Con el novelista, poeta y traductor iraquí Sinan Antoon - Brecha digital
Con el novelista, poeta y traductor iraquí Sinan Antoon

«Irak ha sido desmembrado y desfigurado»

Autor de novelas y documentales sobre la tragedia iraquí tras la invasión estadounidense, Antoon habló con Brecha sobre la historia reciente de su país y la del Estados Unidos posterior a los atentados de 2001.

sinanantoon.com

«Es difícil lograr una buena justificación, así que hay que ir rápido y tiene que ser masivo», había dicho el secretario de Defensa. «Hay que barrer con todo, con lo que esté relacionado y con lo que no.» Aún no se había asentado el polvo de las Torres Gemelas, y ese mismo 11 de setiembre de 2001 Donald Rumsfeld ya señalaba a sus asesores la necesidad de atacar no solo a Osama Bin Laden, entonces escondido en Afganistán, sino también Irak, un país que no tenía relación alguna con los atentados. Así figura en las notas que tomó esa tarde uno de sus ayudantes y que serían desclasificadas cinco años más tarde. El mismo día, durante la reunión del Consejo de Seguridad Nacional y mientras el país lloraba las casi 3 mil muertes de los ataques, Condoleezza Rice preguntaría a viva voz: «¿Cómo capitalizas estas oportunidades?».

La invasión a Irak finalmente se concretaría poco más de un año más tarde. El gobierno estadounidense estaba confiado en que la guerra duraría apenas «semanas, ni siquiera meses», al decir del vicepresidente Dick Cheney. El país árabe ya tenía su espalda quebrada por sanciones internacionales impuestas desde 1990, que habían vulnerado su economía hasta volverse «genocidas», de acuerdo con las palabras del coordinador humanitario de la ONU para Irak entre 1997 y 1998, Denis Halliday. Pero lo peor estaba por venir: para mediados de 2006, la revista científica The Lancet hacía una estimación conservadora de 655 mil muertes como consecuencia de tres años de ocupación y de una guerra que se prolongaría oficialmente hasta 2011, pero que hasta hoy mantiene a Irak hundido en la desintegración económica, étnica y religiosa.

Como ya ocurrió con Vietnam, las atrocidades cometidas en Irak contra la población de ese país raramente aparecen en la producción cultural sobre ese conflicto que suele llegar a estas latitudes. Una multitud de películas y series retrata las vicisitudes de los agresores estadounidenses, pero poco sabemos de los millones de personas que vieron sus vidas destrozadas en su propio país por la invasión extranjera y los efectos que provocó. Sinan Antoon ha escrito en los últimos años cuatro novelas sobre la historia reciente de su país1 (además de publicar varios libros de poesía y ensayos literarios, y de codirigir un documental filmado en las postrimerías de la invasión, About Baghdad, así como el sitio web Jadaliyya) que le han valido multitud de premios internacionales y lo han convertido en uno de los escritores en lengua árabe más célebres mundialmente desde Naguib Mahfuz.

Antoon se iría de Irak a los 23 años, en 1991, durante la dictadura de Saddam Hussein, pero volvería a visitar su país en numerosas ocasiones a partir de 2003.

En esta entrevista de Ana Luisa Valdés para Brecha, el escritor cuenta su experiencia como iraquí en Estados Unidos y su visión de la guerra que se precipitaría tras el 11 de setiembre:

—Usted es uno de los intelectuales más prestigiosos del mundo árabe y ha recibido infinidad de premios. ¿Cómo se siente siendo un hombre de dos mundos, un inmigrante de un país musulmán viviendo en Estados Unidos?

—Crecí en una familia cristiana de Irak; no soy musulmán, pero a menudo aquí la gente confunde a los árabes con los musulmanes. Es importante recordar que los primeros crímenes de odio después del 11-S fueron cometidos contra un cristiano egipcio (el atacante creyó que era musulmán) y el segundo, contra un sikh: como llevaba un turbante, el atacante creyó que era «uno de ellos».

Muchos árabes y musulmanes fueron detenidos y puestos en prisión después del 11-S sin estar relacionados con ninguna organización terrorista. Las políticas y el discurso del gobierno estadounidense y la atmósfera general impulsaron y promovieron la islamofobia y el nacionalismo chauvinista. En los primeros días luego de los ataques hubo muchos japoneses-estadounidenses que apoyaron públicamente a los árabes y a los musulmanes. Tenían la experiencia y el recuerdo de también haber sido estigmatizados y demonizados como «enemigos internos» durante la Segunda Guerra Mundial por la sola razón de su procedencia.

En lo personal, he pasado casi toda mi vida aquí como estudiante o como académico y aunque el medio académico también está marcado por el racismo, se manifiesta de forma más sutil y yo personalmente no he sufrido sus efectos. Pero, a decir verdad, me siento como un bárbaro viviendo en Roma. Es extraño vivir en el país que destruyó mi patria, Irak.

—¿Se siente como un aliado o como un enemigo?

—Depende del contexto. Cuando viajé al interior del país hablando y escribiendo en contra de la invasión de Irak y de la guerra, había muchas personas que estaban enojadas y respondían con la respuesta de siempre cuando uno critica el Estado y sus políticas: «Si no te gusta, ¿por qué no te vas?». Muchos ciudadanos, expertos y hasta periodistas estadounidenses siguen hasta hoy percibiendo el mundo y la política en términos de amor y de odio. «¿Por qué nos odian tanto?» era y es la estúpida pregunta que muchos se hacen. Como si la historia fuera un melodrama de Hollywood. Es acerca de la violencia y de la injusticia más que sobre el amor y el odio.

El problema es que la cultura hegemónica y las políticas nacionalistas presionan a los inmigrantes y a las minorías a estar expresando siempre su gratitud por estar en Estados Unidos. Pero yo me niego a ser el inmigrante agradecido. Los inmigrantes traen sus talentos y energías y enriquecen la sociedad.

—Dejó Irak ya en 1991 y eligió vivir, estudiar y trabajar en Estados Unidos. ¿Sintió en aquel entonces que las condiciones de vida para un intelectual eran mejores en Estados Unidos que en su país natal?

—No fue una elección. Mi padre era iraquí y mi madre, estadounidense. Yo quería dejar Irak y estudiar literatura. Inicialmente quise irme a Europa, pero como los padres de mi madre estaban en Estados Unidos, eso me lo hacía más fácil y terminé quedándome acá.

No hay duda de que hay más libertades individuales en sociedades democrático-liberales que en dictaduras. Yo siempre había estado en contra de la dictadura de Saddam Hussein y quería dejar Irak. Pero, como dije antes, me niego a ser el inmigrante agradecido: Estados Unidos apoyó a Saddam cuando él estaba oprimiendo a los iraquíes y luego, cuando rompió con él, destruyó el país, primero en la guerra de 1991, luego a través de las sanciones y con la guerra de 2003. Estados Unidos debería pedirles perdón a los iraquíes y a los afganos y pagarles indemnizaciones a sus países por la destrucción que causó.

—Irak fue, en su momento, un país relativamente secularizado y el clero musulmán no tenía el grado de influencia en el gobierno del país que ha tenido tras la invasión. Previo a los gobiernos del Baath (el partido de Saddam), y durante el período 1940-1960, el Partido Comunista era uno de los actores políticos más importantes del país, al que muchos intelectuales iraquíes se habían afiliado –como su amigo el poeta Saadi Youssef, a quien usted tradujo al inglés–. ¿También el Baath atrajo intelectuales durante sus gobiernos? ¿En qué sentido se diferenció el régimen de Saddam Hussein del de otros países árabes?

—Irak tenía una sociedad y una cultura vibrantes en la segunda mitad del siglo XX. El período republicano que vino después de la caída de la monarquía, en 1958, fue un período progresista, pero con varios golpes de Estado a manos del Baath y otros partidos.

El régimen del Baath (1968-2003) y dentro de él el gobierno de Saddam (1978-2003) fueron seculares en los años setenta y al principio de los ochenta, pero a partir de entonces ocurrieron cambios importantes. Los efectos del final de la Guerra Fría, el surgimiento de la República Islámica de Irán (1979) y la guerra de ocho años entre Irak e Irán (1980-1988) trajeron el lenguaje del islamismo al discurso político hegemónico.

Incluso más importante es el hecho de que después de la guerra de 1991 con Estados Unidos y de la imposición de las sanciones económicas angloestadounidenses de los noventa, el régimen iraquí cambió su discurso y se generaron grandes cambios a nivel social. El régimen empezó a apropiarse del discurso religioso y comenzó a aplicar una «campaña de la fe» en contra del alcohol y de los clubes nocturnos. Fue una jugada cínica para controlar a la sociedad bajo una fachada de religiosidad. Pero hay que recordar que ya para entonces, en los noventa, la sociedad iraquí no era tan secular como alguna gente piensa.

—¿Los intelectuales iraquíes en la diáspora se sienten todavía parte de un país asolado por la guerra civil y las fracturas regionales?

—La diáspora es siempre un reflejo del país de origen. Hay una dialéctica en juego. Los iraquíes en el exterior están divididos, pero esto también depende de la generación de la que vengan y de su orientación política. Pero no es exagerado decir que Irak ha sido desmembrado y desfigurado al extremo en las últimas dos décadas y que muchos iraquíes de la diáspora miran hoy a su país con dolor y tristeza.

—En vista de lo que ha sucedido en Afganistán recientemente con el regreso de los talibanes al poder, ¿cree que tras tantos años de guerra la sociedad iraquí va a poder superar la polarización y lograr fortalecer su sociedad civil?

—La sociedad iraquí está dominada hoy por un régimen muy corrupto compuesto de milicias violentas. Es uno de los más corruptos del mundo. Miles de millones de dólares han desaparecido. Las condiciones de vida son terribles, pero las dinámicas son muy diferentes a las de Afganistán. Los hombres y las mujeres de Irak protestaron en todo el país durante meses en 2019, exigiendo un país no sectarizado, una nación democrática y soberana, libre de la influencia iraní y de la estadounidense (véase «Las dos opciones», Brecha, 9-V-20). Durante esas protestas, el régimen mató a 800 personas e hirió a miles. La lucha por la libertad es muy difícil, especialmente cuando las grandes potencias apoyan a las dictaduras y a las monarquías corruptas bajo el eslogan de la democracia.

1. Hay traducción al español de una de ellas, Fragmentos de Bagdad, por la editorial Turner, 2014.

Recuerdos de Bagdad

La democracia amurallada

Pasé tres días terribles en el medio de la Zona Verde de Bagdad, el lugar supuestamente más seguro de la ciudad, apenas a unos cientos de metros del búnker de la embajada de Estados Unidos. Una ciudad en la ciudad, en donde hay McDonald’s y Pizza Hut, cines, bancos, escuelas e iglesias que hacen pensar a los empleados de la embajada que están en su casa.

Éramos un grupo de periodistas de todo el mundo invitados a una conferencia de la Asociación de Periodistas Iraquíes, que en aquel 2009 quería empezar a funcionar con normalidad después de la guerra en la que varios cientos de periodistas y fotógrafos iraquíes perdieron la vida. Vivíamos en un hotel gigantesco que había resistido todos los bombardeos, nos custodiaban 2 mil mercenarios que pertenecían a la legendaria empresa Blackwater y a sus subsidiarias.

Muchos de los mercenarios eran peruanos y bolivianos, reclutados en La Paz y en Lima por agentes que les prometían un salario de 2 mil dólares al mes. Se habían convertido en carne de cañón, no hablaban una palabra de inglés y recibían órdenes a través de traductores chicanos. Vivían en barracas polvorientas y en su único día libre jugaban al fútbol en la embajada estadounidense. Jamás habían pisado el centro de Bagdad y no habían hablado con ningún habitante del país. Su misión era controlar los accesos a la Zona Verde y los grandes hoteles y edificios del gobierno iraquí, además de las embajadas.

Los iraquíes que participaban en la conferencia nos contaban de una ciudad fantasma en la que los privilegiados que tenían algún empleo al que ir iban de la casa al trabajo sin mirar a los costados, con miedo de caer en emboscadas. Los familiares de los 295 periodistas y fotógrafos asesinados a lo largo de seis años de guerra nos decían que casi extrañaban a Saddam: «Sí, era un dictador, pero él sabía manejar las contradicciones étnicas y culturales de este país y durante su administración podíamos sobrevivir, había espacios controlados pero no te mataban en la calle, como ahora. Los estadounidenses son unos ignorantes y abrieron una caja de Pandora en la que no queda nada, ni la esperanza».

Una de las actividades previstas en la conferencia era una cena formal en un restaurante especializado en pescado, a las orillas del río Tigris. Su especialidad eran las carpas de ese mismo río. Pero los traductores nos disuadieron de ir: «Si ustedes supieran la cantidad de cuerpos que hemos visto flotando… No me puedo imaginar comer un pescado que ha engordado comiendo cadáveres».

Dejamos el monstruoso hotel Al Rasheed, 14 pisos de cemento armado patrullado por soldados. El peruano Alan, que trabajaba para Blackwater, me pidió mi teléfono: «Te voy a empezar a llamar, tengo cuentos que hacerte. Nosotros sí que sabemos lo que pasa en la Zona Verde y es desde aquí que este país se gobierna. No creas lo que lees ni lo que muestra la televisión, nosotros los soldados sí que sabemos lo que pasa». El aeropuerto de Bagdad estaba casi vacío en esta ciudad adonde los turistas ya no viajan.

Ana Luisa Valdés

 

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