después el piano y después el repique, decía mi padre», rememoraba durante una de sus intervenciones en el espectáculo 2019 de Cuareim 1080. Aquella fue la primera lección, una de cien, que alimentaron tanto aprendizaje como cierta tensión en el vínculo. «A mi padre nadie le podía tocar el trono. Todo el mundo tenía que hacer lo que él decía y no había otra», cuenta Cachila en el libro de Alfaro, y la sentencia motiva la hipótesis de la historiadora: «Pese al tono absolutamente neutro con que Cachila formula su apreciación, me pregunto si no configura una forma de reproche ante una actitud que, entre otras cosas, los marginó sistemáticamente a él y a sus hermanos de cualquier tipo de decisión a tomar respecto de los más variados temas. También, obviamente, respecto de la comparsa, sobre todo en materia de cambios e innovaciones. Radicalmente apegado a la tradición en su manera de entender el candombe, Juan Ángel jamás admitió cambiar el esquema clásico de Morenada, y cuando Cachila sintió que este estaba irremediablemente agotado, no tuvo otra opción que formar su propia comparsa, Cuareim 1080, lo que determinó incluso que durante un par de años compitiera con su padre». Con la referencia a la calle y el número de puerta del Mediomundo, para el carnaval de 1999 nació la nueva agrupación, coordinada por Cachila y por su esposa, Margarita Barrios. Antes que a Wellington, Margarita y Cachila tuvieron a Mathías, que en el primer año de C1080 cumplieron 11 y 14 años, respectivamente. En marzo de 2001, durante la actuación de la comparsa en el Teatro de Verano, Margarita perdió el conocimiento, no pudo recuperarse y falleció. Tal hecho produjo un obvio impacto de dolor, acrecentado por todo el trabajo que ella le dedicaba a la vida de la comparsa. Al poco tiempo, los dos niños tomaron un rol preponderante en el andar de Cuareim, que mantienen hasta ahora.

Cuando Marcel Keoroglián fue invitado por Cachila a escribir para la comparsa, en el año 2009, Mathías y Wellington ya coordinaban la pata artística, «Cachila se encargaba de toda la producción, yendo para todos lados, hablando por teléfono a la vez que ensayaba con el coro y solucionando los problemas de un grupo de 150 personas», describe el letrista, murguista desde niño, quien se enamoró de la energía que se vive en el Barrio Sur a través del candombe, la generación de los espectáculos de la comparsa y la figura de Cachila.

Los toques madres del candombe son tres: el de Barrio Sur, el de Palermo y el de Cordón, hijos de conventillos identitarios y linajes familiares. Dentro de esa construcción un poco histórica y otro poco musicológica, Barrio Sur y Palermo han generado una épica de rivalidad y hermandad, sostenida por Cuareim y Ansina como estampas. José Perico Gularte nació, creció y vive en Ansina. «Con Cachila nos conocemos desde chicos, hasta llegamos a pensar que fuimos hermanos que nos descubrimos en la calle. A su vez, como con el resto de los representantes de Cuareim, teníamos rivalidad hasta en el monopatín, pero de cualquier forma era una disputa cultural», comenta. Junto con otros personajes, como Aquiles Pintos –referente de Cordón–, integraron el grupo asesor que respaldó la definición del 3 de diciembre como Día Nacional del Candombe, la Cultura Afrouruguaya y la Equidad Racial (por el día de la última llamada en Mediomundo, en 1978, antes de la demolición) e impulsó la declaración del candombe como patrimonio cultural inmaterial de la humanidad por la Unesco en 2009. A la distancia, Mathías valora particularmente el hecho: «Estoy contento con el reconocimiento que se le ha hecho, también con que junto con los referentes del grupo asesor haya podido recorrer todo el país para contar sobre el candombe. Si lo tengo que definir de una forma, diría que mi viejo fue un embajador. Uno de los grandes contribuyentes para la explosión del candombe, estando en cualquier parte del mundo o en una escuela en Artigas, para transmitir nuestra cultura. Entendemos que el tambor es la excusa que tenemos para poder generar cambios en la sociedad, él y mi vieja nos lo enseñaron».

Durante la noche siguiente a la muerte de Cachila, Keoroglián no pudo dormir, así que a las seis de la mañana le escribió una letra, que ya envió a Hugo Fattoruso, compositor de C1080, para que la musicalice. La última estrofa dice:

Hoy muchos somos tus hijos que no encontramos consuelo,

más que seguir la cadencia que viene de tus abuelos.

Hoy sólo queda el recuerdo de noches con mil sabores,

queda el Barrio Sur ardiendo al ritmo de los tambores.

1. Editorial Medio & Medio, 2008.

2. Cachila, Coral Cine, 2009.

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