Uno de los problemas con los que deben lidiar los autores de libros de memorias es el de la verosimilitud. Quienes los escriben afirman acordarse de cantidades abrumadoras de detalles, y pueden reproducir al pie de la letra larguísimas conversaciones, incluyendo el momento exacto cuando un interlocutor alzó las cejas con gesto de duda. Para evitar la incomodidad de la incredulidad, ciertos autores escriben novelas basadas en sus recuerdos. No se trata de ese invento de Serge Dubrovsky, la prêt-à porter “autoficción”, sino lisa y llanamente de una novela: un relato del que importa menos si algo de lo que cuenta es verdad, que si se trata de un texto íntegro, auténtico, sin necesidad de apoyarse en algo tan frágil como la realidad. Así, la memoria es un punto de partida pero no una garantía ...
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