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Enfoque de género

El 42 por ciento de los integrantes de las Farc son mujeres, y desde hace años esa organización ostenta el “récord” de ser la guerrilla con más participación femenina de la historia. La siguen de cerca las kurdas del Ppk, a las que las colombianas nombran como “camaradas”.

Luisa, Manuela y Rosmira, integrantes de las Farc, en las montañas. Febrero de 2016 / Foto: AFP, Luis Acosta

En los años sesenta y setenta ocupaban el lugar de enfermeras, cuidadoras, se preocupaban por el desarrollo de los niños, pero cuando llegaron a Marquetalia, con el comandante Manuel Marulanda
–líder histórico de las Farc–, todo cambió. Fue en 1974 cuando les dieron la categoría de combatientes. A partir de entonces la mujer podía llevar armas y entrar al combate igual que los hombres.

Una gran mayoría no llega a los 30 años. Casi todas entraron con 15, algunas con apenas 13. La guerrilla les enseñó a “no ser explotadas ni esclavas de nadie, sino a desarrollar conocimientos y a ser independientes”. Son palabras de Miriam Narváez, que a sus 26 años dice que en la guerrilla aprendió todo y recuperó la familia que le arrebataron los paramilitares: “No sé si mis padres siguen vivos, la última vez que les vi les habían quitado su casa, sus tierras, todas sus pertenencias. Me vi obligada a buscar mi propio destino y por eso decidí entrar en las Farc y empuñar las armas para defender lo que es nuestro”.

La mayoría son de origen rural, pero también hay muchas que vienen de la ciudad. Es el caso de la bogotana Alejandra Morales Nariño, que cansada de ver cómo perseguían a sus padres por ser comunistas, y cómo desaparecían amigos de la familia, decidió junto a sus tres hermanos alistarse en las Farc. Entró a los 21 años y ya lleva 15 en la organización. Con su metro y medio de altura, sus gafas y su cara de alumna aplicada, no se diría que es la imagen que uno puede tener de una guerrillera. “¿Acaso tengo cara de terrorista? Me alegra que los periodistas vengan a conocernos para que vean cómo somos. Muchos nos llaman monstruos, pero somos gente normal que lucha por la justicia social y por una nueva Colombia.”

Paula Sainz lleva una década en filas de las Farc. Entró a los 16 años pero a los 13 ya se había afiliado al Partido Comunista. Cuando era pequeña tuvo que cambiar varias veces de ciudad porque los paramilitares iban detrás de sus padres, hasta que decidió quedarse en casa de su tía para poder terminar sus estudios. “Yo tengo el bachillerato”, dice con orgullo. Entró en la guerrilla porque estaba “cansada de ver las desigualdades en la ciudad, la pobreza de los campesinos y la violencia del Estado contra el pueblo”. Fue en 2005 cuando se alistó. “Era la época del Plan Colombia, una etapa muy dura militarmente, estábamos en guerra permanente.”

A los tres meses de llegar tuvo que entrar en combate. El primer disparo lo dio en el poblado Las Damas, a unos 50 quilómetros de las Llanos del Yarí, donde se celebró este mes la última Conferencia Guerrillera de las Farc como grupo armado. Las mujeres de las Farc presumen de ser “grandes batalladoras”, y sus compañeros suelen repetir que “es un honor salir a pelear junto a ellas”.

No pasa lo mismo con el enemigo. A Paula le gusta recordar una batalla que dirigía la comandante Liliana Castellano en la que las Farc no registraron “ni una baja”. Pero el Ejército perdió muchos hombres, y el general a cargo, cuando detalló la operación, dijo que lo que “más rabia” le daba era que “fuera una mujer la que comandaba el combate”.

Las Farc tienen completamente prohibido en su código de conducta el maltrato físico y emocional a las mujeres. Todas ellas dicen sentirse “muy respetadas” y denuncian los rumores “infundados” sobre sus compañeros: “Si intentaran violarnos irían directos al banquillo, y en el juicio probablemente les expulsarían. Nadie lo permitiría”, dice Paula. “En las Farc a los hombres no se les da nada, no les preparamos comida, ni planchamos, ni esas cosas que hacen algunas mujeres en la sociedad, sólo les damos apoyo y cariño como ellos a nosotras. Cada uno tiene sus tareas.”

Sus afirmaciones se contradicen con algunos comentarios de viejas glorias, como Pastor Alape, del Secretariado de las Farc. Cuando le pidieron a Alape que hablara sobre el tema de género en la guerrilla dijo que las guerrilleras siempre habían sido “muy importantes en labores como enfermería”. Olga Marín, del Bloque Caribe Martín Caballero, ingresó en las Farc en 1981 y hoy es una de las encargadas del monitoreo del alto el fuego y la dejación de armas en el contexto de los acuerdos de paz. Reconoce que hay “machismo en las Farc”, y dice que no podría ser de otra manera: “Nuestra guerrilla no viene del cielo, sino que está formada por personas que provienen de una sociedad patriarcal y machista. Pero nos declaramos antipatriarcales y hemos enseñado a nuestros compañeros la importancia de las políticas de género”.

Victoria Sandino, encargada del apartado de género dentro de los acuerdos de paz, comenta que “todavía hay mucho que hacer en relación con las políticas de género, pero ha habido un cambio importantísimo. La ‘guerrillerada’ está muy participativa y la profundidad con la que tratan este problema va mucho más allá del uso del lenguaje, que es inclusivo desde hace tiempo”.

Al entrar en la guerrilla las mujeres debían renunciar a tener hijos. “No se puede tener hijos en la guerra, el enemigo los usaría para sacar ventaja, por eso pedimos que salgan de la guerrilla si optan por tener el bebé”, explica Olga Marín.

Paula reconoce sin embargo que cuando se conozca mejor el rumbo del que será un nuevo partido político, se plantea tener una familia con hijos: “A nadie le gusta llegar a la tercera edad solo”, declara.

Sus compañeras, en cambio, ven un futuro sin hijos dedicado exclusivamente al nuevo partido. Todas quieren continuar los estudios que empezaron dentro de la guerrilla. La mayoría de las entrevistadas tenía dos carreras en mente: comunicación y medicina. “Pero haremos lo que sea más útil para el partido”, repiten Alejandra y Miriam. En las Farc están convencidos de que las políticas de igualdad que practican en la guerrilla pueden servir de ejemplo a la sociedad a la que están a punto de incorporarse. “Seguiremos siendo luchadoras políticas, no vamos a ser amas de casa y a criar hijos”, asegura Olga Marín.

No es casual que el enfoque de género sea transversal en todos los capítulos de los acuerdos de paz y que también haya sido una de las guerrilleras la que pidió que se recogieran las demandas de los colectivos Lgbt. Uno de los observadores presentes en La Habana durante la negociación recuerda cómo los jefes guerrilleros no sabían lo que significaba esa sigla, hasta que una de las mujeres lo explicó. “Bueno, si eso es lo que el pueblo necesita, ahora pues vamos a adaptarnos, y claro, añadámoslo al acuerdo”, dijo una voz de la vieja guardia.

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