Paraíso transgresor1 es el quinto disco solista de Damián Gularte; los tres últimos salieron en tres años consecutivos. El anterior se llama Contracorriente. Definir explícitamente (desde los títulos) la propia rebeldía es toda una responsabilidad, porque el oyente puede tender a escucharlo con oídos de “a ver, mostrame en qué estás siendo rebelde”. Traté de no caer en esa trampa de la mente y escucharlo sin ese sesgo.
Por otra parte, la famosa “corriente principal” (o, para que me entienda el hispanohablante medio, el mainstream) es algo tan vago e indefinido que no tiene mucho sentido tomarla como referencia para saber si algo está “a contracorriente” o no. Más allá de esto, habiendo tan alto porcentaje de músicos que se autoubican –por principios, por marketing o por honestidad intelectual– fuera de ella, el sentido de la propia expresión está un poco debilitado.
En Paraíso transgresor hay diez canciones de duración bastante homogénea (una media de algo más de tres minutos) y temática que, por lo general, ronda entre cierta introspección cotidiana, el amor y algunas preguntas existenciales. Hay una que se despega bastante (“La Tierra”); no por el tema de fondo, sino por la forma, menos directa (más poética), elegida: un viaje por el sistema solar en el que los planetas y algún planeta enano le van diciendo cosas; entre ellas, un consejo de que lea al autor de El principito). Todo esto le da un aire claramente lúdico, que la aleja del peligro de sonar trascendental. La melodía es, además, de las más logradas del disco.
La instrumentación, muy “profesional”, es pop en sentido amplio: guitarras eléctricas y acústicas (de acero), bajos, percusiones reales y programadas, pianos, teclados, algún viento (flauta y saxo) e incluso bandoneones. El clima general es calmo y un poco volado, pero sin caer en referencias psicodélicas. Hay ciertas complejidades armónicas que, si bien aparecen ablandadas por el sonido convencional general, hacen que algunos pasajes sean bastante difíciles de cantar, y, aunque se nota que la afinación está sumamente cuidada y trabajada, no pude evitar la sensación de que hubo más preocupación por ese aspecto que por usar la voz para transmitir algo más que lo que los propios textos dicen por sí solos.
En resumen, un disco muy cuidado y elaborado, con letras bastante introspectivas. Tal vez sea un buen momento para que el artista haga un parate en su producción y redirija sus preguntas hacia la parte expresiva. A veces (esto es algo muy común al grabar) la búsqueda de la perfección puede atentar contra la contundencia del resultado. Podría ir por no intentar “vestir” tanto los temas, depender menos de los músicos invitados, controlar menos el contenido de las letras y dejar que las contradicciones se manifiesten por sí mismas. Y, tal vez, siguiendo el consejo de Urano, releer El principito, y me permito agregar: con ojos más infantiles que literarios. Pero ese es un camino –el más difícil, el más lindo– que sólo el propio artista puede decidir recorrer.
1. Tambora Records, 2019.