Probablemente fuera imposible, para el tipo de periodismo que ejerció Mario Benedetti (frenético, abarcador, de la escuela del «periodismo de diario» que floreció en los años cincuenta y sesenta, que no se resignaba a la liviandad a pesar de realizarse en poco rato y con furor, en ruidosas redacciones y a cambio de casi nada), abstenerse de hacer una crítica cinematográfica, aunque, a juzgar por las pocas ocasiones en que la ejerció y por no recogerlas nunca en formato libro, al parecer no las creía perdurables. Era la época de oro de la crítica cinematográfica: Homero Alsina Thevenet, el propio Emir Rodríguez Monegal, Hugo Alfaro, José Carlos Álvarez, Hugo Rocha, Gastón Blanco, Jorge Ángel Arteaga, Giselda Zani, Antonio Larreta. Marcha y la revista Film marcaron un estándar de rigor y calidad que muy pronto fue seguido por diarios como El País y La Mañana, en el cual, con 18 años, comenzó a escribir Manuel Martínez Carril. Por el pequeño número de críticas cinematográficas que escribió Benedetti, es difícil adivinar qué factores las desencadenaban. Una posibilidad es que se aventurara en este terreno que no le era del todo habitual sólo cuando, a raíz de sus viajes, tenía la posibilidad de ver filmes que todavía no se habían estrenado en Montevideo. Así, la primera reseña cinematográfica rescatada en Notas perdidas: sobre literatura, cine, artes escénicas y visuales, 1948-1965(compilador y prólogo: Pablo Rocca, 2014) es sobre la película Gigante(Giant), de George Stevens, que Benedetti ve en París en abril de 1957 y cuya crítica publica en Marcha casi un año antes de que la película se estrenara en las salas locales. Es difícil creer que esta sea su primera crítica cinematográfica, a juzgar por el desenfado y la contundencia con que reparte elogios y descalificaciones. Si comparamos la reseña de Benedetti con la que escribe Alsina 11 meses más tarde, si bien en lo general hay alguna coincidencia en señalar la importancia del filme, el buen uso del simbolismo y la gran capacidad de Stevens de narrar en imágenes, en lo particular, los juicios son más bien opuestos, sobre todo respecto a las actuaciones y el metraje (Benedetti sugiere que la película hubiera sido excelente si concluía en su primera parte, echa las campanas al vuelo respecto a la actuación de James Dean y desprecia las de Hudson y Taylor. Homero, todo lo contrario). La siguiente nota sobre cine es informativa y no crítica: Benedetti da cuenta de cuáles filmes están en cartel en ese momento en Roma y señala que la crítica italiana tiene puestas sus esperanzas en la performance de Las noches de Cabiria (Le notti di Cabiria) en el Festival de Cannes. Ya en Viena, y siempre desde las páginas de Marcha, Benedetti cuenta que La gran tentación (Friendly Persuasion), de William Wyler, le arrebató la Palma de Oro a Las noches de Cabiria. En su reseña de la película de Wyler, Benedetti se ocupará menos de la película como cine que en discutir su tratamiento del tema del pacifismo («De modo que ningún honorable súbdito del Tío Sam pueda interpretarlo como una invitación a una huelga de fusiles caídos»). Así, a lo largo de su gira europea, Benedetti sigue reportándose desde los cines, burlándose de superproducciones atroces (La vuelta al mundo en ochenta días, una película de Cantinflas), fracasos chaplinescos (Un rey en Nueva York), melodramas de Elia Kazan (Baby Doll) y los últimos estrenos de París –Amor en la tarde (Love in the Afternoon), de Billy Wilder, y Doce hombres en pugna (12 Angry Men), de Sidney Lumet.
Pero, sin dudas, el filme al que Benedetti dedicó más atención en su breve carrera como crítico cinematográfico fue a El año pasado en Marienbad, de Alain Resnais. Le dedica tres notas, pero, una vez más, no le interesa tanto la película sino, más bien, el libro de Robbe-Grillet y el movimiento del nouveau roman; en rigor, ninguna es una crítica cinematográfica pura. La primera nota es una crónica de su visita a la ciudad de Marienbad mezclada con una crítica del filme: «Hace pocos días, cuando vi por primera vez en Copenhague el filme de Alain Resnais: L’ année dernière á Marienbad, no podía imaginar que una semana más tarde estaría yo mismo en Marienbad, o, para decirlo con su nombre checo, en Mariánské-Lázně. Tal vez resulte inútil señalarlo, pero lo cierto es que Resnais no comunica nada nuevo sobre el célebre spa de Bohemia; Mariánské-Lázně, en cambio, me reveló algo sobre Resnais». La segunda y la tercera dan cuenta de una mesa redonda sobre la película en el Cine Club del Uruguay.
Sobre Resnais, dice Benedetti que no le gusta, pero después de Marienbad lo entiende mejor: es, a su criterio, el autor cinematográfico estéticamente más a la vanguardia, pero se encuentra al servicio de una actitud humana de absoluta retaguardia. Y ensaya una comparación: «Se me ocurre que quizá hay un caso comparable al suyo en el arte contemporáneo, y es el de Jorge Luis Borges. Como en Borges, hay en Resnais un regodeo auténtico, dramáticamente intelectual, en darle la espalda al mundo de hoy, en desafiarlo con un sueño».
Benedetti dedicará todavía dos o tres notas más al cine: una muy disfrutable sobre una visita al estudio del animador checoslovaco Jiri Trnka, una reseña de Los mil ojos del Dr. Mabuse, de Fritz Lang, y una última en la que comenta una conferencia de Juan Cobos y Marcel Martin sobre el cine español de Bardem y Berlanga, y la nouvelle vague. Martin fue, al parecer, tan lapidario con la nueva ola francesa como Benedetti: «El nuevo cine francés es un opio para intelectuales, así como el anterior cine comercial era un opio para las masas». No quedan dudas de que Benedetti fue un espectador de cine consecuente y, a menudo, perspicaz, aunque resulte inocultable que le interesaba mucho más lo que ocurría alrededor del cine que el cine mismo.