El espíritu en la escritura - Brecha digital
LA NUEVA NOVELA DE DANIEL MELLA

El espíritu en la escritura

Este libro se inscribe de forma rotunda en las escrituras que logran desafiar el impulso categórico. En Visiones para Emma, Daniel Mella regresa a la literatura para encontrar una forma de conocer. La búsqueda de sentido se transforma en trama autobiográfica a partir de visiones que pueden ser recuerdo o inspiración, y el viaje es un estado suspendido del retorno.

Héctor Piastri

En el libro X de las Confesiones, San Agustín expresa: «¡Y siendo yo lo más próximo a mí, soy también lo más difícil! Hasta me es desconocido el poder de mi memoria, cuando yo, el que recuerda, ni aun mi yo puedo nombrar sin ella». Para Agustín de Hipona, la memoria es una de las tres facultades del alma y le permite a esta encontrarse consigo misma, recordar lo creído, sentido y experimentado, y distinguirlo. Visiones para Emma comienza con el relato en primera persona de una reunión en Montevideo entre una editora, Emma, y el escritor. Ella le propone que escriba un libro que funcione y venda, un libro espiritual: «… tenés tus diez años sin escribir ni publicar nada. Diez años en el desierto, ¿qué te parece? Tenés una situación ideal. Aprovechala». Luego del encuentro, mientras el escritor camina por la ciudad y piensa en Castaneda y en Levrero, la historia nos llevará a su estadía en Nueva York. Decidió irse de Uruguay años antes, luego de haber publicado sus tres primeros libros –Pogo (1997), Derretimiento (1998) y Noviembre (2000)– y deseaba «rebuscármelas solo. Quería arrancar de cero en la Gran Manzana y no quería recibir la ayuda de nadie, menos aún de un uruguayo…». La coincidencia nominal entre el narrador y el autor no tarda en explicitarse.

En la nueva ciudad ha conseguido un trabajo nocturno y las noches logran ser sacudidas del cuerpo con la visita a alguna playa y nuevos amigos. El relato de la vida en otra parte se enlaza entre excesos, miedos y recuerdos que se yuxtaponen, tan fragmentarios como la memoria y que suponen una posibilidad para que emerjan las preguntas. Al proponerse otra forma de vida y relatarla, ese hombre que se fue del país y de la escritura se irá aproximando a un estado de asombro que le permitirá introducir una duda –metafísica, originaria– respecto del mundo y de sí mismo al tiempo que descubre el yo y el mundo.

Los diálogos y encuentros con personas de diversos lugares y culturas le revelan la inmensidad vedada a los uruguayos, hacen que florezcan reflexiones sobre lo que ha sido dejado atrás y lo empujan a la interpretación. Por momentos no puede escribir, por momentos no sabe o no desea, a veces no se reconoce en lo que ha publicado; las lecturas y las referencias intertextuales propias y ajenas son tan constantes como el recuerdo de los amigos que ya no están más que en la memoria.

El carácter híbrido de las escrituras del yo ha sido especialmente analizado por la narratología y se ha centrado en la complejidad del vínculo entre realidad y ficción, el problema de la identidad autor-personaje-narrador, las diferencias entre la autobiografía y la autoficción, y la metapoética. El recorrido va desde Philippe Lejeune y su «pacto autobiográfico» hasta el «pacto ambiguo» de Manuel Alberca, pasando por la «figuración del yo» de Pozuelo Yvancos. Paralelamente, también se han esbozado posibles relaciones entre la era digital y el exhibicionismo narcisista, posiciones que connotan un rechazo preventivo. Visiones para Emma surfea esas disquisiciones y debates con la potencia envolvente y desafiante de una escritura que no pide permiso ni disculpas. La historia arrastra a la lectura como si un tono espiritual atravesara todas las categorías y, a la vez, ninguna.

PRIMERO EL VERBO

En El hermano mayor (HUM, 2016), la crueldad característica de los primeros libros del autor se había vuelto menos coreográfica y estéticamente placentera; la muerte es un asunto de familia y el humor una estrategia contra el ahogo. En Visiones para Emma la crueldad deviene del no saber. Cuando Margaret le dice que está enamorada, él le responde: «¿Quién dice “amor de mi vida”? Alguien que vio demasiadas películas y escuchó demasiadas canciones pelotudas», e inmediatamente después toma conciencia de que él tampoco se siente real. Cree que ve con claridad, quiere desprenderse y al mismo tiempo no sabe si es posible. Una sensación similar a la que tuvo luego de conocer en persona a Levrero y de leer el Diario de la beca: «… cómo es posible vivir sin estar vivo del todo».

Una de las claves de lectura del libro se hace manifiesta en la historia sobre una charla de Paul Auster a la que asistió en Nueva York: las conexiones azarosas hacen parecer que el mundo puede leerse como un libro y, como consecuencia, predomina en él una «ilusión de significado». Ese es el pathos que comparten los personajes de La invención de la soledad (Auster, 1982), el yo de Visiones para Emma y sus lectores. El desprendimiento y el desarraigo, la vida sin planificación en una gran ciudad y las librerías con vistas magníficas comienzan a no alcanzar, todo parece llevarlo de vuelta a casa, a Levrero, a Uruguay, al padre y a la escritura. José Smith, autor del Libro de Mormón, inicia el diálogo telefónico entre el hijo en Nueva York y el padre enfermo en Montevideo. El conflicto entre la espiritualidad, la teología y la opresión de la iglesia subyace a la historia que el padre cuenta. La fe y la práctica religiosa que marcaron la infancia y adolescencia del hijo fueron abandonadas, pero ese abandono no significó una renuncia a la espiritualidad. Las sobreinterpretaciones, el simulacro vital, el destierro voluntario, la condenada historia literaria uruguaya y los recuerdos de los tiempos de la escritura se encuentran en la pregunta: ¿Es posible una noción como la de espiritualidad desde una disposición secular?

Visiones para Emma, de Daniel Mella. HUM, Montevideo, 2020. 160 págs.

Con Daniel Mella

La amenaza de significar

Daniel Mella cuenta que espera con especial anhelo que se editen libros nuevos de Gustavo Espinosa, Fernanda Trías, Inés Bortagaray y Leandro Delgado. Fue a ver un concierto de Buenos Muchachos y apunta que cada vez tocan mejor. Vive en Montevideo y, al momento de la entrevista, la expectativa está puesta en el sonido del timbre, que anunciará la llegada de las hijas a su casa.

—Si bien a los escritores les suelen preguntar sobre sus procesos de escritura, contigo es particularmente constante la indagación. ¿En tu reciente libro, Visiones para Emma, hay respuestas para esas preguntas?

—Sí, me cansé tanto que capaz las dejé por escrito. Se me vienen presentando textos donde exploro el asunto, a mí también me interesa. Me pregunto hasta qué punto me ha influido que me pregunten sobre eso, no lo tengo claro, no tengo las respuestas. Fernanda Trías hace años me preguntó por qué no escribía sobre el momento en el que perdí la fe. Con Visiones para Emma recordé mucho a Fernanda, porque hasta hoy eso me moviliza. Mandé la novela a principios de año, vino la pandemia y todo se suspendió. Conviví con el libro tres o cuatro meses, pasé por un proceso y decidí no publicarlo. Estaba convencido de que no valía la pena, de que había algo mal en él. Después me volvió el cariño, vislumbré las fallas, lo conversamos con Martín y dos semanas antes de que se mandara a imprenta encontré lo último que no me gustaba.

—En Visiones para Emma, el padre, Mario Levrero, José Smith o Jesús comparten estatuto. Ocupan una posición similar de autoridad. ¿Es una forma de desacralización o de rebeldía?

—El libro está lleno de hombres como jerarquías. Mientras estaba en Nueva York, leí una biografía de Wittgenstein; en un momento cuenta que era admirador de un antisemita misógino y relata el sentido del deber. El deber de todo hombre es convertirse en genio. Me identifiqué con ese sentido del deber ser algo, hacerle honor a un don que tenés que tener y que, cuando no lo explotás, se convierte en culpa. Una de las cosas buenas que me dio la religión es haberme despertado el sentimiento de veneración. Mientras el sentimiento fue religioso, estuvo enfocado en las personas, Smith, Jesús, Dios. Si ese sentimiento de veneración se redirige, creo que hay una chance más interesante y verdadera, porque si le ponés la cara de un tipo, el viaje es cortito. Si podés trascender y abrirte a lo que te rodea, vas mejor que venerando a Dios. No hay que venerar a las personas. Ahora bien, no tener la más mínima capacidad de sentir veneración es lo peor. ¿Por qué está buena la veneración? Porque te ubica en un lugar de humildad, que es lo que te enseña la vida cuando te sacude y te demuestra que estás siendo trascendido. No experimentar nunca el sentimiento de gratitud sin objeto, no haber logrado experimentar eso debe ser infernal.

—Levrero es, además, una referencia metadiscursiva que atraviesa varias dimensiones. ¿La autorreferencia es irónica?

—A mí siempre me gustó cuando Levrero se ponía a escribir sobre sí mismo. El discurso vacío me partió la cabeza. Cuando empecé a leer La novela luminosa me pegó porque estaba dejando de escribir, estaba peleado con la escritura y yo lo tenía a Levrero como incapaz de escribir algo de baja tensión y publicarlo, me construí un personaje que explotó cuando lo conocí. Mientras escribía Visiones para Emma me reía porque pensaba que cuando estás acabado escribís sobre vos mismo, y eso produce culpa –otra vez–, porque supuestamente el arte literario debe ser imaginativo. Pensaba: «estoy escribiendo sobre esta percepción en aquel momento y ahora soy yo el que está escribiendo sobre sí mismo», eso sí que es irónico. Le debo mucho a Levrero, él fue una oportunidad para mí. Lo que pasó fue que me dio susto conocerlo, me hizo pensar en la teoría del segundo padre. Yo no necesitaba otra figura a la que adorar porque estaba en un momento en el que necesitaba asentarme en lo autodidacta. Levrero representaba el peligro de caer en un hechizo.

Entre los escritores que más me gustan están él y Gustavo Escanlar, ambos tienen un perfil autorreferencial. Me encantaba leerlos, leer a alguien que es capaz de mirarse, ser honesto y encontrar interés en su propia experiencia. Para asumirse como héroe de la historia hay que verla, contarla, porque la narración y la palabra tienen la capacidad de significar.

—¿Las visiones son un híbrido entre el recuerdo y la imaginación?

—Creo que el libro trata sobre eso. El personaje de Emma le plantea un tipo de visión que a mí no me interesa, de otras realidades y otras vidas. Es lindo creer en la utopía, yo me imagino un mundo sin jerarquías y sin Estado, pero, para mí, el valor está acá. No quiero esperar cosas como si todo el tiempo faltara algo, siempre reconocí la sensación de vacío, pero esta es la primera vez que intento hablar de eso.

Ahora está de moda hablar de autoficción, no sé si me interesan esas categorías. Lo interesante literariamente es que las cosas amenacen con significar continuamente y que no quede tan claro si –y qué– significan.

—Al inicio hay un diálogo en torno a la escritura de libros espirituales. En el final, emerge la historia de José Smith. ¿Hay un vínculo dialógico circular?

—Para mí, la pregunta sobre qué es lo espiritual es importante. Es una pregunta que busco explorar. Cuando escribís vas descubriendo lo que estás escribiendo, hay algo de la entrega a lo inesperado y lo caótico, de entregarte más allá del deseo. Es ahí donde puedo ver ahora que hay una espiritualidad emparentada con la pulsión y que se opone a la muerte, que sería buscar decir algo predeterminado con la intención de convencer. Mi experiencia religiosa nunca insistió en la importancia de conocerse a uno mismo, que es, para mí, la orden básica y principal de las tradiciones religiosas y místicas. Si le preguntás a un dios cómo se llama, seguro responde: «conócete a ti mismo». Para mí, en eso consiste la espiritualidad desde que volví a tener contacto con estas dimensiones, lanzarse a lo desconocido que es conocerse, el acto de conocer es ir hacia lo desconocido. Empezar con un libro en mente y terminar con otro distinto es lo ideal; si termino el libro que pensé que iba a escribir, no hay revelación, no hay conocimiento. Esa es la diferencia entre lo que pude ver y aprender de chico en la religión y lo que hoy vivo con la espiritualidad.

—¿Es un reencuentro?

—El padre le habla al hijo de la verdadera historia de José Smith, que es el hombre al que su padre admiró y cuyos pasos siguió. Estamos caminando detrás de figuras que han hecho lo posible por fascinarnos y dejarnos trancados en un lugar. Creo que el protagonista veía eso: los modelos y el culto al panteón gigantesco de la cultura occidental operan como un tapón y más cuando se trata de religión, porque hay que rendirle pleitesía a esa imagen. El Buda decía: «Si alguna vez te encontrás con el Buda por la calle, matalo».

—En un diálogo con su amigo Dragan, el protagonista dice: «Nacés sin futuro si nacés en Uruguay y hay que tener sensación de futuro para escribir algo que valga la pena». ¿Tuviste esa sensación de futuro?

—Esas ideas no son las mías. Creo que uno de los motivos por los que dejé de escribir fue para desembarazarme de una aspiración de futuro rígida. Hace un tiempo que tengo la sensación de que el futuro guarda cosas interesantes, de que hay posibilidades. En aquel momento yo detestaba a las personas que tenían el discurso de «Uruguay es un bajón», ese no era mi discurso, era uno al que yo entré en un momento. El discurso de la queja, del que repite que acá no se venden libros. Con el tiempo vi que ese discurso me estaba atrapando, que era el que debía adoptar y entonces me fui.

En aquella época tenía unas ambiciones que ahora no me importan. Estoy más confiado en entregarme a cierto caos. Las posibilidades de éxito no condicionan ni guían mi idea de futuro. ¡No se puede mirar para afuera y odiar el entorno porque no es lector tuyo! En el fondo lo que hay ahí es un corazón roto. Para todos, nuestra propia patria es el infierno.

—Bolaño dice en una entrevista publicada en la semana de su muerte, hecha por Mónica Maristain, «mi única patria son mis dos hijos».

—Capaz que ahí está lo que trataba de decirte. Esa respuesta de Bolaño es elevada, porque hay en ella una sensación de futuro.

 

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