Probablemente nadie levantaría ni una ceja si se hablara mal de la monarquía o de la familia real, pero guay del que ose mentar el nombre de Elizabeth II, la monarca que durante 70 años representó no solamente la estabilidad, la continuidad y la tradición de Reino Unido (y lo que queda de aquel imperio llamado hoy día la Mancomunidad de Naciones), sino, además, la determinación, la ecuanimidad, la fidelidad, la fe y la vocación de servicio de su cabeza de Estado. Que además de todo esto se haya transformado en un ícono cultural global cuya popularidad no hizo sino crecer a lo largo de siete décadas la vuelve uno de los personajes más carismáticos del siglo XX.
Para los habitantes de una joven república latinoamericana resulta difícil entender no solo que una institución tan anacrónica ...
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