Mi respuesta al título de la última nota de Gabriel Delacoste –“El socialismo no es un capitalismo” (Brecha, 30-I-15)– podría ser: yo no dije eso. Pero a la inversa sé que Delacoste no afirma que el socialismo es opresión y que debates escritos fijan interpretaciones sin captar del todo los significados reales. El último artículo de Delacoste expone coincidencias y discrepancias dentro de una solvencia teórica versátil y un balance compartible de la vigencia de legados marxistas y otros enfoques. Por mi parte cierro mi participación en este debate reconociendo el valor político de su alerta sobre la contradicción permanente y estructural entre lógica de capital y socialismo democrático, o su énfasis en la cuestión de la superación del capitalismo como problema actual.
Esta intervención final permite profundizar cuestiones en las que de cualquier modo persisten las diferencias.
En primer lugar Delacoste observa que: “Pensar al mundo como un pluralismo de capitalismos implica la misma trampa que pensar cualquier cosa como un pluralismo: oculta el poder, las relaciones, la historia”. Para defender la esperanza de vencer al capitalismo que gobierna el sentido del mundo, Delacoste afirma el monismo. El cómo es denunciar desde el título a gente que al complejizar el análisis hace las cosas más difíciles allí donde son simples: el capitalismo es uno, el imperialismo existe, y determina hasta el bienestar estudiantil. Si mejoramos el bienestar estudiantil, ¿estaremos dando batalla contra el imperialismo, o simplemente ayudando a su perpetuación? Para mí el capitalismo es unidad y es diversidad, la globalización es un sistema de contradicciones. Delacoste extrapola la crítica del papel del pluralismo liberal en filosofía y ciencia política encubriendo poderes y conflictos –en esto sigue a Laclau– hacia el estudio de modelos de desarrollo y rechaza perspectivas que estudian las diversas vías de capitalismo cuando justamente la economía neoclásica defiende una visión monista del mundo y del capitalismo.
En segundo término ciertas lecturas sobre el sistema mundial presentan problemas.
Harvey ve un exceso de coherencia del comportamiento global del capital, absolutiza las empresas como unidades del sistema y deja en el aire la idea seductora del sistema mundial como un juego de war por posesión y desposesión de recursos mientras clases y movimientos avanzan o retroceden en casilleros del tablero global. Las teorías del sistema mundial –Wallerstein, Brenner, Harvey, Arrighi– captaron la importancia de la competitividad en la globalización actual. Pero como dice Alejandro Portes, “el postulado de una unidad universal de análisis constituye una gran debilidad porque el nivel donde tienen lugar muchos problemas, dilemas y decisiones del desarrollo es el intermedio”, lo cual debilita su potencial de predicción de estrategias políticas concretas contra las peores tendencias del capitalismo contemporáneo.
Portes señala: “Es necesario prestar mayor atención a los factores de orden doméstico, incluyendo las características de los estados, la relación de los estados con las clases en la sociedad civil, y el tamaño y la densidad de la población”.
La dinámica de empresas corporativas, acumulación privada y mercados autorregulados excluye al Estado, la demografía o estructuras domésticas de clases y poder.
En La gran transformación, Karl Polanyi ya mostró cómo los estados jugaron un papel crucial en la creación de los mercados autorregulados, y Pikketty observa que “El regreso al Estado no se plantea para nada de la misma manera en la década iniciada en 2010 que en los años treinta por una simple razón: el peso del Estado es mucho mayor hoy de lo que lo era entonces y, en cierta medida, es aun mayor de lo que jamás había sido”.
En el nivel de análisis de generalizaciones históricas en que se mueven los teóricos sistémicos apenas se detienen en análisis de Estados Unidos, China, Rusia.
Aun así se observa la diversidad de capitalismos.
Por ejemplo en el caso de China, Giovanni Arrighi –Adam Smith en Pekín, orígenes y fundamentos del siglo XXI1 – muestra que “el relativo gradualismo con que se han llevado a cabo las reformas económicas y las acciones compensatorias con las que el gobierno ha tratado de fomentar la sinergia entre el creciente mercado nacional y la nueva división social del trabajo muestran que la creencia utópica del credo neoliberal en los beneficios de la terapia de choque, gobiernos minimalistas y mercados autorregulados ha sido tan ajena a los reformadores chinos como lo era a Adam Smith, en cuya concepción del desarrollo basada en el mercado los gobiernos emplean los mercados como instrumento y liberalizan gradualmente el comercio para no perturbar la tranquilidad pública” (pág 372).
En tercer término, Delacoste me atribuye “nacionalismo metodológico”.
Estudiar formaciones sociales concretas desde el sistema mundial supone un salto abismal de nivel de análisis. Se trata de lo contrario. Proponer explicaciones y dar cuenta de lo microsocial y de casos nacionales mediante pasos sucesivos exige teorías de alto nivel de abstracción, multicausales, con amplio poder explicativo.
Teorías universales que buscan totalizar de verdad el horizonte mediante explicaciones complejas. Por ejemplo se necesita mucha teoría y evidencia comparada y apropiada al nivel de análisis para captar diferencias y similitudes significativas de los capitalismos de México, Chile o Argentina. No basta el ejercicio deductivo del sistema mundial. Requiere el auxilio de la sociología –con sus estudios de clases, estratificación, poderes–, la economía, la antropología y la historia.
Ese es el esfuerzo integrador de disciplinas de John Gray, por ejemplo –El malestar en la globalización–, que muestra la divergencia de capitalismos dentro de su unidad derribando la ideología neoliberal de un capitalismo único global.
Sobre el tema del pachequismo y el neoliberalismo como parte de un reajuste global del capitalismo creo que está suficientemente aclarado y por mi parte me remito a una visión integral expuesta en “La subjetividad en la crisis de la modernidad” –en Interpretar, conocer, crear2– y puntualmente al propio Harvey, quien en Breve historia del neoliberalismo señala: “Merece la pena recordar que el primer experimento de formación de un Estado neoliberal se produjo en Chile tras el golpe de Pinochet el 11 de setiembre de 1973”.
En cuarto término, el capitalismo “en sí” no ha barrido con todas las viejas relaciones sociales del pasado ni con sus estructuras de poder, y por tanto no agota la comprensión de las dinámicas sociales de nuestro tiempo ni mucho menos.
Si seguimos al marxista Barrington Moore nuevamente observamos diferentes vías de modernización capitalista en curso: vías democráticas, revolucionarias o “conservadoras” y “prusianas”. En este último caso, ampliamente difundido a escala global, la lógica del capital convive con la reproducción de estructuras estamentales, de estatus, y privilegios corporativos que permiten no sólo apropiaciones desiguales de la renta pública según la posición de privilegio de ciertos grupos en el Estado sino desvíos y captura de renta privada que no siguen la secuencia prevista en el modelo de mercado perfecto. La terquedad de la historia demuestra que no son estructuras resabio sino que se combinan con la lógica moderna del capital y configuran tipos de capitalismos corporativos más orientados al mercado o hacia el nacionalismo.
En parte esta es la historia del capitalismo argentino o mexicano, del mismo modo que el capitalismo chileno es resultado de una brutal refundación schumpeteriana del orden capitalista. Captar estas diferencias es fundamental para hacer política y trazar rutas de acción.
Ellen Meiksins Wood recuerda, desde la teoría marxista, que “Las fuerzas productivas establecen las condiciones últimas de posibilidad, pero el rango de relaciones de producción que puede ser sostenido por cualquier conjunto de fuerzas productivas es bastante amplio”. En este terreno el monismo metodológico no libera sino que encubre posibilidades de liberación.
“El socialismo no es un capitalismo”, dice Delacoste. Okay.
¿Qué es? Delacoste sigue sin decirlo. Mientras tanto el Frente Amplio uruguayo, con errores y omisiones, pero también con una estrategia global, promueve reformas para mejorar la calidad de vida de la gente. Toda crítica presupone algún deber ser y cursos alternativos de acción. Pero el socialismo deseado aunque indecible de Delacoste no funda la crítica del capitalismo sino su descripción en términos de los teóricos del sistema mundial. Yo no le reprocho dogmatismo ni nostalgia del fenecido régimen de la Unión Soviética, Europa del este o el maoísmo. Subrayo que tras el fin del socialismo real no se puede pensar el capitalismo, la superación del capitalismo, y el sentido mismo del socialismo sin la experiencia de más de 70 años de regímenes autoritarios y totalitarios que abolieron el mercado y la propiedad privada de los medios de producción. En América Latina el Frente Amplio está abriendo una ruta diferente tanto del capitalismo de mercado chileno como del capitalismo corporativo liberal o nacional popular. El tránsito uruguayo desde el capitalismo democrático hacia el socialismo democrático no es subproducto ni está exento de conflictos o contradicciones ni puede ser en un solo país. Pero ese es otro debate.n
1. Akal editores.
2. Trilce, 1994.