En aquellos días de un febrero que [Amílcar] Vasconcellos llamó amargo, el puñado de generales y coroneles de la seguridad nacional –emergentes de una oficialidad que perdía aceleradamente su formación republicana y constitucionalista– buscaba afanosamente una excusa para concretar el tercer paso: «Desarrollar el factor militar proporcionando seguridad al desarrollo nacional».1 Consistía en imponer las Fuerzas Armadas como elemento de poder determinante en el gobierno y como actor imprescindible en la percepción popular. En criollo: significaba manotear el poder. Una primera excusa fue la denuncia sobre supuestos negociados de ediles de la Junta Departamental de Montevideo. Los «corruptos» habían pagado, con dineros de la junta, las milanesas del exclusivo restorán El Águila, con las que ...
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