Llegábamos del exilio. Mi hijo, quinceañero, se
enroló –espontáneamente– con su bicicleta como mensajero entre diversos comités
de base del Frente Amplio, en su primera experiencia de participación en el
ágora ciudadana. Su emoción era contagiosa, nos deleitaba y conmovía.
Consumada la derrota –54 a 46 por
ciento, si mal no recuerdo las cifras–, me sentó en el escritorio, me apuntó
amenazante con su índice y me exigió solemnemente: “Explicame lo que pasó”, es decir, en otros términos, por qué ganó la injusticia.
Yo he
dado muchos exámenes en la vida y tengo la experiencia de que el examinador
suele siempre hacer temblar. Pero este y el “explicame cómo” es la tortura fueron los exámenes más difíciles
de mi vida entera. Sobre todo por lo que implicaba para el país al que
volvíamos y q...
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