«El disco lo pensamos como un recorrido entero, no lo sentimos como un registro de temas sueltos, sino como una unidad. Pasa por diferentes espacios y te lleva de la manito por nuestros rincones más profundos. A nosotras mismas nos emocionan distintas canciones en diferentes momentos cuando las volvemos a escuchar. Según en qué andemos o qué recuerdos nos ronden, nos toca distintas fibras.»
Mansalva, el cuarteto formado por Sofía Alves Maya, Mikaela Echeverría, Eva Luna Avoletta y María Eugenia Guerrero, empezó su recorrido bastante antes de este disco, allá por 2016. Transitaron por varios toques, generalmente en ambientes íntimos, e, incluso, lograron lanzar un EP con cuatro canciones grabadas en vivo. Aunque en ese primer disco recién estaban empezando y, por momentos, es algo desprolijo desde un punto de vista interpretativo, era indudable que ese material tenía un potencial enorme para ser algo más. «Nunca consideramos Invocar como un disco consolidado. Es un registro hermoso de un toque en nuestra primera casa, el Jacinto, colectivo cultural que nos refugió. En su momento fue el único material que teníamos, pero siempre supimos que, cuando pudiéramos tomarnos el tiempo de grabarnos de verdad, íbamos a volver a esas canciones. Fuimos aprendiendo más del sonido que queríamos y de nosotras con los instrumentos, que también fuimos cambiando.» De esta manera, las presentaciones en vivo y el trabajo entre ellas en estos años fue el recorrido para la definición de la identidad de la banda. Ahora, la reinterpretación de esas viejas canciones evidencia ese proceso de maduración.
La estética de la banda es ecléctica pero, a la vez, homogénea. Hay algo muy rústico que se puede vincular tanto a la tradición de la música popular uruguaya como a la de algunas folcloristas argentinas, pero encontramos varios elementos y hasta formas de construir los temas que remiten mucho al sonido alternativo de los noventa. Todo esto está bañado por una búsqueda profunda para propiciar un ambiente particular en cada tema y para que, al mismo tiempo, haya una línea que los una. La música crea una atmósfera sumamente experimental e inesperada, una oscuridad solitaria y melancólica pero, a su vez, muy cercana y familiar. Un mundo que resistió la infección externa, como si siempre hubiera estado allí, escondido en el tiempo.
Tal vez esto se da por la particular participación de cada una de ellas. La voz de Echeverría es un péndulo entre un sonido infantil y frágil y una declaración contundente, estridente y avasallante. Las percusiones de Avoletta tienen un fuerte énfasis en el color del sonido, incluso cuando el desarrollo tiene un interés rítmico. Los bajos de Guerrero presentan líneas muy cantables, pero que, a la vez, no se sabe bien hacia dónde van. Las guitarras de Alves son un tejido de arpegios que va mutando entre armonías tan claras como difusas. Aun así, en ningún momento hay alguien que se luzca sobre las demás: si alguien se mueve, se mueven todas juntas. Es un contrapunto, para nada exhibicionista, en el que las individualidades se disipan. Una real conciencia colectiva. Es que en el disco se escucha la convivencia, tanto por tener varios artistas invitados como por charlas y otros detalles que se van colando mientras la música corre, y eso transmite claramente a quien escucha la noción de que es un arte muy trabajado pero, también, superespontáneo.
El lanzamiento un día antes del 8M hace que este disco sea una proclama, incluso un manifiesto. Frases como «¿dónde están mis muertas?» son la prueba de un dolor compartido y la necesidad de lo colectivo como remedio al dolor. Las constantes referencias al cuerpo como identidad –tanto en la letra como en la tapa– y a la sangre como herida, en poesías de suma profundidad y oscuridad a lo Idea Vilariño –de hecho, hay un tema que musicaliza una poesía de ella–, hacen que el ambiente nocturno se potencie y le dan otro sentido a lo sonoro, así como lo sonoro tiñe de nuevos significados las connotaciones de las letras. «Si podemos inventar una descripción, sentimos que es algo así como un feminismo comunitario de sostén autogestivo y escucha atenta. Todo el tiempo nos vamos construyendo, replanteando los lugares que ocupamos, empatizando con la opresión que sentimos de un sistema preestablecido que encarnamos, pero que hay que romper juntas, por nosotras y las que están pasándola peor.»
Sabemos que, para que el hecho sonoro suceda, ha de haber un cuerpo allí, produciéndolo. En una presentación en vivo la relación entre cuerpo y música es bastante directa, pues nuestros ojos lo ven. Pero en un disco como este, en el que lo visual no está, ¿qué sería poner el cuerpo en la música?, ¿qué sería poner el cuerpo en lo sonoro, en algo no corpóreo? ¿Es posible que haya un cuerpo que no sea tangible, pero que, a la vez, no sea una simple metáfora estirada para que encaje aunque no tenga sentido? «El cuerpo es Mansalva como entidad individual. Creemos que aparece el quinto cuerpo cuando la música que empieza a brotar es desde la emocionalidad. Puede ser porque, dentro de las formas en que sentimos la música, las canciones son aprendizajes que fuimos bajando a tierra, nos pasan a todas por el cuerpo (y por el quinto cuerpo), y eso sabemos que lo siente quien recibe la música, sin importar dónde esté.»
Mansalva sucede en el marco de una sensibilidad feminista de la que forman parte, lo que hace que esta música esté acompasada con un profundo sentido político. Algo novedoso y radical de ese movimiento es su forma de concebir el pensamiento y la vivencia, incluso hasta en su retórica. La lectura sobre el discurso de Mansalva debe interpretarse desde ese lugar, y de esta manera podríamos concebirla como una música no solo hecha por mujeres, sino con una estética feminista, algo que es difícil señalar materialmente y que, sin duda, está atravesado por su contexto. Pero, en fin, ¿qué cosa no lo está? Tal vez lo más radical de hoy en día es no justificar todo mediante una evidencia empírica, dejar que la creación habite ese lugar en el que lo no señalable, lo ininteligible y la especulación son toda una justificación. Simplemente hay que estar allí y estirar una teoría y una práctica al extremo para ver qué puede suceder. Al dejarnos llevar por esa otra lógica es que podremos encontrar algo inesperado en este disco: sentir el placer de abandonarnos para que Mansalva nos lleve por su especial recorrido y así podamos, también, ser parte orgánica de su música.