Tener el disco de Fabián en las manos anticipa el sonido que vendrá tras darle play. Austeridad de la bella, de la que se elige. La portada, una versión naif de la vista aérea de un río con una casita, después de oír las 13 canciones que contiene el disco parece un dibujo hiperrealista, porque una escucha, va entendiendo y adivina los detalles que no están.
Fabián suena muy de acá, pero sobre todo muy suyo. En las melodías y en los arreglos, las canciones son muy expresivas usando pocos recursos. El disco empieza con “Abuelos”, uno de sus temas más “oscuros” armónicamente. Ya ahí queda presentada su poesía, que se compone de palabras y estructuras sencillas.
Lo extraordinario aparece como una consecuencia obvia de lo cotidiano. “Calles y esquinas” es un tango cantado chiquito, que es tango igual aunque no haya un vibrato imponente o un alto rango dinámico. En el track tres está “Noche de verano”: es la primera vez en el álbum que Fabián se dirige a una persona, y lo hace con un lenguaje familiar, como si en vez de cantar las cosas las dijera. Tras la primera estrofa aparece Andrés Bedó en un arreglo de piano sutil que cuenta aquellos climas que se le escapan a la letra. En “Chamarrita de Aguas Corrientes” Fabián narra una versión de la historia de Santa Lucía que protagonizan los ingleses pero también Braulio, Agustina y Ramón. Entrevera la historia que trascendió en los libros con la cotidianidad que tiene más cerca, y esta forma de decir es acompañada por los acordeones de Guilherme de Alencar Pinto, que parecen el agua de la represa: mezclada y fresca. No es por nada que el disco se llama RíooiR, porque todo lo que suena parece un poco mojado, especialmente la canción que sigue: “Correntada”, que describe al agua del río como una testigo de lo que le sucede alrededor. Los arreglos de esta canción, especialmente los que canta con gran sensibilidad María Baldizán Chifflet, representan con acierto la cristalinidad de un líquido.
La siguiente pieza, “Flor de arrayán”, acerca de nuevo a la ribera a quien escucha; vuelve el acordeón de Guilherme para completar el paisaje de la canción. En “Espinillos”, Fabián, acompañado por Rubén Olivera en voces y guitarra, describe con su sensibilidad –a esta altura familiar– la vista que ofrecen esos árboles que pueblan los barrancos junto al río. “Bajo la lluvia” viene con un sonido más pop, con un dejo como de jazz con pasto en los pies, un swing llevado por la percusión que ejecuta Ernesto Díaz. Suena distinta a las músicas anteriores; acá el cantautor está enamorado de su tarea: “Estoy parado junto a la ruta, todos pasan, nadie frena, no me importa, no tengo apuro, ¡oh alegría!, otra canción que la vida me enseñó”, canta desfachatado, y es fácil creerle porque tiene en la voz esa borrachera que sólo provoca el enamoramiento. “Trébol de la suerte”, con letra de Gonzalo Cousillas, es una de las canciones en las que mejor se percibe la influencia de Cabrera en la melodía de la voz y en el arreglo de bajo (de Fernando Ulivi). Es como una advertencia: el trébol de la suerte es sólo un trébol cuando crece el río. “Milonga para vos” trae consigo un brillo tierno producido en gran medida por la participación de María Baldizán y su sensibilidad sutil y afinada. El disco tiene pocas intervenciones femeninas, todas a su cargo, y sus apariciones iluminan. “Ríooir” es otra forma de homenajear al río, distinta al resto en su instrumentación y en su estilo. A la voz la acompaña solamente un tambor búfalo, que con la omisión de las conjunciones entre algunas palabras la hace sonar tribal, y la acerca a “Cuerpo y alma”. “Lejos de un pueblo” parece la canción de un corazón lastimado, abandonado sin explicación; y ni así, en una poesía que cuenta un desencuentro entre dos personas, desaparecen las referencias a la naturaleza. “Mi vientre es pradera, se vuelve cerro, será montaña en primavera para dar luz”, dice el autor, siempre húmedo del río. El disco lo termina “Sin palabras”, una canción optimista y agradecida.
El universo de Fabián es fácil de entender, despierta una empatía tremenda, y de repente te hace sentir un personaje de grafiti dibujado en la orilla del río de la tapa, cantándoles a los abuelos o a un amor que se fue sin decir por qué.