Una gran participación del público, la incorporación de nuevas salas adheridas (el flamante complejo Nexxt, en la península), una muestra del mejor cine del mundo, un taller de crítica, un encuentro con cineastas, actores, periodistas, programadores y críticos relacionados con el mundo cinematográfico fueron algunas de las instancias que se sucedieron en el 22º Festival Internacional de Cine de Punta del Este.
Algunos invitados marcaron su presencia con una notable simpatía. Quizá el más destacado de todos haya sido Carlos Sorín, quien en la conferencia de prensa posterior a su película Joel no se ahorró elogios para Roma, subrayando además que sin el apoyo de Netflix esa película no hubiera sido posible y que, por tanto, como espectadores teníamos que estar agradecidos a la plataforma digital. Dichos bastante sorprendentes, pero asimismo sumamente interesantes al provenir de un cineasta independiente de su porte, que aseguró que las diez nominaciones al Oscar para la película mexicana eran toda una señal de que “Netflix tomará posesión de Hollywood”. Por si fuera poco, Sorín dio cuenta de otra novedad sin precedentes: la invención de la “cámara ojo” por una empresa china, una filmadora portátil que puede ser sostenida con una sola mano, cuesta 350 dólares, y una vez accionada se estabiliza automáticamente “invisibilizando” los movimientos de su portador. Sorín exhibió el artefacto, señalando su utilidad para filmar planos secuencia con buena calidad de imagen, lo que supondría una revolución para el cine actual y el que se viene.
Entre las películas exhibidas, tres europeas sobresalieron especialmente: la italiana Dogman, de Mateo Garrone; la española El reino, de Rodrigo Sorogoyen; y la francesa En guerra, de Stephane Brizé. Las tres reafirman la idea de que sus respectivos directores llegaron para quedarse y que son, además, de los más talentosos del cine mundial. Ya hemos comentado las primeras dos en una nota previa al festival; la tercera, En guerra, expone el enfrentamiento de un grupo de trabajadores de una fábrica francesa de autopartes contra una patronal que pretende cerrar sus instalaciones y trasladarse a otro país más redituable, dejando sin empleo a 1.100 operarios. Como las otras dos películas, despliega actuaciones excelentes, una anécdota impactante y un realismo estremecedor. Sin dudas, el mejor cine social y político es europeo.
Argentina, como ya suele ser costumbre, produjo varias de las mejores películas latinoamericanas proyectadas. El documental (¿“docuficción”?, ¿mockumentary?) Los corroboradores, de Luis Bernárdez, supone un trabajo descomunal: una rigurosa investigación histórica, una extensa recopilación de material de archivo y un esmerado montaje. El resultado es una obra sarcástica, imparable y muy divertida, en la que se relata una historia delirante de cómo a finales del siglo XIX una logia supersecreta se dedicó a copiar escrupulosamente los edificios de París, reproduciéndolos en la pujante ciudad de Buenos Aires. Cualquier correspondencia con las ínfulas aristocráticas y los aires de grandeza perceptibles en la ciudad vecina serán mera coincidencia.
Amor urgente, del director Diego Lublinsky, rememora las primeras comedias de Martín Rejtman, proponiendo una historia sencilla ubicada en un pueblo llamado Resignación, con protagonistas adolescentes casi marcianos, apurados por concretar su primera relación sexual. Cine que compensa su bajo presupuesto con buenas ideas, como la de colocar a los personajes sobre fondos difusos, con retroproyecciones y croma, reforzando la sensación de atemporalidad. En cambio, en Sueño Florianópolis la directora Ana Katz sí elige un lugar y un momento específicos para ubicar la acción: los años noventa y la ciudad costera brasileña del título. La película presenta situaciones cotidianas que bordean el encanto y el llano patetismo, con diálogos casuales en los que importa mucho más lo que corre por dentro de los personajes que lo que verbalizan realmente. El viaje de vacaciones de un núcleo familiar en crisis es un motivador de choques culturales, de rebeldía y liberación, de aprendizaje y también de crecimiento. Una ruptura puede llegar a ser tan dramática como involuntariamente hilarante, y Ana Katz la explora con talento y comprensión.
El cine uruguayo estuvo presente con dos estrenos de cineastas noveles. En el pozo es la ópera prima de los hermanos Bernardo y Rafael Antonaccio, y concreta un tipo de cine de género totalmente novedoso para nuestro país. Se trata de un thriller psicológico de atmósferas recargadas, ubicado en una cantera calurosa y abandonada, en la que cuatro personajes viven una situación tensa que va in crescendo. La película logra sostener muy bien el suspenso y cuenta además con la presencia impagable de Rafael Beltrán, un actor que parece nacido para la gran pantalla y al que seguramente veremos pronto en otros protagónicos. Por su parte, Las rutas en febrero es el primer largo de Katherine Jerkovic (uruguaya radicada en Canadá) y cuenta una anécdota de importante carga autobiográfica en la que la protagonista vuelve a su pueblito natal del interior de Uruguay para reencontrarse con su abuela. Una película más bien reposada y sugerente, que recrea notablemente la vida y la interacción vecinal de muchas localidades del Interior. Ambos filmes tendrán, en breve, su correspondiente estreno en Montevideo.