I)
Julio de Sosa es el autor de “Génesis Uruguay”, una pintura en la que aparecen las figuras parcialmente desnudas de José Mujica y Lucía Topolansky, en clara referencia al cuadro Adán y Eva que inmortalizara el pintor alemán Lucas Cranach (El viejo) en 1522. El martes 18 de octubre, dos agentes de policía arribaron sobre las 20 horas a la galería de arte de Diana Saravia “con una citación dirigida a su dueña y al artista, quienes prestaron declaración ante el comisario Germán Suárez. El jerarca les solicitó a los emplazados que descolgaran, ‘por delicadeza’, la pintura de referencia, a partir de una orden que fue impartida ‘desde arriba’”. Hasta acá los hechos de público conocimiento.
Hay otros antecedentes similares en la historia del arte vinculados al conflicto que se desata entre la libertad de expresión y la reserva moral que aducen quienes ven lesionados sus derechos, como “Los poderosos en su trono” (2014), de Cristina Guggeri.
Hillary Clinton fue retratada desnuda por Sarah Ferguson (2008), George Bush fue colocado en una partusa con siete enanos y cerdos (2003-2009) en conocida escultura de Paul McCarthy, y una escultura del colectivo Indecline (2016) muestra a Donald Trump desnudo; todos estos son ejemplos de personajes públicos retratados en forma poco convencional.
II)
De Sosa argumenta que la obra fue pensada como una metáfora amable acerca de dos personalidades que, de algún modo, refundaron el Uruguay progresista: un ex mandatario y su esposa despojados de sus bienes materiales, en el paraíso, debajo de un árbol en el que se ve un nido de hornero. También aparece la perra Manuela que, según el artista “representa la fidelidad y el cariño”, mientras que Lucía tiene en su mano una manzana dorada que, en la mitología, “estaba reservada a las personas virtuosas”. No tengo por qué abrir ninguna opinión sobre esta obra desde el punto de vista de su hechura, pues cualquier juicio de valor sobre sus méritos o deméritos estéticos será tomado como agravante o atenuante, según el caso. Y eso nos conduciría por asuntos absolutamente alejados de la intención del autor y del derecho que dicen tener quienes se sintieron damnificados.
Según la ley 9.739, artículo 21, promulgada en 1937: “El retrato de una persona no podrá ser puesto en el comercio sin el consentimiento expreso de la persona misma (…). Es libre la publicación del retrato cuando se relacione con fines científicos, didácticos y, en general, culturales (…)”. El problema es que toda imagen (la representación de algo que no está presente) será finalmente la reproducción muerta de un objeto vivo, que no compromete juicios de moralidad alguna por no contravenir las convenciones acerca de lo que se entiende por “daño físico”. Por oposición, la legislación puede considerar la representación del cuerpo como “daño moral”, si así lo entendieran los agraviados. El portavoz de la Suprema Corte de Justicia, Raúl Oxandabarat, dijo que la obra puede volver a ser exhibida si la galería así lo desea, aunque puede exponerse a una demanda que “la Justicia deberá resolver si es justificada”. En principio se trata de un desacuerdo insoluble entre la libertad artística, por un lado, y el derecho civil, por otro.
III)
Según la senadora Topolansky, la obra “es una pajería”, y el autor se tomó el tema “para el chijete”, con un “exhibicionismo sin permiso” que está “incluido dentro de una campaña de desprestigio” para “dar palo”. Mujica, por su parte, dijo: “Tienen derecho (esos artistas) a ganarse unos pesos, pero yo creo que las cosas tienen un límite”. Empero, “chijete” es el que se toma la senadora con la confianza de la gente cuando dice: “Yo vi el título de Sendic” (una mentira arriba de otra sobre las cuales nadie demanda explicaciones). La intención del autor no era agraviar el pudor de los retratados, ni “dar palo”, pero sí de “ganarse unos pesos” (400 dólares era el precio de venta al público del cuadro), aunque seguramente desoyó la recomendación de Mujica cuando dijo: “No sé por qué le pegan a este muchacho (por el Pato celeste), que viene de abajo (…), muchos deberían tomar su ejemplo”; dado que Julio de Sosa eligió “hacerse unos pesos” de otra forma, alejado de esos consejos obscenos y del abrigo de los poderosos. Como era previsible, la muchachada progresista que insultó y amenazó de forma violenta a De Sosa con cientos de cánticos de barra brava, también puso su foco en “los pesos”: sucede que esa muchachada piensa que las cifras ofrecidas para la compra del cuadro se podrían disparar de forma sideral. Quién sabe. De cualquier modo, el autor ha señalado que ya no venderá la obra y espera que todo regrese a la “normalidad” (es decir, volverá a su trabajo como empleado en una empresa maragata), en un país donde el mercado del arte es prácticamente inexistente, al tiempo que los artistas somos poco menos que basura.
Por su lado, Diana Saravia, la dueña de la modesta galería de arte, tampoco libará las mieles del poder financiero, más allá de los quince minutos de difusión que le regaló la prensa. No es una diputada oficialista analfabeta ni tiene amigotes que se toman una selfie en el quincho de Varela, pero tampoco es una diputada perteneciente al Partido Colorado, como se llegó a decir con el propósito de descalificarla.
IV)
El viernes 21 de octubre, el matutino El País publicó una caricatura de Arotxa, en la cual se ve a Mujica y Topolansky, desnudos, bajo la sombra de un árbol de marihuana. Para algunos, una caricatura todavía “duele menos” porque el tipo de representación no es figurativo. Esto es: mientras que la caricatura se “aleja” de las proporciones reales de la anatomía humana, una obra realista se “acerca” más al retratado, pues deja en evidencia detalles del cuerpo asociados con una idea personal de pudor (senos, genitales, etcétera). Sin embargo, no es posible desacralizar mucho más la imagen de Mujica y Topolansky cuando ellos mismos se han encargado de desacralizar los signos convencionales que emergen de sus investiduras públicas. Un personaje pop que abarrota estadios como Mujica, en un mundo de empresarios que lucran hasta el hartazgo con su imagen (desde Kusturica hasta un vendedor de caretas), se viene a desvelar ahora por “los pesos” que puede arañar un artista con esta pintura. Como expliqué en otro medio, quizá aquel lucro masivo no le incomode, porque a pesar de que su imagen esté estampada en el calzoncillo de un asiático, sigue siendo todavía un signo que le provee de brillo a su narcisismo. Si para algo sirvió la obra “Génesis Uruguay” fue para asomarnos a la verdadera “desnudez” de los personajes retratados.
V)
Envío de la policía en un claro acto de intimidación, posible “demanda civil por injurias”, conceptos destemplados que escarnecen al autor y a la galerista, reaccionarismo pueril que es aprobado o reprobado según de qué lado político partidario estén los protagonistas. Y sí: las cosas tienen un límite. El patoterismo debería ser una de esas cosas. La ignorancia e hipocresía profunda parecen no tenerlos.