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Lecturas para acercarse a la política china contemporánea.

El imperio de las paradojas

Lecturas para acercarse a la política china contemporánea.

Reunión de clausura de la tercera sesión del XIII Comité Nacional de la Conferencia Consultiva Política del Pueblo Chino, en el Gran Palacio del Pueblo, Beijing, el 27 de mayo / Foto: Xinhua, Xie Huanchi

Un país capitalista y desigual gobernado por un Partido Comunista, un proceso de transformación neoliberal controlado por un Estado fuerte, una sociedad atravesada por violentos cambios bajo el manto de una civilización milenaria. En los últimos años, la naturaleza del sistema chino y su lugar en el mundo han sido objeto de un airado debate dentro de la izquierda, mientras Beijing intenta perfilarse como la nueva potencia global.

Es un hecho curioso que, a 30 años del fin del comunismo soviético, un país gobernado por un Partido Comunista sea candidato a transformarse en la principal potencia mundial. Esto puede producir cierta perplejidad, pero no deja de ser apenas un hecho curioso si entendemos que, aunque se llame “comunista”, China es una potencia capitalista como las otras, sólo que, por el momento, más exitosa.

Estos días, en los medios, aparece una contradicción. Al mismo tiempo que se acepta, sin más, que ese país es una potencia capitalista, se activan en Occidente las alarmas de la histeria anticomunista, que desata macartismos paranoicos. Ante esta paradoja, se hace necesario hacerse algunas preguntas muy básicas sobre la China contemporánea y sus dinámicas políticas: ¿lleva adelante políticas neoliberales en su interior?, ¿en qué medida y de qué forma existe allí un sistema capitalista?, ¿representa el ascenso chino en el sistema internacional una profundización del orden neoliberal o abre la posibilidad de su desestabilización o quizás superación? Estas no son preguntas sencillas y su respuesta excede en mucho lo que puede ofrecer un artículo de prensa: para responder, serían necesarios libros enteros. Pero, justamente, sí podemos hablar de las principales líneas de algunos de los libros más importantes que en las últimas décadas han pensado este tema.

Antes de embarcarnos en esta tarea, es bueno anticipar que para pensar en China es necesario poner en cuestión algunos estereotipos sobre ese país que pueden llegar al rango de mitos. Especialmente, la idea de que es un bloque uniforme, sin fisuras, perfectamente coordinado y controlado (antes por un imperio todopoderoso; hoy, según las narraciones tecnoorientalistas,1 a través de la alta tecnología). Según esa idea, allí no habría política ni disputas. Y tampoco historia: China habría sido siempre China, estática e intemporal.

Si bien es cierto que es una vieja civilización dotada de una notable continuidad cultural y, hasta cierto punto, política, también lo es que su historia fue sumamente convulsa, con muchos momentos de fragmentación territorial y dominación extranjera. Especialmente en el último siglo, se vio sacudida por enormes revueltas estudiantiles, obreras y de liberación nacional.

¿DESAFÍO O ADAPTACIÓN? El economista y sociólogo Giovanni Arrighi (1937-2009) fue uno de los principales investigadores en la línea de la teoría del sistema-mundo. En su libro más conocido, titulado El largo siglo XX (1994), Arrighi narra la extensa historia del capitalismo a través de la secuencia cíclica de potencias occidentales dominantes que se suceden desde el siglo XVI, secuencia alimentada por la competencia económica y militar. Un primer ciclo genovés/español da paso a uno holandés, luego viene uno británico, hasta que finalmente, a mediados del siglo XX, se estabiliza el ciclo de dominio estadounidense en el que vivimos hasta hoy. Cada ciclo implica una mayor expansión e intensificación del modo de producción capitalista y termina cuando la potencia dominante entra en declive en medio de espirales de especulación financiera y endeudamiento. Arrighi sostiene que Estados Unidos comenzó a mostrar señas de ese fenómeno y a declinar en los años setenta, y en su último libro, titulado Adam Smith en Pekín (2007), estudia el ascenso chino y sus implicancias para la evolución del sistema-mundo.

Allí Arrighi va hacia atrás en el tiempo. Señala que China y el resto de Asia oriental fueron tardíamente incorporados al sistema-mundo capitalista occidental y que, de hecho, el país fue, hasta finales del siglo XVIII e incluso principios del XIX, el principal mercado nacional del mundo. China tiene una larga historia como una economía de mercado no capitalista, con una fuerte intervención estatal e inversiones en infraestructura y servicios públicos. Y también una larga historia de relaciones internacionales con los otros países del este de Asia, basadas en un sistema de comercio tributario en el que las relaciones eran mayormente pacíficas, sin demasiadas tendencias a la expansión territorial. Para Arrighi, la China contemporánea y su forma de relacionarse con el mundo debe entenderse como una continuidad de esta tradición.

La otra tradición destacada por Arrighi es la socialista revolucionaria, que, según este autor, juega un papel importante en el ascenso chino. Para él, la explicación de la gran competitividad de ese país no es el bajo precio de la mano de obra, sino su calificación y su relativamente buen estado de salud, herencia de las conquistas del socialismo anterior. El desarrollo chino, así, habría sido desatado por reformas de mercado que no implican necesariamente una transición al capitalismo, ya que, para Arrighi, lo definitorio para considerar capitalista un país es que la clase capitalista tenga el control del aparato estatal. En el momento de publicar su libro, el italiano consideraba que era temprano para saber si China terminaría de transformarse en un país capitalista, sobre todo si allí la tierra seguía sin transformarse en una mercancía. Y, aun si devenía definitivamente capitalista, la pregunta era si el suyo sería un tipo de capitalismo distinto al de Occidente, que promoviera dinámicas diferentes a nivel internacional.

Arrighi resalta que China se esforzó en presentar el suyo como un “ascenso pacífico” y que incluso más adelante cambió de término para hablar de “desarrollo pacífico”, como forma de evitar las connotaciones agresivas del concepto de ascenso. La postura estadounidense ante esto osciló entre intentar “contener” a China rodeándola militarmente e intentar hacerla partícipe del orden internacional.

El politólogo marxista canadiense Leo Panitch no comparte el optimismo del italiano. En su libro La construcción del capitalismo global (2012) muestra una China incorporada de forma subordinada al sistema capitalista mundial, con centro en Estados Unidos, y señala como un mojón de esa trayectoria su entrada a la Organización Mundial del Comercio, en 2001. En ese trabajo, Panitch señala la enormidad de la escala de la economía china, cuyo número de trabajadores industriales “duplica al de los diez principales países desarrollados juntos”, aunque se trata de trabajadores que, en gran parte, carecen de derechos por ser inmigrantes y forman “el precariado más grande del mundo”. Así, “la justificación oficial ‘que algunos se hagan ricos primero para que los otros se hagan ricos después’ presidió sobre la transformación de una de las sociedades más igualitarias del mundo a una de las más desiguales”, mientras “se borroneaba la línea entre las empresas multinacionales y las familias de las elites del Partido Comunista y de los funcionarios del Estado”.

“El patrón desparejo de la integración de China al capitalismo global refleja la estrategia de desarrollo del Estado-partido. Le dio más autonomía con respecto a los flujos financieros globales, pero esa misma estrategia de desarrollo la hizo cada vez más dependiente del consumo del mercado estadounidense y de los bonos del Tesoro estadounidense.” “[En el marco de esta estrategia contradictoria,] para lograr la confianza de los negocios sin ceder el control de la economía, el Estado chino definió claramente los límites del sector estatal, prometiendo limitar su extensión hacia nuevos sectores y permitir la participación extranjera en los ya existentes. Ciertamente el Estado chino mantuvo su habilidad de afectar la tasa y la dirección de las inversiones, no sólo en el acero, sino también en el petróleo, los petroquímicos, el sector automotor, el ferroviario y las telecomunicaciones, y mantuvo nada menos que el control de los bancos chinos más grandes […]. De las 500 principales empresas chinas en 2008, las 43 más grandes eran propiedad del Estado; las que tenían propietarios particulares eran apenas un quinto de la lista y captaban sólo el 10 por ciento del total de ingresos por ventas.”

Entonces, ¿China es un país capitalista? Sin duda, es una economía de mercado y una parte fundamental del capitalismo global. Pero es también un sistema con un gran control político de la economía y, al parecer, con un relativo grado de autonomía respecto de las finanzas internacionales. ¿Cómo podemos caracterizar su huella en el sistema internacional? No es descabellado hablar de imperialismo chino: la acción económica de este país cumple con la definición de imperialismo, que implica la exportación de capital, la importación de plusvalía y la condena a los países periféricos a mantenerse produciendo materias primas, al mismo tiempo que se diferencia de las potencias occidentales en no andar invadiendo países y organizando golpes de Estado por ahí. Sin duda, China no es un foco de la revolución socialista mundial y, de hecho, sabe llevarse muy bien con gobiernos de derecha (véase, por ejemplo, su vínculo con la dictadura de Pinochet). Pero también es cierto que su política exterior ha mantenido a lo largo de las últimas décadas un compromiso más que destacable con la no intervención en los asuntos internos de otros países.

Trabajador en el interior de un Airbus A220, en una fábrica de aviones de la ciudad de Shenyang / Foto: Afp, Str

¿NEOLIBERALISMO CHINO? Wang Hui es uno de los principales intelectuales chinos vivos, dedicado mayormente a la historia intelectual. Una parte importante de su obra no está todavía traducida a las lenguas occidentales, pero algunos de sus libros se consiguen en inglés. Su libro China from Empire to Nation-State (2014) cuenta la historia larga de la modernidad en ese país (anterior, por cierto, a las invasiones occidentales) y es un excelente insumo para hacerse una composición de lugar de las principales líneas de evolución intelectual en la China de los últimos siglos. En un libro posterior, titulado The End of the Revolution: China and the Limits of Modernity (2009), Wang se dedica a, entre otras cosas, pensar los problemas contemporáneos de su país y sus debates políticos e intelectuales.

El prefacio a la edición en inglés comienza con una comparación entre la caída de la Unión Soviética y la estabilidad china. Wang sostiene que la capacidad de China de enfrentar la crisis de los años ochenta fue posibilitada por haber afirmado su soberanía frente a los dos polos de la Guerra Fría y acercarse más bien al Movimiento de Países No Alineados. Además, plantea que las reformas de mercado que comenzaron en ese país en los años setenta encuentran sus orígenes no tanto en el neoliberalismo como en las discusiones sobre la posibilidad de un socialismo de mercado que se dieron en el comunismo chino desde los años cincuenta.

Al mismo tiempo, Wang responde a quienes dicen que en China no habría neoliberalismo porque hay un Estado fuerte. Recuerda que el neoliberalismo siempre tiene (en China y no sólo allí) “íntimas conexiones” con las políticas económicas dirigidas por el Estado. Justamente, el proceso de neoliberalización del país fue liderado por su fuerte Estado, apunta Wang, e implicó una profunda transformación de las relaciones de clase: la “reforma” de los derechos de propiedad se hizo a través de expropiaciones de los bienes públicos y colectivos, mientras “el límite entre la elite política y los dueños del capital se hizo gradualmente indistinto”, por lo que “la crítica de la corrupción es también una crítica a niveles mucho más profundos de injusticia y desigualdad”. Se dio, mientras tanto, una paulatina despolitización de la sociedad, en la que el Partido dejó de tener “su propio punto de vista evaluativo o sus propios objetivos y pasó a tener solamente una relación estructural y funcional con el aparato del Estado” (tendencia que, por cierto, Wang ve también en los partidos occidentales). Algunas de las piezas ideológicas fundamentales de este proceso de neoliberalización fueron el rechazo a los años sesenta (tiempo de la Revolución Cultural) y el impulso a los conceptos de “transición” y “desarrollo” (a pesar de las distancias, algunas cosas se repiten en todas partes).

Pero los debates siguieron. En un artículo de 2012,2 Cheng Enfu, economista y miembro de la Academia China de Ciencias Sociales, desglosa las que, según él, son las siete principales corrientes de pensamiento en disputa en su país: el neoliberalismo, el socialismo democrático, la nueva izquierda, el restauracionismo, el marxismo ecléctico, el marxismo tradicional y el marxismo innovador. Cheng comienza señalando que los neoliberales son “poco numerosos, pero están ganando más y más influencia”. Describe a los socialistas democráticos como defensores de la competencia multipartidista y de la idea de que el Partido Comunista, “como grupo de interés con sus propios intereses”, “es incapaz de evitar la corrupción mientras sea el único partido posible en el poder” (Cheng advierte, sin embargo, que políticas de este tipo son las que llevaron a la caída de la Unión Soviética). La nueva izquierda “propone que las reformas condujeron al aumento de la brecha entre los pobres y los ricos”, al tiempo que “enfatiza la igualdad económica y rechaza el crecimiento económico a cualquier precio”. El restauracionismo, o “culto a la antigüedad, considera a los antiguos reyes y sabios como modelos supremos de personalidad y a la sociedad antigua como la ideal”, y “ha penetrado todo tipo de ideología en China, convirtiéndose en una corriente floreciente”. A lo que llama marxismo ecléctico, Cheng lo descarta y considera que es una corriente que se pone “en el lugar de los propietarios”. Cuenta, por otro lado, que el marxismo tradicional, que reivindica a Mao Tse Tung, atrae a “muchos cuadros dentro y fuera del Partido, al igual que a viejos estudiosos”, mientras en la sociedad “se producen sucesivas olas de ‘fiebre de Mao’”, a lo que las elites han reaccionado con “sucesivas olas de demonización de Mao”. El artículo termina con la postura del autor, que él llama “marxismo innovador”. Este implicaría “adherir al Partido Comunista como vanguardia de la clase trabajadora” y a “la posición dominante de la propiedad pública”, pero apostando a una economía de mercado pujante y a una serie de reformas políticas que permitan mejores consultas antes de tomar decisiones.

Claro que, además de las que menciona Cheng Enfu, existe en China una infinidad de otras fuerzas en disputa: protestas de trabajadores, estudiantes y grupos étnicos minoritarios aparecen frecuentemente mencionadas en la literatura sobre la China contemporánea. Y también grupos político-intelectuales, como el Colectivo Chuang, que en febrero hizo un extraordinario análisis de la situación en ese país a partir de la emergencia de la epidemia de coronavirus,3 en el que se pueden ver las tremendas tensiones e incertidumbres que se viven allí. Podemos ver así que, si bien en las últimas décadas China ha sufrido un proceso de neoliberalización, se trata de un proceso lleno de ambigüedades, con importantes disensos internos en lo social y lo intelectual, en el que se ha logrado poner condiciones al capital, se ha obtenido un mayor grado de control estatal sobre la economía y se han logrado importantes transferencias de tecnología.

MIRAR ATRÁS. Los textos aquí reseñados tienen ya unos años, lo que es un problema, dado que la situación de China es sumamente dinámica. Pero tienen en común que nos permiten ubicar su presente en una escala temporal más grande (en décadas, pero también en siglos) y acercarnos a su pluralidad y sus matices. También tienen en común que no hay consenso entre los intelectuales de izquierda sobre lo que pasa allí. Queda claro que en China no hay un gobierno democrático, pero también que su situación no puede reducirse al autoritarismo como explicación de todo. Especialmente porque esa hipótesis a menudo viene con el prejuicio racista de pensar a los chinos como robots obedientes y olvidar que sostuvieron largos ciclos de lucha revolucionaria, socialista y de liberación nacional. Quizás deberíamos prestar algo más de atención a las luchas, los experimentos y los problemas de las tradiciones comunistas de Asia, que nos parecen lejanas sólo porque no estamos habituados a mirar en esa dirección.


1.   El término deriva de la compilación de artículos de crítica cultural editada por David S Roh, Betsy Huang y Greta A Niu. Techno-Orientalism: Imagining Asia in Speculative Fiction, History, and Media, Rutgers University, 2015.

2.   “Seven Currents of Social Thoughts and their Development in Contemporary China with a Focus on Innovative Marxism”. Puede consultarse en: https://cpim.org/sites/default/files/marxist/201204-Cheng%20Enfu.pdf.

3. Disponible en español en lobosuelto.com/contagio-social-guerra-clases-microbiologica-chuang/. Los trabajos originales del Colectivo Chuang, en chino y en inglés, pueden consultarse en chuangcn.org/.

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