Carnaval sin sushi - Brecha digital
teatro. En el Auditorio Nelly Goitiño: Una noche en el tablado

Carnaval sin sushi

↑ DIFUSIÓN

Cierto aire de nostalgia recorre la nueva creación de Jorge Esmoris, escrita con Federico Silva. Es que si nos vamos unos años para atrás, aparecen en los recuerdos las imágenes de los tablados de barrio a los que refiere esta puesta, cuando el carnaval era un fenómeno que se compartía más que nada en la calle, más cercano a la fiesta que a la competencia. Las noches de verano como campamentos familiares alrededor de aquel escenario que brindaba risas, la cercanía con los murgueros y artistas de todas las categorías, un febrero en el que la Antimurga BCG sorprendía con propuestas descontracturadas, que siempre brillaban por su desparpajo. En Una noche en el tablado, Esmoris retoma este espacio como personaje, y lo hace en continuidad con su anterior puesta, Recuerdos de Niza, donde también tomaba el carnaval como forma expresiva para presentar una pieza con alto contenido teatral.
Mientras en Recuerdos de Niza tres personajes, Américo, Ferrón y Lucien, construían un carro alegórico en un lugar aparentemente fuera del tiempo, aquí ese espacio se hace visible como el Tablado de las Maravillas, un lugar de ensueños poblado de personajes que lo habitan y definen. El recurso del humor absurdo atraviesa toda la pieza en un fuerte vínculo con el lenguaje de la comedia del arte y con el estilo del entremés de Cervantes El retablo de las maravillas, al que el nombre del tablado hace directa referencia. El elenco, repleto de artistas totales, construye con un talento pocas veces visto esta serie de personajes que encarnan a un grupo de murguistas (Los Sin Pelos en la Lengua) y a un elenco de circo criollo que interactúa con el «biombo de la abuela».
Esmoris pasa de una puesta intimista a un gran montaje musical con más de 20 artistas en escena entre actores y músicos. La banda toca instrumentos de viento, como el saxo y el clarinete, otros de cuerda, la clásica tríada de bombo, platillo y redoblante, y no faltan los tambores para referir a un candombe insípido interpretado por blancos. Hay un rico recorrido musical por temas de la cultura popular de antaño: se escucha «Qué será, será» de Doris Day y la pegadiza «Siga el baile» de Alberto Castillo, entre otras. La banda musical que interpreta todas las canciones en vivo está integrada por Gonzalo Durán –quien está a cargo de la dirección musical–, Pablo Machado, Manuel Mendizábal, Nicolás Parrillo, Ernesto Veneziano, Andrés Rubinstein y José Telechea. Sin embargo, si bien se trata de un montaje de grandes dimensiones, con despliegue de utilería a cargo de Martín Sacco, la cercanía con el público se respira en cada momento y llega a su máxima expresión en la bajada y la salida final con desfile y baile en la vereda, un sello que Esmoris ha sabido darles a sus espectáculos.
Y es que allí están todos los elementos de la cultura popular. Un presentador de tablado desgarbado que intenta llevar adelante un bingo que nunca se concreta nos habla de nuestra idiosincrasia desde una posición alejada de los grandes discursos. La construcción dramática pinta cuadros absurdos como números en los que pueden transitar tanto un Hombre Araña en su pintoresca decadencia (típico personaje citadino que todos reconocemos), un Niño Maravilla (que aporta gran comicidad de la mano de Néstor Guzzini) o tres cabezudos dentro de los que se encuentra un Dios Momo deprimido. Esmoris, acompañado de un elenco que mantiene la impronta de la BCG, nos recuerda que el potencial máximo de la escena radica en su capacidad de juego; así, construyendo los hilos de ese complejo mecanismo, vuelve a demostrar su sobrada capacidad para contagiar la risa sin perder la ternura y la crítica.

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