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El desafío de Petro tras la primera vuelta colombiana

El conservadurismo que se niega a morir

Escena en Bogotá el día siguiente a la primera vuelta de las elecciones colombianas. AFP, YURI CORTEZ

En Colombia, por al menos dos décadas, conservadurismo, derecha, oligarquía, uribismo y paramilitarismo fueron un gran conglomerado casi indistinguible. En los últimos años, sin embargo, con la ruptura del bloque de poder hegemónico, el conservadurismo se ha ido adaptando a un estatuto posbélico.  Este domingo, los sectores sociales conservadores, especialmente fuertes en la región andina colombiana, han dado un vuelco y desechado al uribismo como su núcleo articulador central. Pero esos sectores siguen allí, ahora representados por Rodolfo Hernández, un candidato que puede ser considerado como populista de centro solo en el sentido de que no tiene una agenda ideológica muy definida de manera explícita. Se trata de un dirigente santandereano, muy pragmático, además de una víctima de la guerra (su padre y su hija fueron secuestrados por grupos guerrilleros) y no un promotor del conflicto bélico (aunque en el plebiscito de 2016 votó No a los acuerdos de paz con las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia).

EL CONSERVADURISMO Y LA COLOMBIA POSBÉLICA

El domingo 29 no solo murió el uribismo, sino que, de un solo golpe, todo el establecimiento colombiano se vino abajo. Sus expresidentes, medios, instituciones, partidos tradicionales, por primera vez en mucho tiempo, habían conseguido un candidato de consenso para la primera vuelta, Federico Gutiérrez, quien no pudo conseguir ni un cuarto de los votos. Mientras el exguerrillero Gustavo Petro se hizo con el 40,32 por ciento de los votos y Hernández cosechó un 28,15, Gutiérrez quedó en un 23,91 por ciento.

Las mayorías ya están en otro lado. Pero cuando hablamos de mayorías nos referimos a un imaginario en el que dejar de ser uribista no necesariamente quiere decir convertirse a la izquierda. En este caso, hay lugar para nuevos líderes conservadores que vayan en contra del establecimiento. Y eso es lo que representa Hernández, exalcalde de Bucaramanga, prototipo del conservador promedio colombiano. Cerrado, incorrecto, amenazador, vituperante, denigrante, Hernández se ha posicionado ahora como el candidato antipetrista que puede arrastrar con cierta facilidad los votos del uribismo derrotado y terminar ganando. Con él, el conservadurismo se ha negado a morir. Para lograr su supervivencia, ha tenido que lanzar al río no solo al uribismo, sino también a la institucionalidad liberal colombiana.

Hernández viene a tratar de capturar el momento posbélico, planteándole tanto a Gutiérrez como a Petro que él sí puede reencarnar el nuevo escenario colombiano, mientras ellos han sido actores del conflicto militar que ha tenido envuelto al país por décadas. Su 28 por ciento en la primera vuelta, aunque anunciado hasta cierto punto en algunas encuestas, fue un balde de agua fría para la izquierda. Hasta hoy, casi una semana después de la elección, el progresismo colombiano, que esperaba una disputa electoral contra el uribismo, aún no termina de establecer un discurso claro ante su novísimo adversario.

¿QUÉ PUEDE HACER PETRO?

Los 8 millones de votos de Petro en esta primera vuelta pueden recordarnos a su segunda vuelta en 2018, en la que casi duplicó los 4 millones de la primera. Es de esperar que en esta multiplicación hayan estado presentes buena parte de los votos que en 2018 había alcanzado el centrista Sergio Fajardo, que de superar los 4 millones en primera vuelta hace cuatro años pasó a alcanzar apenas 800 mil votos en esta ocasión. Por lo tanto, al haber atrapado desde ya esas simpatías, Petro cuenta ahora con pocas peceras donde pescar.

En cambio, con casi 6 millones de votos a Hernández y 5 millones a Gutiérrez, el conglomerado conservador puede ganar cómodamente a Petro, repitiendo lo ocurrido en la última elección presidencial, en la que más de 10 millones de votos dieron la victoria a Iván Duque.

Petro ha dicho que solo necesita 1 millón y medio de votos para ganar. Con esa cifra, sin embargo, aún no llegaría a la suma de los votos de Hernández y Gutiérrez.

Lo cierto es que una parte del resultado dependerá en gran medida de cómo el votante de Hernández de la primera vuelta interprete el apoyo que en el balotaje vengan a darle el uribismo y la odiada institucionalidad colombiana, dado que el antiuribismo y la oposición a las elites han sido el discurso más votado en este ciclo.

De esto puede inferirse que Petro debería buscar los votos para ganar entre los votantes de Hernández, y no entre quienes eligieron otras opciones. Tarea difícil toda vez que se trata de personas que ya dieron su voto al exalcalde de Bucaramanga, pudiendo haberlo hecho por el izquierdista. No obstante, debe tenerse en cuenta el nivel de abstención alcanzado hasta ahora. La primera y la segunda vuelta de las presidenciales de 2018 y la primera vuelta de este 2022 tienen un guarismo invariable: 46 por ciento de electores –18 millones– que no acudieron a las urnas.

¿Quiénes son este 46 por ciento? Esta es la pregunta que deberá hacerse el comando de Petro si no quiere quedar preso de la operación lógica de suma de votos entre las dos corrientes conservadoras de la primera vuelta. Es allí donde su compañera de fórmula, la dirigenta social afrocolombiana Francia Márquez, puede ser clave. Márquez es su cable a tierra que, más allá de recursos simbólicos, ofrecimientos racionales y argumentos políticos, puede entusiasmar a los grandes bolsones de abstencionistas ubicados mayoritariamente en los márgenes de un país pobre y violentado.

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