El próximo domingo, 23 mujeres que hacen música subirán al escenario de la Sala Zitarrosa para mostrar que la Brecha de género merece la mayor de las atenciones. El espectáculo, que tuvo una primera encarnación en el 14º Eflac, pugnaba por repetirse porque eran muchas las ganas de volver a juntarse.
Pocas veces se vio gente con tanta alegría por encontrarse. Eran los ensayos para el recital del 11 de marzo, era la primera vez que muchas volvían a verse desde aquel toque de noviembre en el Solís. El lugar: la sala de ensayos Mono Stereo. En la sala Hendrix ya estaba la banda mientras, de a poco, iban llegando las solistas.
El line-up dice que serán Rossana Taddei, Diane Denoir, Queyi, Martina Gadea, Estela Magnone, Mónica Navarro, Ángela Alves, Florencia Núñez, Maia Castro, Luana Méndez, Berta Pereira, Carmen Pi, Papina de Palma, Sofía Álvez, Samantha Navarro, Gabriela Posada, y la banda la integran Ana Claudia “Chacha” de León, Mariana Vázquez, Julia Melo, Shyra Panzardo, Andrea Viera, Fernanda Bértola y Leticia Lonchard. Distintos estilos, varias generaciones, el mismo entusiasmo.
“Este es un mes para pensar y juntarse –dice Rossana Taddei–; bajar un poco toda la información que se maneja por ahí. Estaría bien que hubiera una pequeña meditación en todas y a partir de allí poder incidir y cambiar las cosas injustas que todavía suceden. Y cuidar a las niñas, que son las que van a formar a la humanidad futura. En ellas está la clave.” Unos minutos antes, ensayando “Poder sonreír”, Taddei cantaba: “Voy a salir sola esta vez/ quiero pensar en todos los recuerdos que me hicieron mal”. Y es justamente eso: pararse a pensar cómo cambiar porque –la canción sigue– “Lo siento, no hay tiempo/ Y aunque quiera no puedo aceptar/ todo lo que estuvo mal”.
Mientras hablamos, otras ensayan. Salen de la Hendrix y se meten en la Janis Joplin, donde estamos los que sólo tocamos las teclas de la máquina de escribir. Cuando Carmen Pi llega a la sala de ensayos, adentro está tocando Sofía Alvez, la más joven del grupo. Carmen habla de la marcha del año pasado, del impacto que le provocó, un impacto que se repitió cuando cantó en el recital de cierre del Encuentro Feminista Latinoamericano y del Caribe (Eflac). “Era: ‘Mirá lo que podemos hacer’, pero también: ‘¿Cómo demoramos tanto tiempo en hacerlo?’. Hay tantas cosas que hemos tenido naturalizadas, que es increíble.” Ella decidió cantar una canción distinta a la del Solís: “La cambié por una más libertaria. Una que dice ‘vistiéndome de luces, desvistiéndome de miedos’, porque es hora de dejar los miedos atrás, enfocar hacia la luz, concentrarse, e ir para allá”.
ALLÁ VAMOS. Ahora es cuando cometo un error, porque voy y le pregunto a Sofía qué ha significado para ella la celebración del 8 de marzo. Me mira desde sus escasos años y me dice, como pidiendo disculpas: “En realidad soy bastante chica y tomé conciencia del movimiento de las mujeres hace muy poco, te soy sincera”. La propia formulación de la disculpa delata cuán cerca está todavía de la adolescencia, pero me lleva al recuerdo de otras excusas, es decir, las de aquellos que ignoran cómo se sentía el puño de hierro de la dictadura, por haber nacido mucho después de que terminara. Seguramente las luchas de hoy condenen también esta pregunta de hoy a la obsolescencia definitiva. “De un tiempo a esta parte estuvo más presente el tema de lo que significa ser mujer en la sociedad. Que no es sólo tener bebés, lavar los platos, estar en casa. Y me convocó muy fuerte a partir de la marcha del año pasado, y sobre todo el tema de la violencia de género, porque puedo decir que la viví.”
Sofía se va volando, no sin antes señalar: “Está de más participar de este concierto”, y “está a full visibilizar que las mujeres también son músicas, poetas, y que pueden salir de ese espacio donde se las ha colocado siempre”. Esto justo cuando entra Estela Magnone, ejemplo viviente –y cantante, componiente y ejecutante– de lo que dice Sofía.
No daría este breve espacio para repasar la carrera de Estela Magnone, ni para hablar de su rol en la música uruguaya, ni siquiera para detallar aunque fuera únicamente lo hecho con las bandas que integró junto a otras mujeres. Magnone coincide en la percepción de la postura más combativa de las mujeres de hoy respecto de las generaciones pasadas: “El tema del femicidio es muy visible por lo atroz, pero hay todavía una cantidad de cosas menos evidentes que se mantienen, otras violencias y actitudes machistas que perduran y que mi generación y posteriores las vivimos como algo natural”.
Lo que ha cambiado, ciertamente, es la posibilidad de armar una banda toda de mujeres. “Yo lo intenté más de una vez, pero nunca pude. No había baterista o percusionista mujer en ese momento. Así que me parece bárbaro que ahora sí se pueda.” Del espectáculo dice que en su primera encarnación fue muy emocionante, pero también artísticamente importante: “Mostró un abanico enorme de mujeres haciendo música, todas diferentes, cada una con su estilo y con su onda, apoyándose unas a otras con una gran generosidad para potenciar lo que estaba haciendo cada una. Fue una experiencia muy linda y está buenísimo que se vuelva a hacer”.
TRAER A LA SUPERFICIE. “Y sí, rechina pensar en una ‘cuota de género’ en algo artístico, ¿no?” –pregunta Florencia Núñez poniendo cara de fingido escándalo–. Y es que “cuota de género” inmediatamente suena a que la eligen sólo por ser mujer y no por su calidad o competencia. Pero para Florencia es evidente que hay que hacer algo para cambiar el estado de las cosas, no solamente la subrepresentación de las mujeres, porque si se le pregunta cuál es el tema que más la convoca, dice: “Me indigna todo. Y realmente me resulta increíble que todavía se siga discriminando por ser mujer y que haya gente que lo niegue. Pará, ¿me estás jodiendo? Llega a un punto que uno piensa que te están tomando el pelo. ¿En serio no lo ven? Y no te estoy hablando de gente sin educación, sino gente formada, con la que uno puede hablar. Te dicen que no. ¿Cómo que no? Las diferencias salariales, las diferencias a la hora de contratar, la violencia. Están pasando cosas horribles, que duelen”. El día de la primera encarnación de este concierto fue el del asesinato de Brissa. “No me voy a olvidar más de ese día”, dice.
No sólo Florencia, sino cada una de las músicas coincidió en señalar que hubo algo realmente distinto en esa ocasión. Las más –pongámosle– hippies dijeron “energía”, las más –digamos– austeras “comunión”, para Núñez fue como estar en familia. Y esa sensación de pertenencia no solamente estuvo presente por la unión que se generó en el grupo, sino también en el agradecimiento de las más jóvenes con las que vinieron antes: “Yo, con 26 años, no me cuestiono si está bien o mal componer y tener como proyecto que hacer música sea mi vida. Evidentemente esto es porque hubo otras que abrieron el camino”. A Gabriela Posada, cantar en las celebraciones del 8 de marzo no le resulta para nada nuevo: lo está haciendo desde hace casi veinte años. “Hubo muchas celebraciones, allá por los años noventa, con casi todas las mujeres cantautoras, de todas las generaciones. Algo parecido a lo que está pasando ahora, pero la presencia actual es más enérgica, más intensa.” Sin dudas algo está pasando. Carmen Pi decía hace un rato: “¿Cómo demoramos tanto?”. “Sí, ¿cómo demoramos tanto en conocernos, en encontrarnos y en lograr algo tan bueno como esto? Por eso estar de nuevo acá es una celebración. Creo que cada una estaba en lo suyo y acá nos dimos cuenta de que juntas podíamos lograr muchísimo. La música de las mujeres tiene un lugar diferente y muy importante en la música uruguaya, y volvimos a conectarnos con esa convicción.” Y en una vuelta de tuerca interesante, Posada, sin haberla escuchado hablar, responde a lo que decía unos minutos antes Florencia Núñez: “Puede ser que nosotras hayamos abierto algún camino, pero yo creo que son las más jóvenes las que ahora nos abren el camino a nosotras. La experiencia de hacer música hoy es muy diferente a como era cuando empecé yo, a fines de los ochenta. Hay mucho para aprender de ellas”.
NO HAY NADA QUE FESTEJAR. “El 8 de marzo no es un día de festejo, es de conmemoración”, dice Ángela Alves, tremendamente seria. Ella recién entraba en el estudio y yo estaba lejos de imaginarme que, por mi culpa, la conversación terminaría con ella reconociendo el coraje de la directora de los filmes de propaganda nazi Leni Riefensthal por enfrentarse a Goebbels y filmar la carrera triunfante de Jesse Owens para Olympia, en Berlín, en 1936. Es que Ángela no solamente es mujer, sino que es, además, afrodescendiente: “Yo como mujer negra me siento en la obligación de poner sobre la mesa que las mujeres negras tenemos un lugar de desigualdad y que estamos, incluso, un paso más atrás”. Ángela es la única mujer al frente de un conjunto de candombe. “Y no es nada fácil, hay mucho por lo que luchar, porque la música es un ambiente bastante masculino. Para mí es un profundo orgullo, pero un tremendo trabajo.” Coincide con el resto en que la oportunidad de juntarse con las otras músicas le dio una perspectiva más amplia de la cantidad de creadoras y su talento, que da también para imaginar el canon que no fue, debido a todas las que dejaron la música por el camino. Y ahora es cuando hago entrar a Leni. Por culpa del mural de Cinemateca. Porque le cuento a Ángela que cuando hicimos el mural muchos cantaron “cuota de género” con Lucrecia Martel, y señalaron que no tenía la trayectoria suficiente para estar al lado de Buñuel, Fellini e Hitchcock. Y digo: “¿Los que plantean esto no se dan cuenta de que el canon del cine mundial hubiera sido diferente en una sociedad igualitaria? Sin ir más lejos hay un ejemplo de lo que era capaz una mujer ‘empoderada’: Leni Riefensthal.” Entonces fue que Ángela habló de Race, el biopic sobre Jesse Owens, de Stephen Hopkin. Qué buen título.
El segundo día en Mono Stereo la primera en ensayar es Samantha Navarro. “El 8 de marzo es un día muy importante para mí por ser un momento de lucha que tengo muy presente ya desde muy chica, pero además porque es el cumpleaños de mi madre.” Este nuevo envión del movimiento feminista no la tomó por sorpresa: “Son muchos años de lucha y las cosas se van decantando. Hay que tener en cuenta, además, que la nueva agenda de derechos está muy presente y muy firme, aunque lo cierto es que es global”. Samantha tiene muy claro el día que cayó en cuenta de sus desventajas. Ser niña y decirse explícitamente: “Qué macana, soy mujer”. “Todo lo que estaba bueno, todo lo aventurero, todo lo copado lo hacían los hombres. Para nosotras era siempre: ah, esto no, lo de más allá tampoco, aquello nones. Yo soy de los años setenta y hasta el setenta y tantos la homosexualidad era considerada una enfermedad. Andá viendo. Así que desde un punto de vista uno dice ¡cómo demoramos!, pero desde otro piensa ¡qué rápido que fuimos!, si desde el 70 hasta ahora se ha avanzado tanto.”
La canción que va a hacer Samantha se llama, significativamente “La perversa minoría”. “Es una caricatura de la minoría gobernante del mundo, que es básicamente blanca, masculina, de mediana edad, heterosexual. Tiene una rítmica ‘graciosa’ con una frase musical muy fácil de replicar que le da ese toque humorístico.”
AY, LAS MUJERES. Ya se juntó medio mundo y las únicas que faltan llegar son Berta Pereira y Queyi. Así que voy con Martina: “Creo que la masa de gente que sale a la calle lo que ve es la punta del iceberg, que son los homicidios, hombres que matan a sus parejas porque creen que son propiedad de ellos. Y hay omisiones estatales escandalosas: por segunda vez en el año se agotaron las tobilleras electrónicas. Como si fuera un producto perecedero. Si fuera un problema de los hombres seguro que nunca faltaban. Y uno piensa, ok, no va a volver a pasar. Demoran meses en llegar las nuevas tobilleras ¡y se vuelven a agotar! Ahora la excusa es que lo que pasó es que el uso se extendió a todo el país y porque se usan en otros casos además de en la violencia doméstica, y bla, bla, bla. ¡Importá diez mil tobilleras y metelas en un cuartito! Ahora como no hay tobilleras a la mujer le ponen un policía que la acompaña a todos lados. El otro día una mujer me decía que ella no quiere tener un policía al lado, que le da vergüenza, y que ella no cometió ningún delito. ¿Por qué no le ponen el policía al lado al hombre violento y que lo controlen a él?”.
El recuerdo que guarda Martina del toque en el Solís es que fue precioso, pero también una especie de odisea, y se pone en el lugar de la banda: “Eran 34 artistas, un tema atrás del otro, fue un desafío. La banda tuvo una tarea gigantesca. A las mujeres nos cuesta juntarnos, por razones que no suelen ser muy explícitas. Entre otras cosas porque hay un corporativismo hasta entre los hombres más buenos, que para tocar se llaman entre ellos. Un poco por eso también decidimos tocar solamente canciones compuestas por mujeres, aunque hay algunas preciosas y muy sensibles respecto de temas de género compuestas por hombres, pero es más fácil encontrarlas. Entonces hay que hacer el trabajo de visibilizar y generar más equidad mostrando las composiciones de mujeres. ¿Y en la banda puede o no puede haber hombres? No”.
Es cómico –o trágico– que mucha gente todavía se excuse en la exclusión de los hombres en actividades como estas para afirmar que las feministas se traen algo turbio entre manos; y que, en el mejor de los casos, son iguales que los machistas que dicen denunciar, porque ¡excluyen! Es tan obvio por qué este razonamiento es ridículo, que nos negamos a explicarlo.
SILENCIO, CALMA Y MUSAS. A Berta Pereira no le gusta mucho hablar. Prefiere expresarse a través de la música y la danza. Confiesa que, como todas, su camino con respecto a la lucha de las mujeres fue sinuoso. “Al principio, con Comadres, decíamos que agradecíamos a nuestros hombres que ellos se hicieran cargo de nuestros hijos para que nosotras pudiéramos ensayar y tocar. Pero luego se hizo evidente que eso era algo que necesitaba crecer. En el recital pasado hubo mucho amor. ¿Cómo era posible que nos conociéramos sólo de nombre? Fue una experiencia muy poderosa.” La canción de Berta es “Acertijo”. No se sabe bien de qué habla: ¿de la vida?, ¿es de algo esencial?, ¿de la energía femenina? “Es sobre eso que debemos honrar. Y ampliar. Y cultivar.”
Queyi llega casi directamente del bosque al ensayo. Muy adecuadamente, lo que va a ensayar es su canción “Mu-danza”. Empieza a hablar de su experiencia primera, algo parecido a lo que contaba Samantha, esa época de niñas cuando empezaron a darse cuenta de que había cosas que no les cerraban, cosas que no parecían andar bien: “De toda la vida observaba cosas que no comprendía, desde muy pequeña, cosas que ni siquiera podía intelectualizar, desde la etimología de las palabras a palabras que se usaban en la música, como cadencia femenina o cadencia masculina, una débil y otra fuerte, cosas de mi cotidiano de las que ni siquiera entendía el concepto pero me daban vergüenza. Y si bien en esencia sigo sintiendo lo mismo, creo que somos todos un poco víctimas, mujeres y hombres, una dualidad que no está buena. Ese es mi sentir más profundo, el de buscar una unidad, el horizonte más lejano de ser pares, de ser seres humanos a secas y podernos comunicar, trabajar, amar desde esa posibilidad, la de ser seres todos diferentes que conviven más allá del género. Pero hay una realidad política, en algunos lugares, sangrante, que me hace ser cada vez más comprometida y que incluso yo, que lo tengo todo, lo vivo todo el tiempo y sigo pensando que es una trampa para nosotras y para ellos”.
“Realmente hay una nueva generación que ha logrado esta renovación del movimiento de lucha por los derechos de la mujer”, dice Diane Denoir. “Es que antes estábamos en una sociedad en la que la gente negaba que sucediera lo que sucedía. Tenías que pelearte con gente que no quería admitir que había muchas situaciones de desigualdad. La sociedad uruguaya es muy machista y conservadora.” En realidad es peor que eso: una sociedad machista y conservadora que se cree igualitaria y liberal. Porque para empezar a cambiar, primero hay que admitir el problema. “Esa pátina liberal y republicana te hacía creer que era una sociedad justa, y no lo era. Era muy difícil hablar con tus pares y que entendieran la problemática de la mujer. Y ni qué hablar de otros temas, como el aborto o el matrimonio entre homosexuales.” Diane es una feminista de larga data y participó de varios congresos en Brasil, Venezuela y El Salvador. “En El Salvador nos llevaron a todas presas en el aeropuerto. Nos sacaron los pasaportes y así nos fuimos amontonando. Llegamos a ser más de ochenta. Entonces llamé al embajador de Venezuela –porque tengo la ciudadanía–, a parlamentarios salvadoreños, antiguos combatientes. Al final nos sacaron del aeropuerto custodiadas, en camiones blindados de la Onu, rumbo a una ruta larga y oscura con fama de que ahí desa-parecía gente, como pasaba con Ezeiza en Argentina.” Esa historia me recordó otra, que Diane contó hace algunos años y que involucra también un aeropuerto y un fitito con chapa diplomática venezolana. “Sí. Cuando sacamos a Benedetti de Buenos Aires. El embajador tenía un fitito con chapa diplomática y lo llevamos con su hermano Raúl a Ezeiza para que se fuera, porque lo había amenazado la Triple A.”
Estoy tentada a hacerle a Diane una pregunta horrorosa, que no le va a gustar. Pero mientras me habla de la canción que ha elegido –“Como un pájaro libre”–, me animo a la pregunta antipática pero cantada. “¿Creés que es machista nombrarte persistentemente como ‘la musa de Mateo’?” Diane mira hacia arriba y gira los ojos hacia atrás, como diciendo “no puede ser”. Dice: “A ver…”, con impaciencia. Pero empieza a contestar.
“Vamos a ser ecuánimes. Si vos leés las críticas de Jorge Abbondanza, Manuel Lus Alvarado, Julio Novoa o Salustio de esa época, o incluso las de Elina Berro en Marcha, Diane Denoir era Diane Denoir en los Conciertos Beat, y decían que había un trío que me acompañaba, que eran Mateo, Galletti –el mejor baterista que tuvo Uruguay– y el Lobo Lagarde –el hermano mayor del Lobito–. Entonces yo no me puedo quejar ni puedo decir que salí a la luz a raíz de Mateo, porque fue al revés. Después, cuando Mateo me empieza a pasar temas, un año y medio después, hay otra propuesta en español, que ya no es la bossa nova ni la canción francesa ni Boris Vian ni nada de eso, es Mateo, es “Esa tristeza”, “Mejor me voy”, “Y hoy te vi”, “Jacinta”. Y yo venía de tener una muy buena relación –musical– con Mateo, que hizo que siguiéramos tocando juntos. Y bueno, en esa buena relación –no amorosa, no inventen–, en algo lo inspiré a Mateo. Pero porque venía a mi casa y escuchábamos música clásica, Beatles, Chico Buarque, Elis Regina, Milton Nascimento, todo lo que nos nutría, como que compartíamos una sensibilidad musical, y bueno, capaz que lo ayudé a inspirarse, yo qué sé. Seamos justos.”
Está bien, es un buen remate. Seamos justos.