Llegar a Cinemateca sin saber nada de lo que se va a ver es un ritual con el que Google parece haber acabado: la posibilidad de acceso instantáneo a la información estimula la ansiedad de averiguar previamente de qué se trata la película. Sin embargo, la antigua práctica de la cinefilia enseña que ejercer cierto control sobre el automatismo rinde sus frutos: nos permite encontrarnos, de tanto en tanto, con experiencias deslumbrantes, que aumentan su intensidad debido a que no hemos tenido anticipación alguna. Fue lo que sucedió en la sala 3 cuando se apagaron las luces y comenzó Responsabilidad empresarial, la película documental de Jonathan Perel, director argentino que, con este título, ganó el premio a mejor dirección en el último Bafici.
Antes de entrar, las trabajadoras de la boletería me habían comentado que algunas funciones se habían suspendido por la ausencia total de público. Ese día, dentro de la sala, éramos cinco personas. Y así, sin anestesia, empezaron los planos fijos que componen la película. Una cámara dentro de un auto, detrás del parabrisas, encuadra el edificio de una fábrica recortada en el cielo. Lo que vemos se sitúa en el presente, pero hay una intención muy clara en la fijeza de ese encuadre y en su contrapunto plástico/sonoro: evidenciar los signos del pasado, esos que se amontonan en capas, tapándose unos a otros hasta volverse invisibles. Una extraña voz over, neutra, aburrida o, tal vez, fastidiada, comienza a leer extractos del informe argentino Responsabilidad empresarial en delitos de lesa humanidad: represión a trabajadores durante el terrorismo de Estado,1 producto de una investigación reciente. El plano de una fábrica. El plano de otra fábrica. Otra empresa, otro plano. Atardecer. Las luces de la calle comienzan a encenderse. Es la misma empresa, pero la fábrica es diferente, está ubicada en otra provincia. Otra empresa más, y otra. Y otra. Todos los planos están filmados desde adentro de un auto. Son planos generales, con sonido ambiente naturalista. No hay música. Solo la voz over que lee. También hay logos. Es como un catálogo. Logos locales y multinacionales. Ledesma. Tenaris. Alpargatas. Mercedes Benz. Fiat. Ford. A lo largo de todo el país y de todo el metraje. Jujuy. Tucumán. Salta. Provincia de Buenos Aires. Ciudad Autónoma de Buenos Aires.
La profundidad de campo hace lo suyo: en cada plano, al fondo del encuadre está la fábrica o, en su defecto, un terreno vacío o una casa. En general, las fábricas locales están abandonadas y derruidas, y las multinacionales siguen vivas. En algunas de las compañías más grandes, el auto que filma no ha podido llegar hasta el lugar real en que se encuentran los trabajadores. Parece haber sido obligado a frenarse en un cartel, en una señal de ruta, en una barrera. Hasta acá. La cámara encuadra, dentro del plano general que incluye el cielo, los árboles, la ruta o la calle, los logos de las empresas que aún existen. Están iluminados y lucen perfectos, escritos sobre postes luminosos o gigantografías publicitarias. Pero delante de los edificios y los logos pasan otras cosas. Un señor con casco de moto revuelve la basura. Una adolescente pasa caminando sola con auriculares y una mochila. Llueve sobre el asfalto. La basura se acumula en un desagüe. Vuelan los pájaros, incólumes.
Mientras miramos esos planos a lo largo del tiempo, en un continuo que parece infinito, la voz over lee los datos del informe vinculados a cada empresa. Algunas palabras se repiten. Aquí, en esta fábrica, tantos trabajadores sufrieron delitos de lesa humanidad. Tantos desaparecidos. Tantos asesinados. Tantos sobrevivientes. Tantos niños apropiados. Listas de trabajadores señalados por las patronales, artífices del terrorismo. Ocupación militar consensuada con los empresarios. Destinación de recursos de las empresas para el plan de represión genocida. Señalamiento de delegados sindicales. Persecución y secuestro de trabajadores sindicalizados. Represión y tortura dentro de los predios del establecimiento. Reducción de derechos laborales. Reducción de costos. Reducción de personal. Aumento de la productividad. Estatización de la deuda de cada empresa por tantos y tantos millones de dólares.
La aparente simpleza de la puesta en escena logra su cometido: evidenciar el horror. Hacer que lo traguemos como en una torta milhojas, en diferentes capas de significado que se articulan hasta taparnos la garganta y cortarnos la respiración. La obscenidad de la existencia actual de tantas de esas empresas, como si nada hubiera pasado. La siniestra simbología económica y social de los edificios, tanto de los destruidos por la desindustrialización como de los que lucen pujantes e hipertecnificados. Lo que pasa en la calle, alrededor de esos lugares. Las personas que andan por ahí, llevando las marcas de la desigualdad en los cuerpos. La vida que sigue. Que siempre sigue.
EL INFORME DE INVESTIGACIÓN
La película está basada en ese informe que, en 2015, un grupo de investigadores argentinos llevó a cabo. Entre ellos estaba Victoria Basualdo, doctora en Historia e investigadora del Consejo Nacional de Investigaciones Científicas y Técnicas. En conversación con Brecha, Basualdo expresó que la publicación fue producto de un esfuerzo de acumulación en derechos humanos que comenzó en los ochenta, se interrumpió en los noventa y pudo retomarse a partir del primer gobierno kirchnerista, que derogó las leyes de Obediencia Debida y Punto Final, un proceso de colaboraciones, resistencias y búsquedas de verdad que empezó a cristalizarse en acusaciones cada vez más concretas, en 2013, con el libro Cuentas pendientes. Los cómplices económicos de la dictadura, de Horacio Verbitsky y Juan Pablo Bohoslavsky.
Ese libro abrió –o reabrió– el camino para que muchas investigaciones se llevaran adelante, entre ellas la que derivó en este importante trabajo colectivo. El informe logró divulgar información inédita y presentar un abordaje sistemático y comparativo en torno a la relación entre empresas, terrorismo de Estado y represión al movimiento sindical. Y llegó a manos de Jonathan Perel, que decidió convertirlo en película. Porque el cine documental puede resistirse a relatar el mundo como lo hacen los medios hegemónicos. Aunque no llene salas, continúa dando la batalla contra formas de representación audiovisual que ocultan la memoria, construyen simulacros y naturalizan modos de convivencia basados en una desigualdad que no es natural, sino el resultado específico de una planificación sistemática.
Estos procesos de investigación tuvieron ecos en toda la región. En Uruguay, a pesar de algunos esfuerzos impulsados, por ejemplo, por el Instituto Cuesta Duarte, la existencia de investigaciones académicas que cuenten con esa contundencia todavía parece imposible. La única excepción es el libro El negocio del terrorismo de Estado. Los cómplices económicos de la dictadura uruguaya, una selección de artículos compilados por Bohoslavsky. Casi en su totalidad, el libro habla de procesos generales y especulaciones teóricas. En cambio, en el informe argentino los empresarios tienen nombres y apellidos. Y están los logos de sus empresas. Ahí, ocupando el centro del cuadro, demostrando que la teoría de los dos demonios no fue más que una jugada maestra de la mentira organizada. El Aguilar. La Veloz del Norte. Las Marías. Swift. Molinos Ríos de la Plata. Dálmine Siderca. Petroquímica Sudamericana.
Además de demostrar la importancia de reivindicar el movimiento sindical con base en la comprensión global de su dimensión histórico-política en la lucha por la ampliación de derechos –y también que algunos de sus problemas fueron instalados, literalmente, a sangre y fuego–, esta película divulga con descarnada lucidez el concepto de responsabilidad empresarial y sus implicancias. Dice Basualdo en uno de sus artículos: «El concepto de complicidad aparece comúnmente utilizado para describir el acompañamiento de una acción desarrollada por otro actor y, justamente, no se desprende de la evidencia estudiada que estas empresas hayan desempeñado un papel complementario o subsidiario del accionar militar. La articulación entre prácticas e intereses de las fuerzas militares y de la dirigencia empresarial aparecía […] como un dato central, y para dar cuenta de esta alianza o confluencia se propuso entonces el concepto de responsabilidad, que permitía reflejar, en una forma más clara y contundente, el papel activo que tuvieron las empresas en la represión a los trabajadores, y el peso específico de su accionar, que no podía calificarse como complementario».2
1. Investigación editada por la Dirección Nacional del Sistema Argentino de Información Jurídica. Disponible de modo gratuito en www.argentina.gob.ar/derechoshumanos/unidadespecial/publicaciones-de-interes.
2. «Tramas económicas y responsabilidad empresarial en la última dictadura argentina», de Victoria Basualdo. En el libro Pasado/presente: las disputas del sentido. Debates en historia, memoria y comunicación, de Daniel Badenes y Luciano Grassi (compiladores). Universidad Nacional de Quilmes Editorial. Bernal, 2021.