Es como si nuestra capacidad para indagar sobre el pasado hubiera perdido espesor y densidad. Como una forma de la soledad radical, el impacto de esas muertes –como las de Judt, Hobsbawm, Le Goff, Halperín, o, en el plano más local, las de Pivel Devoto o de mi maestro Barrán– configura momentos de un enorme desafío para el oficio de historiar, que sólo pueden responderse desde el compromiso renovado con la investigación.
En el caso de Tulio Halperín no sólo se pierde a un gran historiador, tal vez el más importante del último medio siglo en América Latina, con proyec-
ción genuinamente mundial. Con su muerte desaparece un estilo singularísimo de hacer historia, casi imposible de imitar y hasta de describir en sus mínimos detalles. Como él mismo confesó en su autobiografía inconclusa So...
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