Unos 200 millones de dólares fue el presupuesto para este filme, primera parte de una nueva trilogía del superhéroe más icónico y popular de todos los tiempos. Luego de una producción retrasada y accidentada por la pandemia y un estreno varias veces postergado, llegó a salas. Lamentablemente, podría aventurarse que estos problemas tuvieron efectos visibles en los resultados. ¿Qué pasó con este Batman? No se da con mucha frecuencia, pero es una verdadera pena cuando una película unifica ideas y momentos brillantes con decisiones desacertadas o, directamente, incomprensibles.
El director, Matt Reeves, se inspiró en Kurt Cobain, el suicidado vocalista de Nirvana, para el papel protagónico, y no es de extrañar: Robert Pattinson encarna a un superhéroe diferente, un individuo enigmático, taciturno y presumiblemente lunático, con aires de adolescente tedioso y depresivo, confinado en una baticueva oscura, y que sale por las noches a descargar su rabia contenida. Hay algo muy inquietante en su mirada, en su rostro y en cómo su aparatoso traje encaja para redondear una figura al borde de la psicopatía. Es probable que el primer tercio de la película sea lo mejor que se haya filmado jamás del hombre murciélago: una fotografía oscurísima se acopla a la perfección a una ciudad gótica decadente, con un héroe-vigilante que se aparece como una sombra macabra y se despacha en incontrolables exabruptos de violencia. También es notable el hecho de que, al menos en este comienzo, además de masacrar a unos cuantos tipos, Batman también se lleva unos golpes, se lastima, cae y aterriza de manera aparatosa, como sucedería en la realidad. Y lo mejor de todo: hay una superficie de realismo especialmente singular –bastante alejada a las representaciones de Tim Burton o de Christopher Nolan del personaje– por la cual la audiencia teme, al menos en un par de ocasiones, por la integridad física del protagonista. En cuanto al villano principal, el Acertijo –según se lo ha bautizado en Hispanoamérica–, en sus esporádicas y fugaces apariciones iniciales causa tanto temor como el mismo Batman.
Pero hay que ver la forma estrepitosa en la que la película pierde este tono de noir virado hacia el horror –cercano a Seven en muchos aspectos– y se desbarranca pasado su primer tercio. El Batman silencioso y monosilábico se arroja a diálogos extensos, desdibujando su carácter siniestro, además de que pierde el miedo con saltos al vacío, balas rebotándole en el pecho y explosiones que ondulan su capa como un viento cálido. O sea, el personaje y sus peripecias ya pasan a ser similares a los de las sagas anteriores. A esto hay que sumarle una larga e intrincada narrativa en la que siempre pesa un aire de gravedad, seriedad y cierta «grandeza». Podemos achacarle buena parte de la culpa al precedente –exitoso en todo nivel– Batman: el caballero de la noche, que imprimió este tono a la saga e impuso, además, una longitud excesiva y un mínimo de tres villanos por entrega.
En contraposición al Acertijo, la Gatúbela interpretada por Zoe Kravitz se ve demasiado desgarbada y pequeña como para explicar las escenas en las que hace volar a los enemigos a patadas y parece desafiar unas cuantas leyes físicas. Pero, además, el personaje no tiene mucha razón de ser, añade tramos que parecen accesorios y carentes de química entre ella y Batman. Como un paradigma del machismo en el cine, en un momento de romance entre ellos, él le recrimina su cercanía con cierto sujeto entrado en años. Ante la acusación, Gatúbela se defiende y le cierra la boca con un argumento incontestable: «Es mi padre», cuando simplemente podría haberle dicho: «Tengo sexo con quien quiero y cuando quiero». A veces, los libretos permiten percibir valores obsoletos e ideologías rancias.