Bienvenido, camarada Putin - Brecha digital
Cuba otra vez en el tablero de una guerra fría

Bienvenido, camarada Putin

La eventualidad de que tropas rusas vuelvan a desplegarse en el Caribe, en pleno auge de la tensión entre Moscú y Washington, tiene tanto al gobierno como a la oposición de Cuba jugando sus propias cartas.

Vladimir Putin y Miguel Díaz-Canel en 2018, en Moscú Twitter Presidencia de Cuba, 24 de enero de 2022

A finales de diciembre, el influencer Alexander Otaola lanzó la propuesta de fundar en la base naval de Guantánamo una llamada República Libre de Cuba. En su proyecto, medio millón de cubanoestadounidenses se establecerían en ese enclave al amparo de la Armada de Estados Unidos, que lo ocupa desde 1903. «Sería un territorio libre del comunismo mundial, algo que Estados Unidos puede garantizar. Una especie de Berlín Oeste hasta que la isla se libere», esbozó en una de sus populares transmisiones de Facebook.

La idea aprovechaba el precedente de un proyecto de ley que meses antes habían presentado en Washington dos congresistas cubanoestadounidenses: trasladar a la base los servicios consulares que hasta 2018 prestaba la embajada en La Habana. Desde el cierre de esa sede diplomática, ordenado por Donald Trump bajo el pretexto de ataques sónicos –desmentidos hace pocos días por una investigación de la CIA–, los ciudadanos de la isla deben viajar a las representaciones de Washington en países vecinos para poder concluir sus trámites migratorios. Más que una solución, aquella iniciativa legislativa apostaba a brindar exposición mediática a sus promotores y azuzar la confrontación entre Cuba y Estados Unidos, en un momento en que la administración de Joe Biden coqueteaba con la idea de retomar el deshielo de la era Obama.

Por entonces, Otaola se mantuvo en segundo plano. En la campaña presidencial de 2020, había quemado sus naves en favor de Trump, al punto de convertirse en su vocero oficioso ante la comunidad cubana en Estados Unidos. La victoria demócrata lo había dejado en una posición equívoca, que apenas superó luego de las protestas del 11 de julio. La República Libre de Cuba sería la culminación de un semestre en el que había logrado congregar a cientos de manifestantes ante la Casa Blanca y el Vaticano para demandar una «intervención humanitaria» en la isla. Que el sitio escogido fuera un territorio que el gobierno de su país natal considera ilegalmente ocupado por un ejército extranjero no parecía molestarle.

Sin embargo, a mediados de este mes, Otaola se hizo eco de las recientes declaraciones del vicecanciller ruso, Sergei Ryabkov. El jerarca dijo a medios de su país que no confirma ni desmiente que Moscú esté planeando enviar tropas a Cuba y Venezuela si falla el tenso diálogo que hoy mantienen Estados Unidos y Rusia por la nueva crisis ucraniana. «Todo depende de las acciones de nuestra contraparte», sostuvo Ryabkov a la prensa.

«Si nos hubieras hecho caso, Biden, si hubieras escuchado a los cubanos en las puertas de la Casa Blanca pidiendo intervención humanitaria, hoy Rusia no los estaría chantajeando, amenazándolos con poner tropas en Cuba, porque hoy sería una Cuba libre», tronó Otaola ni bien se conocieron los dichos del vicecanciller ruso.

A LO GUAIDÓ

La misma indignación sacudió a muchos líderes del exilio y la oposición dentro de Cuba. En Madrid, la periodista Mónica Baró dijo sentir «pena por quienes creen que al régimen cubano le importa la soberanía». Baró trabaja en España para Cibercuba, una de las revistas digitales sobre la isla acusadas de recibir dinero del gobierno de Estados Unidos. Hace poco más de una semana, sumó a sus responsabilidades la de consejera deliberativa de Cuba Próxima, un nuevo «centro de estudios sobre el Estado de derecho», según la inocua descripción de su página oficial.

Más esclarecedora resulta la entrevista concedida a Cibercuba por el presidente de Cuba Próxima, Roberto Veiga, un jurista y politólogo también emigrado a España, que en Cuba ganó notoriedad como editor de publicaciones vinculadas a la Iglesia católica. «Los cubanos quieren saber cómo gobernaríamos los opositores y queremos ofrecer una alternativa inclusiva y democrática, que ponga a los ciudadanos en el centro de la acción política», explicó Veiga al presentar la estructura de lo que Cibercuba describió como «gobierno en la sombra», con una suerte de ministros (coordinadores) a cargo de ámbitos como las relaciones internacionales y el desarrollo, y un Consejo Deliberativo integrado por Baró y otros opositores, la mayoría residentes fuera de la isla. Aunque casi de inmediato la revista cambió el título de la publicación, este estuvo en línea lo suficiente como para que las autoridades de La Habana tomaran nota y denunciaran los paralelismos con el proyecto de Guaidó, en Venezuela.

Algunos indicios hacen suponer que Cuba Próxima pudiera ser una apuesta a largo plazo de la Casa Blanca. El primero de todos es el dinero. Si bien la organización no ha clarificado sus cuentas, resultan significativos los vínculos de Veiga con Diálogo Interamericano, un think tank estadounidense que tiene entre sus principales donantes a la Open Society Foundation y la Agencia de Estados Unidos para el Desarrollo Internacional (USAID, por sus siglas en inglés), dos de las fachadas utilizadas históricamente por Washington para enviar recursos a la disidencia cubana. Además, entre los cuatro integrantes del Consejo Asesor Internacional de Cuba Próxima está Peter Hakim, el presidente emérito de Diálogo Interamericano.

GUANTÁNAMO Y LOS COCHINOS

Aunque a primera vista disímiles, las propuestas de Otaola y Veiga tienen vasos comunicantes en la historia del siglo pasado. En 1961 la invasión de Bahía de Cochinos-Playa Girón, organizada por las administraciones de Dwight D. Eisenhower y John F. Kennedy, tenía como complemento político un gobierno del exilio que habría de asentarse en la cabeza de playa tomada por la expedición. Ese Ejecutivo había sido organizado por la CIA desde meses antes en Miami y cumpliría la tarea de solicitar una intervención estadounidense al amparo del Tratado Interamericano de Asistencia Recíproca. Solo la rapidez con que las fuerzas cubanas derrotaron el ataque alcanzó a impedir que se pusieran en marcha los buques de la Armada de Estados Unidos, que aguardaban al límite de las aguas soberanas de la isla.

Luego, cuando en 1962 la Unión Soviética le propuso a Cuba instalar en su territorio misiles nucleares, a la reciente invasión se sumó la existencia de la base de Guantánamo como una de las razones que más influyeron para que La Habana diera su visto bueno. De hecho, la Operación Mangosta (1961-1963), un plan trazado por el Pentágono para eliminar el «peligro comunista» de la isla, consideraba la posibilidad de una invasión militar que tendría como desencadenante un ataque de falsa bandera contra buques fondeados en el enclave.

Tras el desastre de Afganistán, difícilmente Biden se inclinaría por la opción militar en Cuba (no lo hizo en julio, cuando el alcalde de Miami y buena parte de la cúpula exiliada se lo demandaron), pero propuestas como las de la República Libre y Cuba Próxima pueden resultarle útiles si se presentara la oportunidad de desconocer al gobierno de La Habana y promover la misma actitud entre sus aliados.

NUNCA SE FUERON DEL TODO

Luego de la crisis de los misiles, una brigada de infantería mecanizada del Ejército Rojo permaneció en Cuba como contrapeso al contingente naval estadounidense. Y, desde 1964, en los suburbios de La Habana se estableció el Centro Radioelectrónico de Lourdes, dedicado a la vigilancia de telecomunicaciones, que se convertiría en el centro de esas características más importante de la Unión Soviética y, luego, de Rusia. Antes de su desmantelamiento, en setiembre de 2002, sus antenas captaban el 75 por ciento de la información estratégica militar estadounidense acopiada por Moscú. Parte de la información era compartida con la inteligencia cubana.

El cierre de Lourdes, en 2002, fue el más mediático de los gestos de buena voluntad con que Vladimir Putin intentó zanjar diferencias con la Casa Blanca, en los albores de la guerra contra el terrorismo. En definitiva, el tiempo le dio la razón a Fidel Castro, quien por entonces intentó que el mandatario ruso cambiara de idea, haciéndole entender que las dinámicas de la geopolítica terminarían volviendo a enfrentar a ambas potencias. Hacia 2014 se habló de la reapertura del centro, luego de que Rusia condonara a Cuba el 90 por ciento de los 35.000 millones de dólares que la isla le adeudaba, pero la crisis ucraniana de aquel año acaparó la atención del Kremlin y el proyecto fue archivado.

En 1990 el contingente militar soviético en Cuba sumaba unos 7.700 efectivos, desglosados casi en partes iguales entre los asesores de diferentes armas, la brigada de infantería y la unidad radioelectrónica de Lourdes, detalló pocos años después el profesor de Ciencias Políticas de la Universidad de Pittsburgh Cole Blasier, uno de los académicos más autorizados respecto a las relaciones entre Moscú y Washington durante la Guerra Fría. «Incluso funcionarios [rusos] que se oponían a fuertes gastos ulteriores en Cuba reconocían la obligación moral de no abandonar a un aliado […] importantes funcionarios militares y de inteligencia relacionados con Cuba siguieron apoyando la asistencia militar», señaló Blasier en un extenso artículo.

Pero el caos en que se había sumido Rusia impidió seguir aquella línea de acción. Cuando en 1993 se completó la retirada de los asesores y la brigada de infantería, el Kremlin apenas pudo dejarle a Cuba sus armamentos y alrededor de 40 tanques T-72, todavía hoy los más modernos de que disponen las Fuerzas Armadas Revolucionarias (FAR).

En Cuba, todo lo relacionado con la defensa se considera secreto y las penas para quienes revelen información al respecto son severas. Pero lo cierto es que, desde mediados de los años dos mil, las FAR se embarcaron en un gigantesco programa de modernización de su equipamiento ayudadas por Rusia, China y Ucrania (todavía aliada de Moscú). «Cuba no publica sus proyectos de actualización ni los presupuestos disponibles para ello. Sin embargo, la Unión de Industrias Militares [un complejo de plantas distribuidas por toda la isla] continúa produciendo considerable material para las unidades de tierra [y] equipo nuevo continúa llegando», concluyó en marzo de 2009 un analista de Revista Defensa, una publicación española.

Esos vínculos se hicieron públicos en 2015, al confirmar el ministro de Defensa ruso la participación de su país en el programa y la intención de ampliarlo, cumpliendo un convenio firmado por Putin y Raúl Castro. La visita del primero a La Habana, en julio de 2014, probablemente determinó que la administración de Obama comenzara el deshielo, cinco meses después.

TELÉFONO A MOSCÚ

«Los últimos días han estado llenos de las reacciones de medios y personajes que no dicen nada sobre la base yanqui, que se mantiene contra la voluntad del pueblo cubano, y se rasgan las vestiduras con el bulo de las bases rusas, sabiendo que [lo dicho por Ryabkov] no es más que una declaración ambigua», consideró la semana pasada la periodista Arleen Rodríguez, una de las miembros más influyentes del equipo de prensa de la Presidencia. El programa de radio que conduce hace las veces de tribuna oficiosa de las autoridades, por lo que vale atender sus declaraciones. «Cuba es y será firme defensora de la declaración de América Latina como zona de paz [adoptada en La Habana en 2014, durante una cumbre de la Comunidad de Estados Latinoamericanos y Caribeños]», recordó.

Difícilmente la isla pondría en riesgo el principio de no alineamiento a pactos militares que por décadas ha guiado su política exterior. Pero tampoco puede –ni quiere– enajenarse un aliado al que la unen vínculos tan profundos que fueron capaces de sobrevivir al derrumbe de la Unión Soviética. La colaboración bilateral no tiene por qué rebasar los límites del armamento defensivo y, para las autoridades rusas, supone la posibilidad de dar un golpe sobre la mesa; para las cubanas, un espaldarazo fundamental en momentos en que Estados Unidos ha desistido por completo de la normalización de relaciones.

Aunque en el ámbito oficial el gobierno cubano ha mantenido un silencio hermético sobre las declaraciones de Ryabkov, este lunes el presidente Miguel Díaz-Canel y su homólogo ruso, Vladimir Putin, mantuvieron una publicitada charla telefónica. De acuerdo a Díaz-Canel, se trató de una «cordial y fructífera conversación», en la que se intercambió sobre el «excelente estado» de las relaciones bilaterales y la «actual situación internacional».

Los modernos camiones militares Ural, que a comienzos de este mes participaron en Cuba del desfile anual conocido como la Caravana de la Libertad, tal vez pretendían mandar un mensaje que iba más allá de la conmemoración de la efeméride revolucionaria, solo que no fue hasta la críptica declaración del vicecanciller ruso que algunos comenzaron a notarlo.

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