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Entre Turquía y Grecia la distancia por mar es escasa, pero suficiente para que se sigan produciendo naufragios de decenas de refugiados. El nuevo año comenzó con una nueva tragedia: al menos 24 personas, entre ellas tres niños, se ahogaron antes de llegar a las costas griegas. Iban en lanchas repletas, y en Turquía, su punto de embarque, los traficantes de personas, según testimonió uno de los rescatados, les habían vendido el viaje como fácil: apenas unas horas de travesía sin problemas para llegar a Grecia y desde allí a pie o en tren hacia el edén alemán. Un tercio de los embarcados no sobrevivió al choque de los lanchones contra las rocas. Eran iraquíes, argelinos y libios.

El año 2015 también había terminado con un naufragio ante las costas griegas. Según cifras de las Naciones Unidas, al menos 3.770 migrantes murieron en el mar el año pasado (alrededor de 700 de ellos niños), contra 3.419 en 2014. Desde el año 2000, más de 30 mil personas se han ahogado al intentar cruzar el Mediterráneo. Las perspectivas de que algo cambie son casi nulas, en vistas del agravamiento de los conflictos en la zona y la negativa de las autoridades de la UE, presionadas por una extrema derecha en alza, a modificar su política migratoria. Algunos de sus países miembros incluso han cerrado a cal y canto sus fronteras, como varios de los de Europa oriental, muy en especial Hungría. Países que tradicionalmente recibían refugiados han impuesto restricciones. Es el caso de Suecia, donde 163 mil personas pidieron asilo en 2015, o de Dinamarca, que llegó a considerar un proyecto de ley que preveía la confiscación de los bienes que trajeran consigo los inmigrantes para venderlos y pagar su mantenimiento con lo recaudado. Alemania destaca por ser el país que más migrantes acoge (un millón el año pasado), pero no logra por el momento convencer a los otros 27 integrantes de la UE de adoptar una política común.

 

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