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Caminar con Amir

Amir Hamed (1962 - 2017)

Amir Hamed / Foto: Fernando Pena

Muchos escritores escriben para vender sus libros, para impresionar porque se creen bonitos, porque son inteligentes, porque quieren educar, para entretener o porque les parece que saben algo que el resto merece saber. Ninguna de estas fue la razón de Amir Hamed para escribir.

La obra de Amir se compone de 16 libros de ensayo y ficción, una tesis de doctorado, una primera traducción de Shakespeare al español, centenares de textos destinados a publicaciones académicas y periodísticas, y muchas notas sin firma para diarios, revistas y enciclopedias. Es una obra amplia en volumen, aunque abordable, y sobre todo densísima en ideas.

Obligado a cursar los caminos rígidos del paper académico, dominaba a la perfección sus formatos y procedimientos, pero los consideraba nocivos para el desarrollo de ideas. Sus ensayos se leen como prosa poética, y producen explosiones de sentido y asociaciones imposibles en un trabajo metido en la camisa de fuerza de la tesis académica. Listas, clasificaciones tabuladas, definiciones esquemáticas no caben en sus ensayos, y si uno quiere, por ejemplo, entender su idea de “neomal”, deberá leer todo el libro en el que la propone.

Su antología crítica de la poesía uruguaya (Orientales, el Uruguay a través de su poesía) es una buena oportunidad para introducirse en su prosa elegante, de enorme belleza y densidad de sentidos. Se sale de ese libro con los pulmones más grandes, habiendo leído, a través de su oído finísimo, a los grandes poetas del país y también a su más notable ensayista: Amir Hamed.

La escritura –que no los libros– era el tema de Amir. No era bibliófilo. Le daba igual leer en papel que en pantalla. Le daban risa los elogios del olor a tinta y a papel. Su interés era la escritura, que consideraba el medio por el cual el cerebro humano alcanzó su desarrollo intelectual. No le interesaba –y en ocasiones parecía aborrecer– la narración oral, no en tanto ocupación gregaria (era un gran conversador en ruedas de amigos o en cualquier situación social) sino como se planteaba muchas veces: un arte equivalente a la literatura. Algunos descubrimientos arqueológicos recientes lo habían alegrado, ya que al parecer la escritura (o cierta protoescritura) es más antigua de lo que se creía, al punto que, decía, era posible que el lenguaje oral fuera consecuencia de la escritura y no al revés. Y no era fácil encontrar argumentos en contra, porque una de sus cualidades era que sus asertos estaban sólidamente fundados en hechos.

Quizá no entre los cromañones, pero sí, sin duda, entre nosotros, la escritura moldea nuestra lengua y nuestro pensamiento. En el caso de quienes lo tratamos como amigos, colegas o alumnos, probablemente las ocasiones más formativas de nuestras vidas tuvieron que ver con el contacto personal con Amir.

Una de las cosas que consideraba esencial para ser un buen escritor era “tener oído”. Valoraba mucho la música, tanto que aprendió a tocar la guitarra siendo ya un hombre maduro. Siempre cantó muy bien (la suya era una familia de cantores, de modo que probablemente tenía tanto el gen como el hábito), y después de los 40 reunió a varios amigos para hacer un grupo de rock que se presentó varias veces en público.

“El oído” era su expresión para definir la sensibilidad para la línea sintagmática-melódica y el plano paradigmático-armónico. El sentido no proviene del diccionario, sino de qué hace la palabra en su lugar en el sintagma; eso no se aprende en un manual pero se puede desarrollar a través de lecturas-escuchas, necesariamente activas, profundas, pausadas, muchas veces poco entretenidas, con frecuencia pesadas, cansadoras y áridas.

El oído, también, consiste en escucharse a sí mismo cuando el oído mismo lanza una alerta.

Si uno lee cualquier texto de Amir lo primero que disfruta es la musicalidad de su composición, que va más allá de una métrica o unas aliteraciones, y que está inextricablemente unida al sentido. La musicalidad es instrumento para dar sentido, pero es el sentido el que otorga musicalidad a las piezas textuales de Amir.

Leer no es una ocupación fácil, si lo que uno quiere verdaderamente es leer. Hay que dedicarle tiempo y espacio mental. El aburrimiento, la aridez y la dificultad pueblan el mundo de un lector profundamente dedicado a la lectura. Editores y hasta autores se asustan cuando alguien dice estas cosas. “¡Vas a espantar a los lectores!”, dicen. Pero los lectores, engañados cuando se les vende gato por liebre, se van a ir solos, y no porque uno los alerte. Es mejor que sepan que Cielo ½ no es una novela de verano. Ni siquiera es una novela, según su autor.

Lo que quizá define a un artista es que jamás piensa en el público. El verdadero artista piensa sólo en la obra. Esto puede resultar contradictorio para muchos, porque es clarísimo que los artistas ansiamos que nuestra obra se difunda lo más que sea posible, que llegue a todo el mundo y además que le guste a todos. Queremos ser amados, admirados y celebrados. Pero estas ansias no son exclusivas de los artistas. Todo el mundo quiere ser amado, admirado y celebrado. Lo que define al artista es que, a pesar de que, como todo el mundo, quiere ser amado, admirado y celebrado, se concentra sólo en la obra, con la posible consecuencia de que termine siendo odiado, despreciado e infamado.

Como un alquimista, Amir estaba concentrado en la Obra. La obra de un artista tiene una diferencia con la piedra filosofal: su lugar es la sociedad. Lo que pretende convertir no es el plomo en oro, sino que su destino es transformar a la gente que se exponga a ella. Los grandes artistas cambiaron la sociedad, influyeron poderosamente, aunque de manera difícilmente mensurable, en las comunidades de su tiempo y de la posteridad. Todo eso sin pensar en el público, señal de máximo respeto, ya que buscar complacer a los compradores está bien para mercaderes, pero es un asunto completamente ajeno al arte.

A su trabajo como escritor habría que añadir su incesante trabajo como editor (H Enciclopedia, H Editores, Guía del mundo, Social Watch), músico y organizador de eventos culturales (Veladas Beatnik), todo ello, con ser muy valioso, ínfimo –aunque grande para quienes participamos en esas ocasiones y actividades, fuera como autores, como lectores o público– si se compara con la importancia de su obra textual.

Amir Hamed murió en la plenitud de su magnífica potencia creadora. Dejó una novela empezada, y tenía definida la estructura, que desarrolló a lo largo de algunas conversaciones de los últimos días, de un libro sobre Zitarrosa que le había sido solicitado por un editor.

Su obra riquísima está ahí, para que caminemos montados a horcajadas sobre sus hombros.

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Obra de Amir Hamed

Tres libros de relatos, con ediciones agotadas, forman la breve producción de formación del escritor: El probable acoso de la mandrágora (1982), La sombra de la paloma (1985) y Qué nos ponemos esta noche (1991), este último premiado en Estados Unidos (premio Letras de Oro) ya con pleno dominio de las herramientas del oficio.

Luego vendrían dos novelas en las que la historia nacional formaba parte de la trama, desde lo que los propios personajes eran capaces de leer: Artigas Blues Band (1994, 2004) y Troya blanda (1996). El título de la segunda remite al libro de Dumas sobre la Guerra Grande. La gran novela histórica de Uruguay.

Semidiós (novela, 2001) y Buenas noches, América (relatos, 2003) fueron libros de la editorial H Editores, que Amir Hamed y Carlos Rehermann pusieron en marcha en el año 2000. Son dos libros breves, ideales para iniciarse en las ficciones de Hamed antes de emprender lecturas más extensas.

Retroescritura (1999) es una colección de ensayos que expande algunas ideas encontradas en su trabajo como columnista de prensa.

Orientales. Uruguay a través de su poesía (1996, 2010) es quizá el ensayo definitivo sobre la poesía uruguaya desde sus orígenes. Con una selección cuidadosa y muy rigurosa de los mejores textos poéticos de la historia del país, y estudios brillantes sobre cada poeta. Para quien le interesa mínimamente la literatura, un libro imprescindible. Si le interesa un poco más, ya lo tiene en su biblioteca.

Mal y neomal. Rudimentos de geoidiocia (2007) es un ensayo sobre el mal como estupidez. Su inspiración fue la presidencia de Bush y los desastres ocasionados por la política internacional de Estados Unidos después de 2001.

Trilogía El Alma del Relato: Encantado (2014), Ella sí (2014) y M (2015). Tres libritos con ensayos de gran poder lírico y erudición. “¿Cómo resumirías la idea de estos ensayos?”, le preguntó alguien. Amir le entregó los tres libros: “Tomá. Este es el resumen”.

En colaboración: Porno y posporno (2009), Premio Nacional de Ensayo, primer premio.

Cielo ½ (2013, segundo Premio Nacional de Narrativa) es lo que su autor definió como “álbum”, ya que la clasificación por género se hacía difícil. Preguntado por otros álbumes, para poder establecer una comparación, decía: “Este es el primero”.

Febrero 30 (2016). Su última novela, anunciada por la crítica como destinada a ser clásico.

Ganas y letras (2017) recopila artículos ya publicados e incluye una veintena de textos inéditos.

Dos nobles de la misma sangre es la primera traducción al español de la última pieza escrita por Shakespeare. Fue traducida por Amir a lo largo de 2000 y publicada en Buenos Aires (Norma, 2001; Random House, 2012).

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