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Ejércitos fantasma

La guerra de Estados Unidos en África.

Se está librando una guerra invisible, pero real, a lo largo del continente africano. Involucra a Estados Unidos, a una Rusia con nuevo ímpetu y a una China en ascenso. Y es probable que su desenlace defina el futuro del continente y sus perspectivas globales.

Es fácil echarle la culpa al presidente estadounidense, Donald Trump, a su errática agenda política y sus impulsivas declaraciones. Pero lo cierto es que la actual expansión militar estadounidense en África es tan sólo otro paso más en el sentido equivocado, y parte de una estrategia que fue implementada hace una década, durante el gobierno del ex presidente George W Bush, y activamente continuada por Barack Obama.

En 2007, con el pretexto de la “guerra contra el terror”, Estados Unidos consolidó sus diversas operaciones militares en África para establecer el Comando Estadounidense de África (Africom). Con un presupuesto inicial de 500 millones de dólares, el Africom fue lanzado supuestamente para intervenir en países africanos a través de la diplomacia y la ayuda económica. Pero en los últimos diez años se transformó en un comando central para incursiones y acciones militares.

Durante el primer año de presidencia de Trump ese cometido violento se agravó. De hecho, en África se desarrolla una guerra estadounidense oculta que es librada en nombre del “antiterrorismo”.

Según una investigación especial de Vice News, tropas estadounidenses ejecutan 3.500 operaciones militares por año en toda África, un promedio de diez por día. Los medios hegemónicos en Estados Unidos rara vez mencionan esta guerra, dejándoles así un amplio margen a las fuerzas armadas para desestabilizar a su gusto cualquiera de los 54 países del continente.

“El actual número de 3.500 (operaciones) representa un impresionante aumento de 1.900 por ciento desde que fue activado el comando, hace menos de una década, e indica que ha habido una gran expansión de las actividades militares de Estados Unidos en el continente africano”, reportó Vice.

Tras la muerte de cuatro soldados de las fuerzas especiales estadounidenses en Níger, el 4 de octubre, el secretario de Defensa estadounidense, James Mattis, hizo una declaración a una comisión del Senado que no auguraba nada bueno: Estados Unidos está multiplicando sus actividades militares en África.

Mattis –al igual que otros funcionarios del Departamento de Defensa de los anteriores dos gobiernos– justifica las transgresiones militares estadounidenses como parte de esfuerzos “antiterroristas”. Pero esta alusión críptica ya le ha servido de pretexto a Estados Unidos para intervenir y explotar esta enorme región con gran potencial económico.

El viejo y colonial “reparto de África” está siendo reinventado por potencias globales que aprecian cabalmente las dimensiones de la tremenda riqueza sin explotar que hay en el continente. Mientras que China, India y Rusia desarrollan cada una su propia manera de cortejar a África, Estados Unidos ha optado principalmente por la opción militar, que necesariamente causará un daño incalculable y desestabilizará a varias naciones.

El golpe en Mali, en 2012, llevado a cabo por el capitán del ejército Amadou Haya Sanogo, entrenado por Estados Unidos, es tan sólo un ejemplo de ello.

En un discurso en 2013, la entonces secretaria de Estado, Hillary Clinton, advirtió contra un “nuevo colonialismo en África (a través del cual es) fácil llegar, extraer recursos naturales, coimear a los líderes y marcharse”. Aunque desde luego Clinton tiene razón, su comentario poco honesto lo hizo en referencia a China, no a su propio país.

La creciente influencia de China en África es obvia, y sus prácticas pueden ser injustas. No obstante, la política china desplegada en ese continente es mucho más cortés y está basada en el comercio, mientras que la estadounidense se apoya en lo militar.

El comercio sino-africano está creciendo a un “ritmo impresionante”, según reportó la Onu en 2013: aumentó de alrededor de 10.500 millones de dólares por año en 2000 a 166.000 millones  en 2011. Y desde entonces ha seguido incrementándose sin pausa.

Pero ese crecimiento ha estado acompañado de muchas iniciativas que resultaron en muchos miles de millones de dólares de créditos chinos a países africanos para proyectos de desarrollo de infraestructura elementales. Más dinero aun fue destinado a financiar el Programa de Talentos Africanos, mediante el cual 30 mil profesionales africanos son formados en varios sectores.

No debería sorprender a nadie, entonces, que China haya remplazado en 2009 a Estados Unidos como el principal socio comercial de África.

Sin embargo, el verdadero colonialismo –ese al que se refería Clinton en su discurso– se manifiesta en las acciones y en la percepción que tiene Estados Unidos respecto del continente africano.

Esta afirmación no es una hipérbole, simplemente refleja las palabras de Trump. Durante un almuerzo con nueve líderes africanos, en setiembre pasado, en la Onu, el presidente mostró el tipo de mentalidad que durante siglos inspiró la mirada sobre África de los líderes coloniales occidentales. Después de inventar el inexistente país de “Nabia”, se jactó de sus “tantos amigos (que) van a sus países (africanos) para intentar enriquecerse”. “Los felicito –añadió–, ellos están gastando mucho dinero.”

Al mes siguiente Trump agregó a Chad, su leal socio en la lucha “antiterrorista”, a su lista de países [N de E: de mayoría musulmana] cuyos ciudadanos tienen prohibido ingresar a Estados Unidos.

Dado que África cuenta con 22 países de mayoría musulmana, Estados Unidos está renunciando a cualquier perspectiva diplomática de largo plazo en ese continente, para enfrascarse en cambio cada vez más en la vía militar.

Este avance militar estadounidense ni siquiera parece ser parte de una política integral. Es tan alarmante como errático, y refleja el hecho de que Estados Unidos constantemente y de manera excesiva opta por soluciones militares para todo tipo de problemas, incluyendo las rivalidades comerciales y políticas.

Vale la pena comparar este encare de África con el ruso. Tras reencender su vieja amistad con el continente, Rusia ha seguido la estrategia china de relacionamiento (en este caso se trata de una reanudación), mediante iniciativas para el desarrollo y condiciones comerciales favorables. Pero, a diferencia de China, Rusia tiene una agenda muy amplia que incluye la exportación de armas, que están remplazando el armamento estadounidense en diversas partes del continente. Para Moscú, África también es un socio político con un tremendo potencial desaprovechado que puede darle más peso en la Onu.

Conscientes de esta evidente competencia global, algunos líderes africanos están trabajando para encontrar nuevos aliados fuera de las estructuras occidentales tradicionales, que han dominado gran parte de África desde el fin del colonialismo tradicional, hace décadas.

Un ejemplo destacable de ello fue la visita a Rusia del presidente de Sudán, Omar al Bashir, a fines de noviembre pasado, y su reunión con el presidente Vladimir Putin. “Hemos soñado con esta visita durante mucho tiempo”, le dijo Al Bashir a Putin: “precisamos protección contra las acciones agresivas de Estados Unidos”, agregó. Parte de esa codiciada “protección” es la promesa rusa de contribuir a modernizar el ejército sudanés.

Preocupado por el alcance ruso en África, Estados Unidos responde militarmente y con poca diplomacia. La miniguerra que Estados Unidos está librando allí hundirá aun más al continente africano en un abismo de violencia y corrupción, que tal vez le sirva a Washington, pero que sumirá a millones de personas en una incalculable miseria.

Sin duda, África ya no es un “terreno” que Occidente pueda explotar a su gusto de manera exclusiva. Pero pasarán muchos años antes de que el continente y sus 54 naciones sean verdaderamente libres de la mentalidad neocolonial obstinada que se basa en el racismo, la explotación económica y las intervenciones militares.

(El título original de esta columna traducida del inglés es “Shadow Armies: The Unseen, But Real US War in Africa”)

 

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