Perteneció a esa estirpe de creadores que no distingue entre la expresión artística y el diseño gráfico, que desmarca los límites posibles entre ambas actividades. Tal vez sea por eso que su trabajo en los últimos años tiende vínculos –la mirada incisiva, el delicado apunte– con aquellas primeras imágenes que compuso en los años sesenta para el Club de Grabado de Montevideo (Cgm).
Hugo Alíes nació en Santa Fe, Argentina, pero a los 9 años se radicó en Montevideo. Estudió en la Escuela de Bellas Artes, en el Cgm, en la Facultad de Arquitectura y en el Instituto de Profesores Artigas. Los grabados con los que comenzó a sorprender a mediados de los años sesenta participan de forma temprana de esa corriente brutalista que impusieron, en el seno del Cgm, Carlos Fossatti y Miguel Bresciano, en primer término, pero que concitó la adhesión ocasional de otros grabadores como Leonilda González, Octavio San Martín y del propio Alíes. Gracias a ellos, las cabezas humanas y animales se separan del tronco en una gran cantidad de entregas mensuales de grabados del Cgm, y en las tapas de la colección de Aquí, Poesía, que dirigía Ruben Yacovski. En 1967, en el número 38 de la revista, para la carátula de “Poesía checa”, Alíes desmiembra un cuerpo –zapato, cabeza, mano sosteniendo una pluma– para instaurar el orden terrible de la voz poética. Este recurso “jíbaro” forma parte del repertoriobrutalista, que en la década del 60 alimenta la diatriba contra las formas de vida burguesa. Las cabezas flotantes denotan el riesgo de extravío del pensamiento y de la vida social en general, anticipándose a los destinos aberrantes que asomarán en el horizonte político de la década siguiente con el terrorismo de Estado. Desde el punto de vista plástico, también se anticipan al monstruismo, que será un tópico del llamado “dibujazo”, del que Alíes será pionero y protagonista. El término “dibujazo” fue pergeñado por la crítica María Luisa Torrens para definir un fenómeno artístico heterogéneo, en el que se agrupó una gran cifra de creadores jóvenes que se sirvieron de la inmediatez y de la economía del dibujo para la exploración formal y la crítica social. Esa visión monstruosa puede verse en la obra de Eugenio Darnet, Álvaro Armesto, Mingo Ferreira, Nelson Avdalov, Eduardo Fornasari y Washington Ledesma, entre otros.
Hugo Alíes, poco a poco, comienza a alejarse de los dramatismos e incursiona en un dibujo más delicado y humorístico, siempre excepcional en el trabajo de la línea, influyendo o confluyendo en las generaciones más jóvenes, como en Fernando Álvarez Cozzi y Yamandú Canosa. Empujado por el clima tórrido que se vivía entonces, se radica en Buenos Aires y se concentra en el diseño y realización de objetos utilitarios y decorativos, cuestión que le abre un mundo plástico y se transforma en su medio de subsistencia. Ya de retorno a Uruguay, en 1981, es convocado por Jorge de Arteaga, director de la Imprenta As –que más que una imprenta era un estudio de diseño– donde se empapa de la estética de sus admirados integrantes, como Ayax Barnes, Jorge Carrozzino y Carlos Palleiro. Es cuando se inicia la colaboración con la Feria Nacional de Libros y Grabados que lideraba Nancy Bacelo, con una serie de afiches emblemáticos –años 1981, 1982 y de 1984 sin interrupción hasta el 2000– llenos de color y ritmo, que primero recogen la euforia del advenimiento de la democracia y luego se van inclinando hacia una estética más sosegada, pero aún límpida y fresca, hasta el final. En la jovialidad que trasuntan y en el empleo de figuras animales la obra de Alíes se emparenta también con la de Macachín, otro inclasificable. Luego vendrá la etapa de su incursión en los medios digitales, el coqueteo con la abstracción, y la consagración del premio Figari del Bcu en el 2008. Sus últimas exposiciones importantes, entre las que destaca Origen del verbo, de 2012, nos muestran a un dibujante inquieto, vital, imaginativo, que intercala la obra gráfica con maderitas de monte pulidas o intervenidas con una idea escultórica frugal. “Leves anotaciones figurativas densamente poéticas”, dijo de su obra un inspirado Nelson di Maggio. Y es cierto: el lirismo y la elegancia, incluso en sus períodos de grabados oscuros y “densos”, distinguieron la obra de este creador, tan querido y admirado. También su antena para captar el aire de una época o anticiparlo. Esa suerte de termómetro social a futuro fue también la sana envidia de sus pares y el legado que nos deja.