«El problema más grande en Latinoamérica es de clase» - Brecha digital
Noelia Custodio en Montevideo

«El problema más grande en Latinoamérica es de clase»

La comediante, comunicadora y youtuber argentina presentará su espectáculo en Montevideo el 10 de mayo en La Trastienda. En diálogo con Brecha, conversó sobre su nueva rutina laboral, el humor, las consecuencias de la pandemia en la salud mental y su desacuerdo con ciertos discursos hegemónicos dentro de los feminismos.

Difusión

Fue coconductora, durante cuatro años, del programa periodístico Segurola y Habana, de la radio online Futurock, hasta que en marzo de 2021 –algunos dirán que en su mejor momento– renunció. Actualmente conduce Crossover, junto con Julio Leiva, en Vorterix, así como el programa semanal Qué olor, con Charo López, en El Destape. Su material de trabajo se basa, mayormente, en la reacción a contenidos (llamados por ella misma falopitas) disponibles en Tiktok y Youtube. Es un sello de su estilo su famoso Club de lectura, en el que reseña libros biográficos de íconos faranduleros de las décadas del 90 y el 2000, como Guillermo Cóppola, Silvia Süller y Carmen Barbieri. Es devota de la marihuana, los relatos paranormales y Uruguay.

—¿Cómo venís con esta nueva rutina llena de radio?

—Rebién. Venía de un año solo con funciones y con Youtube, que estuvo buenísimo, pero también fue muy desordenado. Me vino bien parar con eso y meterme en la radio de vuelta. Me di cuenta de que extrañaba. Primero me propusieron lo de El Destape. Me dijeron que armara un programa de una vez por semana y se me ocurrió decirle a Charo que lo hiciera conmigo. Ahí salió Qué olor, que me tiene muy contenta y no es tan exigente. Justo cuando cerré con El Destape, apareció Leiva para proponerme la segunda mañana de Vorterix. Primero dudé, porque era algo de todos los días, lo que significaba que no podía viajar tanto. Fue un ida y vuelta largo, pero al final dije que sí, porque también tuvimos la oportunidad de armar un equipo. Me gusta estar a las 13.00 con el trabajo ya hecho, entre comillas. Porque mi trabajo no termina ahí: sigo con las fechas, sigo viajando. Estoy bastante ocupada pero contenta.

—Tu salida de Segurola y Habana les causó mucha pena a los oyentes de la comunidad de Futurock y también cuestionamientos. ¿Cómo fue el ingreso a la radio de Mario Pergolini? ¿Te cayó mucho hate?

—Mucha gente enojada por mi jefe. Quiero ver a sus jefes, a ver cómo son: si son deconstruidos, si son piolas, si tienen todo en regla. Me cayó menos hate del que esperaba y más del que me merecía. Pero esos fueron los fans de Futurock, que venían muy direccionados. Es que, cuando sos fan de algo, te agarra esa. Dan ganas de decirles: «Pará, bo, ¿que te metés, si no sabés?». Pero, bueno, la mejor.

—¿Qué búsqueda interna te representa actualmente?

—Me importa cada vez más la tranquilidad. Parece mentira, porque estoy con un montón de laburo, y eso es un poco lo contrario a estar tranquila. O no, porque por las cuestiones económicas sí te deja tranquila. Pero me refiero al ir de acá para allá los fines de semana, por ejemplo. Quiero tranquilidad. No quiero pelearme tanto. La etapa de 2018 y 2019 fue muy bélica. Estuvo buenísima, porque descubrí un montón de cosas, pero también me enojé por un montón de otras, que me di cuenta de que, quizás, necesitan otra estrategia. Después de estar enojada durante años, siento que puedo transformar eso en algo un poco más interesante, más útil. A su vez, son tres horas de aire por día y es bastante lo que una dice. Tener que estar todo el tiempo al aire implica pensar lo que decís. No tengo tanto miedo de meter la pata, pero sí quiero estar tranquila con el discurso que manejo. Trato de ser coherente. Conmigo, ¿eh? No es ningún palo para nadie.

—¿Y cómo se logra esa tranquilidad? ¿Con terapia?

—Terapia. Me resirve. La he necesitado mucho estos últimos dos años. Una capaz que siente que no tiene secuelas de la pandemia, pero la verdad es que sí. Está bueno tener un acompañamiento terapéutico. Pero no es solo por la terapia. Me parece que es parte de tener 32 y no 25 (con todo respeto a la gente de 25): me veo distinta, veo una evolución, un cambio. Me parece importante no verte igual a lo largo de los años, habitar la contradicción y el cambio de enfoque.

—Tu humor es extremadamente auténtico. ¿Eso se construye seriamente?

—Me interesa que mi contenido parezca genuino, aunque no lo sea tanto. No me refiero al contenido en sí, sino a las funciones, por ejemplo, donde estás en un escenario haciendo el mismo chiste un montón de veces. No quiero que se note, sino que parezca que se me ocurrió en ese segundo. Ojo, hay cosas que también se me ocurren en ese segundo. Me gusta tener una estructura y, de repente, ir metiendo cositas, permitirme estar con el público, improvisar.

—Has contado que en la niñez hiciste del humor un mecanismo de supervivencia y una máscara. ¿De adulta lo considerás tu herramienta política?

—Es una herramienta para todo: para el trabajo, para la política, para chamuyarme a alguien, para hacer amigues. Lo uso para todo, porque es la manera que tengo. Hay gente que me pregunta si soy así siempre. Y sí, soy así siempre, aunque hablando un poco más bajo, probablemente. Tiene sus beneficios y sus costos esto de tener tus mecanismos de defensa como herramienta de trabajo.

—Y, más allá de la tranquilidad, ¿sigue habiendo cuestiones que te dan ganas de romper todo?

—Ah, sí. Me dan ganas de romper todo, más en la interna que en la externa. Porque a los de afuera ya los conozco. Ahora acá, en Argentina, está pasando que tenemos una presencia muy fuerte de candidatos que no son ni macristas ni peronistas. Y, bueno, yo ya no estoy en plan de bardear, y que se vayan a la mierda. Porque, al final, la militancia es siempre para los mismos: la rosca interna, el espiral hacia adentro. En ese sentido, me parece que el progresismo cometió un error: no supo captar un público nuevo. Siempre se habló para los de adentro, nunca para los de afuera. Eso excluye.

—¿Y del feminismo mainstream qué tenés para decir?

—«Mirá qué feminista que soy. Pero mirá que yo soy más feminista. No, yo soy más feminista.» Bueno, que se queden en el feminismo. Yo tengo ganas de fumar porro y ver a mis gatos. Te juro. Hay tanta hostilidad. Con la pandemia y la muerte del Diego hubo un montón de fragmentaciones. Se quejan de que no nos unimos. Y no, no nos unimos, porque ya terminó el aborto legal. Terminó una lucha que nos unía mucho. Después te das cuenta de que, cuando una cosa se conquista, ya no tenés tanto en común con la otra gente. Y me parece que eso está bien. Hay que dejar de pensar el feminismo como un partido político y pensarlo como una corriente, que es lo que es, y que cada quien lo interprete de distintas maneras, atravesado por su ideología. El problema más grande en Latinoamérica es de clase, y de eso el feminismo mainstream se olvida.

—¿Qué discursos hegemónicos de los feminismos actuales te hacen más ruido?

—Todo lo que esté en contra de las mujeres trans y de las trabajadoras sexuales. Yo de ahí huyo. Me parece lo peor del mundo. Le huyo a todo lo que sea moralista. Y no se dan cuenta de que están siendo muy moralistas. El abolicionismo está un poco desdibujado, porque hay otras cuestiones que tomaron más potencia, pero sigue siendo el mainstream. Se jactan de que, ay, la hegemonía, pero son la hegemonía. Las periodistas que tienen la palabra, las que tienen el mástil del feminismo, la mayoría son abolicionistas.

—En España pisa fuerte también.

—En España son europeos. No tienen ni idea de cómo se vive en Latinoamérica. No lo pueden comprender. Tienen mucho tiempo libre, euros y poca inflación. Esto hace que no puedan empatizar con el trabajo y los derechos laborales. Y menos con los de las mujeres migrantes. Por más deconstruides que piensen que están, sus feminismos y los nuestros no son compatibles.

—Del show del 10 en La Trastienda, ¿qué podés adelantar?

—Siento y percibo que está muy oscuro, porque no estoy en el mejor momento anímico. Se murió mi gato y estoy triste. Bueno, no te digo que es triste, pero es dark. Pero me estoy divirtiendo haciéndolo, y es raro, porque no suelo divertirme los primeros meses de estreno.

—¿Cuáles son tus ambiciones profesionales?

—No tener que trabajar nunca más. Quiero viajar, charlar con amigues, divertirme, reír. Me gusta lo que hago y obvio que lo disfruto, pero creo que la humanidad entera no debería trabajar. Pero, bueno, hay que moverse en este mundo capitalista. La dicotomía es que a mí me gustan las cositas. Digo que no quiero trabajar más, pero quiero tener un Iphone. Habito esa contradicción, me río y sigo adelante.

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