Barro en la sangre - Brecha digital

Barro en la sangre

Una cacería humana en Nicaragua.

Ilustración: Tobias Krejtschi

MANUEL. El 5 de octubre de 1978 varios jeeps de las Brigadas Especiales Contra Acciones Terroristas (Becat) de la Guardia Nacional del dictador nicaragüense Anastasio Somoza doblaron en una esquina de la ciudad de Diriamba rumbo al mercado municipal. Eran las 10.30 de la mañana.

Una verdadera cacería humana se desató en el mercado. El buscado era un niño de 12 años llamado Manuel de Jesús.

A esa edad el niño ya era un verdadero siete oficios; había comenzado como cortador de café para continuar de mandadero y cargador de bultos en el mercado y hasta lustrabotas.

Una vez, lustrando en la calle, un sandinista lo invitó a unirse a la resistencia. Desde entonces fue correo de los combatientes del Fsln y él mismo un combatiente muy valeroso y certero apodado la “Mascota”. En su caja de lustrar ya no llevaba ni cepillo ni betún, sino bombas de contacto.

La brutalidad desmedida de los esbirros en aquella siniestra mañana incluyó arrastrar su pequeño cuerpo martirizado por el pasillo del mesón del mercado y revolear su cadáver para que cayera en la plataforma del camión que lo llevó a Managua.

Cuarenta y siete orificios de bala encontraron en el cuerpo martirizado, recién después de ocho días del crimen, cuando el dictador accedió a entregar sus restos a la familia.

 

FERNANDO. En medio de la triunfante revolución sandinista, el 17 de julio de 1982 se fundó en Managua, a 45 quilómetros de Diriamba, el hospital pediátrico que lleva el nombre de este niño mártir: Manuel de Jesús Rivera “La Mascota”. Su segundo director fue un reconocido pediatra y poeta llamado Fernando Silva.

En 1986 Silva fundó dentro del hospital un lugar específico denominado Pabellón de la Liga contra la Leucemia y el Cáncer en el Niño Julio Cortázar. En dicho pabellón casi todos los martes del año un grupo de viejos conocidos brinda un taller de poesía a los niños enfermos y desahuciados. Ernesto Cardenal, Claribel Alegría y William Agudelo, entre otros poetas, siguen haciendo vivas aquellas palabras de Daniel Viglietti: “En Nicaragua la poesía tomó el poder”.

Fernando Silva Espinosa (1927-2016) nació en Granada, Nicaragua. Y fue muchas cosas además de un médico pediatra formado en París. Fue poeta, cuentista, pintor y también incursionó en estudios de la lingüística nicaragüense.

Había quedado huérfano de madre a los 6 años. Por entonces “no sabía lo que era el vacío aunque podía sentirlo”, ese sentimiento de “como si nada tuviera y nada pudiera tener”. Su padre fue nombrado comandante de Río San Juan y llevó consigo a Fernando. Frente al río aquel niño quedaba pálido y temblando. Años más tarde su padre le confesó que sabía que aquel río y su paisaje iban a llenar el vacío de su madre.

Las letras llegaron a su vida rápidamente. Su padre supo que aquel niño tendría futuro por “el apego a la letra volando” y agregaba: “porque cuando vos las escribís parece que las lanzaras al aire y eso se llama autenticidad”.

“Tenía la poesía en la boca”, afirmó la escritora Gioconda Belli. “Llevaba al papel el lenguaje oral, con toda su hondura y su gracia, aun con las mímicas de los personajes”, comentó el escritor Sergio Ramírez.

Fernando, el médico experiente y reconocido, “el hombre más nicaragüense del mundo”, como ironizó en uno de sus mejores poemas, confesó que se sentía como “nicaragüense en el barro, en mi tierra que toco”.

Por eso a veces colocaba en el suelo a los recién nacidos, para que tocaran tierra, ¡tierra viva, tierra nicaragüense! No en vano su primer libro se llamó Barro en la sangre.

 

HERMANN. Hermann Schulz nació en Nkalinzi, Tanzania, el 21 de julio de 1938, donde su padre era misionero. Se crió en Alemania y fue un conocido editor en la editorial Peter Hammer, de Wuppertal. Aún sigue escribiendo, particularmente literatura infantil.

Durante varias décadas editó y promovió autores de América Latina y África. En su catálogo conviven autores como Eduardo Galeano, Mario Benedetti u Horacio Quiroga junto a los nicaragüenses Ernesto Cardenal, Sergio Ramírez y Gioconda Belli. Más de veinte veces estuvo en Nicaragua entre 1969 y 2015.

En uno de esos viajes conoció a Fernando Silva en acción, contando. “No entendía ni la mitad de aquella historia. Aún sabía poco español y aquellas palabras nicas me superaban”, recuerda Hermann. “Al final dejé de preguntar, qué es esto, qué es aquello y me quedé con la atmósfera de la historia que fue creciendo en mi fantasía hasta llegar a escribir Un viaje a Egipto.

Eduardo Galeano ya le había consagrado dos textos a Fernando Silva. En uno de ellos (“Sucedidos/3”) describe la habilidad extraordinaria del narrador oral que cura tocando y contando. “¿Qué es la verdad?”, se pregunta allí Galeano, y se contesta: “La verdad es una mentira contada por Fernando Silva”.

El otro microrrelato de Galeano ocurre en Nochebuena, en el hospital de niños donde trabajaba Fernando, y lo tiene como protagonista junto a un niño ya desahuciado.

Quizás también Eduardo escuchó la anécdota de la Nochebuena de labios del propio Fernando.

Hermann la desarrolló en un largo cuento infantil recientemente traducido al español y editado por Anamá Ediciones, de Nicaragua.

En Un viaje a Egipto un día aparece un niño, de nombre Filemón, en la puerta del hospital La Mascota. El niño era muy reservado y recibió la meticulosa atención del médico que lo tranquilizó con su voz dulce.

La evidencia era categórica, enfermedades varias, órganos que ya no funcionaban correctamente, huellas de la desnutrición. “El doctor Fernando temía que ya fuera demasiado tarde para un tratamiento exitoso.”

En la Nochebuena el médico acostumbraba a recorrer las salas entregando un regalo navideño y relatándoles un cuento de Navidad, inspirado en la leyenda evangélica.

Filemón oyó también aquel cuento. Y, como a todos aquellos niños, lo que más despertó su alma fue la parte que hablaba de Egipto. Allí tenían que huir José y María con Jesús para salvarlo de la persecución de Herodes.

Fernando contaba que en Egipto “estaba terminantemente prohibido hacerles daño a los niños”.

Cuando llegó a la sala donde estaba Filemón éste quiso cambiar el regalo que le había tocado.

“—Tal vez, a lo mejor… ¿me podés dar a cambio un pasaje de bus para ir a Egipto?

Primero el doctor pensó que le había entendido mal al pequeño.

—¿Para Egipto? ¿Y para qué querés ir a Egipto?–preguntó extrañado.

—Allá en Egipto, a los niños los salvan… –murmuró el pequeño y miró al doctor con los ojos bien abiertos.”

EL VIAJE. Filemón fue muy afortunado por tener aquel médico que curaba contando. Aquella misma noche ocurrió el viaje a Egipto, en auto, que culminó en la cena familiar de los Silva con el viajero de invitado. “Fernando le contó en susurros a su esposa la nueva historia de Navidad; le contó sobre los pies sucios, sobre la salvación maravillosa de todos los niños y sobre un país en el que a los niños no les iba a pasar nada malo.

A la mañana siguiente algo había cambiado en La Mascota.

 

“—¡Buenos días, enfermera Salvadora, ahora ya viene siendo tiempo de que se vaya a su casa, donde su familia! ¿Me llegó alguna llamada?

—Ninguna llamada –dijo Salvadora sonriendo.

—¡Pues qué bueno! Ahora usted también tiene que ir a celebrar la Navidad. ¿Todo tranquilo anoche?

—No se preocupe –dijo la enfermera–. Todo estuvo tranquilo y normal. Solamente me llevé una sorpresa hoy por la mañana cuando les llevamos el desayuno a los niños. ¡Imagínese, doctor, que el pequeño Filemón tenía los cachetes rojitos y quería doble porción! Por cuenta se siente mejor.

—¡Hum! ¿Y contó algo de nuestro viaje?

—No dijo ni una palabra, pero se sonrió contento cuando le pregunté al respecto. A lo mejor en algún momento cambia de opinión y nos cuenta de la aventura que vivió junto al doctor Fernando.

El doctor no pasó por alto la petición sutil de que contara acerca de la noche anterior. Pero hizo como si no hubiera entendido.

—Deje que Filemón coma tanto como quiera, enfermera Salvadora. A los niños hay que darles lo que necesitan –dijo Fernando.

—¿Y siempre se sabe con certeza qué es lo que necesitan, doctor?

El médico se rió, mientras se abotonaba la gabacha. Como hablaba lento, Salvadora se dio cuenta de que estaba cavilando la respuesta correcta.

—¡Nosotros tenemos que intentar averiguarlo, enfermera! Y no siempre es tan fácil, porque es arduo comprender a los niños y sus necesidades. A veces es un desayuno doble, otras veces una historia que los reconforte o un viaje largo, como anoche. ¡Pero lo más importante es darles esperanza a los niños enfermos! Si no, podemos olvidarnos de todos nuestros esfuerzos, porque serían en vano.”

Hoy Filemón también se llama Nicaragua.

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