En un artículo sobre la poesía de Jules Laforgue publicado en este semanario en 1987, Idea Vilariño se interrogaba por el destino de una placa de bronce que «recordaba en la pasiva [sic] de la Plaza Independencia el lugar de su nacimiento».1 «¿Qué se habrá hecho?», terminaba el encabezado casi a modo de ubi sunt, y la frase tenía el eco de una deuda mayor del país con sus poetas. Había en ese extravío un símbolo de la desidia hacia un creador que, en palabras de Vilariño, terminó por convertirse en «uno de los tres poetas franceses de primera línea –Laforgue, Lautréamont, Supervielle– nacidos en el Uruguay», símbolo mayor, a su vez, de un período de crisis y desencanto caracterizado por el empobrecimiento de los lazos culturales y la falta de imaginarios históricos convincentes.
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