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Defensa del consumidor de aire inteligente

Con Pablo Silva Olazábal.

Foto: gentileza Silva

El día que inventen nuestro premio Pulitzer al periodismo literario, el escritor Pablo Silva Olazábal lo ganará por aclamación. Trece años hace que este licenciado en comunicación conduce un programa radial dedicado a hablar de libros,1 pasea sus conversaciones con Mario Levrero por el mundo y osa recordar, aquí, que la poesía es tan importante como Cavani.

—¿De dónde procede tu obsesión por difundir literatura, cuando podías haberte contentado con ser un escritor “normal”?

—Es una buena pregunta, difícil de responder. Me interesé por la literatura a partir de la escritura y de una curiosidad que me acompaña desde la infancia. El escritor tipo se dedica a su obra y nada más, en mi caso la curiosidad me abrió a múltiples disciplinas.

—Pero tu curiosidad es un búmeran que siempre retorna a la literatura.

—Quizás porque es la más desguarnecida de las artes. Si uno mira los medios, los espacios literarios devinieron culturales, que devinieron en espectáculos y últimamente en entretenimiento. La lírica, hermana menor de la literatura en cuanto a visibilidad, es un ejemplo paradigmático de desfase entre la cuantiosa poesía que se escribe y publica, y la mínima que se difunde.

—Acaso porque ambas, literatura y poesía, carecen de demanda significativa.

—Es posible decir eso, pero yo no me planteo comunicar con base en la demanda, sino en ciertas necesidades interiores. Esta práctica, sostenida con rigor y honestidad, termina generando un nicho, o segmento de público, al que tu discurso llega con mayor profundidad que si lo dirigís a la masa. El viejo refrán “quien mucho abarca poco aprieta”, en comunicación, es ley, y tampoco el comunicador define todo, porque el contexto también juega e impone sus limitaciones y etiquetas. En Uruguay amamos etiquetar, sobre todo en arte.

—Sos el único periodista radial uruguayo especializado en literatura que conozco, especificidad que ninguna etiqueta podría menoscabar.

—Agradezco esa visión; aunque como periodista sea más visible que como escritor, dedico más tiempo y esfuerzo, dos horas diarias, a la escritura. Y ambas actividades, creo, son indivisibles, porque cuando cruzo a Felisberto Hernández con Mario Levrero en una mesa de reflexión, ¿estoy actuando sólo como mediador o creando una instancia iné-dita en nuestro medio? Lo que sí conviene, a ambas tareas, es la humildad; Hebe Uhart dice que no hay escritores, sino personas que escriben. Oír esa formulación, subraya, nos hace bajar un escalón, y al bajarlo podemos escuchar a los demás, escucharnos a nosotros mismos y abandonar la mirada por encima del hombro.

—Puesto que también te obsesionan los procesos creativos, que conducís y producís tu programa radial, que recorrés el país y el exterior protagonizando u organizando movidas literarias, ¿cómo hacen, las dos horas diarias de escritor, para birlarle energía y tiempo a ese ajetreo?

—A veces no las cumplo (risas). Y hablando de que la energía es una, siempre sentí que el periodismo cultural podía amenazar a la escritura, porque el periodista debe ser lo más diverso posible, al contrario del escritor, unilateral por naturaleza. No lo digo yo, lo dice Carlos Vaz Ferreira.

—Profundizá ese concepto, por favor.

—El escritor toma una parte de la biblioteca y desdeña el resto; el periodista, en cambio, mejora cuanto más amplio y panorámico es.

—¿Qué aportaron, a tu reflexión sobre la literatura uruguaya, 13 años conduciendo un programa sobre libros en una radio pública?

—La sensación que mencioné antes, de que la literatura pierde terreno vertiginosamente. Conservamos la idea provinciana de que como un libro de poesía tiene un tiraje de doscientos o trescientos ejemplares, y vende cien, la poesía tiene menos importancia que Cavani. En Buenos Aires, sin ir más lejos, diarios multitudinarios, como Clarín o La Nación, dedican reseñas a libros cuyo tiraje es de 300 ejemplares, con lo cual explicitan que valoran su contenido, no la cifra de potenciales lectores. Aquí, sin embargo, consideramos que la edición de 300 ejemplares de un poemario confirma la escasa relevancia de la poesía. Con estas tensiones trabajo en La máquina de pensar, uno de cuyos objetivos no consiste en que los oyentes corran a comprar los libros de los que hablamos, sino que consuman un poco de aire inteligente.

—Y granos de poesía caigan sobre algún terreno mental.

—Exacto, mínimas semillas capaces de repercutir, eso es comunicación. Creo que los uruguayos mantenemos una gran cultura lectora que no logra permear los hábitos, porque si dejás un diario o un semanario en una oficina, o similar, todo el mundo lo lee, aunque nadie lo compre.

—Para el ego debe ser arduo lidiar con las devoluciones inherentes a ser más visible como periodista que como escritor.

—Como dije antes, rehúyo y me despreocupan las etiquetas. Y aunque sea más visible como comunicador, sigo escribiendo; si como escritor alcanzara un éxito masivo, nunca dejaría el periodismo.

—¿Sinceramente creés eso?

—Es buena pregunta (carcajadas).

—Dos palabras sobre tu gira por España presentando el libro dedicado a Levrero.

—Ignacio Echevarría, en la presentación en Barcelona, lo dijo todo. Albacea literario de Roberto Bolaño, dijo que las dos mejores novelas que se han escrito en lengua española en el siglo XXI son 2666, y La novela luminosa. n

 

  1. La máquina de pensar, de lunes a viernes, de 19 a 20 horas en radio Uruguay (1050 AM). En 2016 el programa recibió un premio Morosoli a la difusión cultural. Pablo Silva Olazábal nació el 18 de marzo de 1964 en Fray Bentos, publicó los volúmenes de cuentos La revolución postergada y otras infamias (Ediciones de la Balanza, 2005), Entrar en el juego (Yaugurú, 2006), Lo más lindo que hay (Ediciones Outsider, 2015), y las novelas La huida inútil de Violeto Parson (Dixi, 2012) y Pensión de animales (Estuario, 2015). Sus Conversaciones con Mario Levrero (Trilce, 2008), de reciente reedición en Criatura Ediciones, fue publicada en dos oportunidades en Uruguay, dos en Argentina, una en Chile y una en España.

 

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