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Argentina sin candidatos a la vista

Calentando motores electorales

Oficialismo y oposición preparan sus candidatos para las elecciones presidenciales de fin de 2023, que, sin embargo, aún no tienen cronograma definido. En el interior de ambos conglomerados hay cruces entre halcones y palomas. El macrismo y el radicalismo creen que es hora de desplazar al peronismo del poder. El oficialista Frente de Todos padece una permanente puja interna desde la semiderrota de las parlamentarias en 2021 y sigue sin encontrar el rumbo.

↑ Manifestación en apoyo al presidente argentino frente al Congreso, en Buenos Aires, durante la apertura de la legislatura, el 1 de marzo / AFP, Luis Robayo

Catorce son los precandidatos presidenciales en danza. Seis confirmados en el oficialismo y seis en la oposición, a quienes se suman otros dos –uno por cada bando– de carácter fantasmagórico. Semejante panorama expone, en realidad, las disputas, los personalismos y la falta de ideas en un país sumido en la inflación.

El gobierno de Alberto Fernández ingresa en los últimos meses de gestión, después de atravesar la pandemia de covid-19, la renegociación de una deuda de 45.000 millones de dólares tomada por el macrismo en 2018 y una inflación persistente que muestra la ineficacia de las políticas económicas, termómetro, en definitiva, del electorado argentino en los últimos ocho turnos electorales.

Mientras Juntos por el Cambio cruje y se debate entre la mano dura contra el oficialismo kirchnerista y los personalismos internos, en el gobierno crece el desencanto de los aliados más duros que responden a Cristina Fernández y los movimientos sociales para con la gestión de Alberto Fernández.

CANDIDATURAS DE JUNTOS POR EL CAMBIO

La primera en anunciar su candidatura presidencial en el bando opositor fue la inefable Elisa Carrió, referente de uno de los partidos. «En la Coalición Cívica va a haber candidata presidencial y voy a ser yo», anunció el 4 de febrero, en medio del tórrido verano porteño y sin que nadie la cuestionara.

Con más formalidad, dentro del riñón del macrismo el primer precandidato presidencial anotado es Horacio Rodríguez Larreta, lanzado el jueves 23 de febrero. El alcalde porteño cuenta con una administración en la capital, donde la clase media aprueba sus cuatro años de gestión con base en un enfrentamiento tenaz con el gobierno nacional en plena pandemia y una dosis de marketing callejero. Rodríguez Larreta mantiene, además, un férreo control sobre la legislatura, donde tiene mayoría propia y espera confiado colocar a su delfín cuando termine su gestión, en diciembre próximo. Prolijo en los modos y duro en las opiniones, inició su recorrida por el país hace seis meses y ya tiene una estructura armada en la provincia de Buenos Aires y algunas ciudades clave, como Córdoba y Mendoza.

La tercera anotada en la oposición es la exministra de Seguridad Patricia Bullrich, con un discurso de confrontación no solo hacia el gobierno, sino hacia el propio Rodríguez Larreta. Mantiene buena llegada con Mauricio Macri y ya tuvo algunos lances con el ultraliberal Javier Milei. Si bien nunca anunció formalmente su candidatura, hace una semana aseguró que nadie va a convencerla de renunciar a ser candidata. De buenos lazos con el sector más duro del empresariado rural y contactos en algunos cenáculos conservadores y republicanos de Estados Unidos, Bullrich amenaza con terminar con los planes sociales y desarticular los movimientos piqueteros.

Detrás de ella, y con la anuencia de Macri, asoma como variante dialoguista la exgobernadora bonaerense y actual diputada nacional María Eugenia Vidal. Pero ya anunció que, de presentarse Macri como candidato, ella bajaría sus pretensiones. Una candidata desinflada antes de comenzar.

Miguel Ángel Pichetto, un experonista devenido macrista, insiste en que Macri debiera ser el candidato opositor y él sería su vicepresidente. Pese a las presiones, el exmandatario sigue sin definirse y con eso mantiene en vilo a todo el partido Propuesta Republicana (PRO), fundado por él. Juega a no perder nunca protagonismo. Nadie lo toma como un precandidato presidencial, pero él no desmiente esa posibilidad en la interna partidaria. Desde las consultoras lo ven sin chances de volver a ser presidenciable.

Por el lado de la Unión Cívica Radical (UCR), socio del macrismo en Juntos por el Cambio, Gerardo Morales, gobernador de Jujuy y uno de los fundadores de la alianza, anunció su candidatura presidencial. El lanzamiento será el 15 de marzo en el Teatro Gran Rex, en plena avenida Corrientes de la capital argentina. «El radicalismo viene a aportarle federalismo a Juntos por el Cambio», aseguró Morales. El lugar de lanzamiento de su postulación parece desmentirlo. Sin embargo, esa afirmación es rigurosamente cierta desde el nacimiento de la coalición entre macristas y radicales.

En Argentina, solo la UCR, el Partido Socialista y el Partido Justicialista tienen personería política en todos los distritos electorales. Descartado el peronismo y el socialismo, el PRO de Macri necesitaba de una estructura nacional que cobijara a sus candidatos. Por eso, ya en marzo de 2016, apenas iniciado su gobierno, los radicales lanzaron los primeros reproches a la falta de cargos federales en la estructura de poder macrista.

«Es hora de que un radical gobierne la Argentina», sostiene Morales, enojado, pero sin tensar la cuerda con sus socios de coalición. Enfrente está para jugarle la partida el médico neurocirujano Facundo Manes, un novato en la arena política de la UCR, cuyo primer test electoral lo catapultó, en 2021, a una banca de diputado nacional por la provincia de Buenos Aires. Con ese debut triunfante y la presumible frescura de quien no está contaminado, Manes pretende sorprender y alzarse con el electorado.

Desde la derrota de 2019, los radicales reclaman recuperar protagonismo electoral alejados de los planes de Macri y el PRO. Para Morales, que tiene las riendas del partido, ese momento aún no llegó y espera ganar la interna para ser el candidato de la coalición opositora.

CANDIDATURAS DEL FRENTE DE TODOS

En el oficialismo el panorama es un poco más complejo. El gobierno de Alberto Fernández fue perdiendo peso, credibilidad y votantes, lo que quedó demostrado en la semiderrota en las parlamentarias de 2021. El quiebre en su relación con Cristina Fernández, su mentora, y las decisiones erráticas con las medidas de gobierno lo dejaron expuesto y casi sin poder real. Se enfrentó al empresariado rural, a la Corte Suprema, y no cuenta con blindaje mediático. Con todo, asegura que va a presentarse a las elecciones PASO (primarias, abiertas, simultáneas y obligatorias) para la reelección.

Pero el primero en lanzar su candidatura desde el oficialismo fue el eterno Daniel Scioli, actual embajador en Brasil y candidato de Fernández derrotado por unos pocos votos por Macri, en 2015. Desde Brasilia no está expuesto a los vaivenes de la política cotidiana y espera que su capital político, intacto desde la derrota por poco en 2015, rinda sus frutos.

Unos días después de Scioli, se lanzó el ministro del Interior, Eduardo de Pedro, un hombre de cercanía con Fernández y de buen diálogo con los gobernadores peronistas en todas las provincias. La candidata fantasma en este caso es la propia Cristina Fernández, quien, tras el juicio por corrupción en el que fue condenada y el atentado sufrido el 1 de setiembre pasado, sigue siendo el referente peronista indiscutido. Las encuestas de tres consultoras marcan que dentro de la coalición oficialista es la mejor posicionada, con un promedio de votos del 30 por ciento. Pero ella insiste en que está proscripta por el fallo judicial y renunció a la candidatura.

Desde los movimientos afines iniciaron un «operativo clamor» para convencerla y convencer al electorado: un montaje en pañales cuyos frutos se verán en los próximos meses. Entre De Pedro y Fernández se coló como precandidato el gobernador de Chaco, Jorge Capitanich, otro interlocutor de la liga de gobernadores peronistas que quiere competir. Sergio Massa, actual ministro de Economía, ya declinó en este turno electoral sus aspiraciones presidenciales, aunque sería un referente inevitable en caso de torcer su decisión.

INSTITUCIONALIZACIÓN TRUNCA

Después de la semiderrota en las elecciones parlamentarias de medio término en 2021 y con la carta abierta de Fernández golpeando la gestión de gobierno, el presidente planteó por toda respuesta una institucionalización del Frente de Todos, al estilo del Frente Amplio uruguayo. Alberto Fernández, amigo de los gestos grandilocuentes y los anuncios genéricos, pretendió promover una iniciativa que él mismo iba a encabezar. Pero las tres fuerzas principales de la coalición, el Partido Justicialista, Unidad Ciudadana (Cristina Fernández) y el Frente Renovador (Sergio Massa) le recordaron que en el peronismo la cosa no funciona así. Como convidados de piedra quedaron 11 partidos menores que integran el Frente de Todos, a quienes convocaron desde la Casa Rosada a una reunión en el Centro Cultural Kirchner, en octubre de 2021, para debatir sobre la institucionalización. «Fue la única reunión a la que nos convocaron y algunos ni siquiera nos conocíamos. Después de eso, nunca más se habló de institucionalizar al Frente», recuerda a Brecha el exdiputado nacional Claudio Lozano, actual precandidato presidencial de Unidad Popular, uno de los 11 convidados de piedra de Alberto Fernández. Los otros desencantados del albertismo son los movimientos sociales y, en especial, el dirigente Juan Grabois, que, como Lozano, lanzó su candidatura presidencial.

Las elecciones de medio término dejaron por primera vez desde 1983 al peronismo sin mayoría propia en el Senado nacional. A eso se suma ahora la salida del bloque oficialista de cinco senadores y senadores con severas críticas a la gestión del Alberto Fernández. Los cinco conforman un nuevo bloque parlamentario llamado Unidad Federal, ligado al peronismo, pero con distancia de la Casa Rosada y siguiendo órdenes de los gobernadores provinciales que esperan un año electoral difícil en sus respectivos distritos. Fue precisamente la Liga de Gobernadores peronistas la que reclamó al presidente postergar las elecciones primarias para octubre, las presidenciales para noviembre y, en caso de balotaje, dirimir la presidencia en diciembre de este año. Un oscuro y difícil panorama para un año electoral todavía en pleno verano.

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