Embarcarse en construir variaciones o jugar con un clásico siempre implica riesgos. Y aunque la escena contemporánea está plagada de estos ejercicios metateatrales, la riqueza del lenguaje escénico arroja sorpresas por doquier. Tal es el caso de este experimento propuesto por el dramaturgo y teórico español José Sanchis Sinisterra, que investiga sobre el texto de Chéjov y se imagina qué ocurriría con sus tres personajes clásicos (Olga, Masha e Irina) luego de finalizar el último capítulo. La Comedia Nacional convocó para dirigir tamaño desafío a Ramiro Perdomo, quien es actor, ha codirigido obras con Gabriel Calderón y es responsable de la puesta en escena de la murga La Mojigata, además de participar en proyectos de danza, audiovisual y música.
Perdomo plantea un escenario abstracto, atemporal, con reminiscencias estéticas a la Rusia de Chéjov (mamush-
kas, cajas musicales, líneas duras). Un espacio que alberga a estos tres personajes cargados de memoria y de significados literarios, que parecen seguir a la espera de un futuro mejor. De esa espera deviene el recuerdo beckettiano del tiempo, buscado por Sinisterra en su ejercicio teatral. En esta puesta el director plantea un código actoral exacerbado, en el que el maquillaje se desborda y lo corporal se hace presente en coreografías repetitivas que acompañan diálogos también repetitivos e insistentes. La construcción de tres féminas con rasgos clown (señalados en las túnicas del vestuario diseñado por Iván Arroqui) delata la carga ficcional de estas mujeres que no son más que personajes de ficción, sumidos en un destino amargo del que parecen no poder escapar. Las actrices Cristina Machado, Lucía Sommer y Natalia Chiarelli parecen esforzarse por entrar en este código que no siempre se logra en conjunto, dejando por el camino las potencialidades a las que podría aspirar el texto.
La forma se impone sobre el contenido. Hay un cuidadoso trabajo de escenografía e iluminación (diseñado por Lucía Tayler) que resulta visualmente atractivo y muy funcional para varios momentos de la puesta, en los que los personajes se desplazan hacia el centro y el detrás de escena. Hay algunas influencias de las máscaras de Carnaval que resultan un recurso original para apoyar a las actrices que representan diálogos imaginarios entre varios personajes. La forma es utilitaria para destacar el concepto de show y develar que se trata de una ficción, una nueva manera de hacer teatro dentro del teatro que puede interesar como juego pero que también se va agotando en cada reiteración.
Sinisterra trabaja sobre la modificación de los mecanismos perceptivos del público (como cita el programa de mano) y en Éramos tres hermanas desdobla hasta el infinito a sus personajes para trabajar sobre estados de ánimo que parecen ser circulares (siempre vuelven el duelo, la frustración, la tristeza), pero que buscan sorprender al espectador desde los recursos actorales que su texto despliega. Como expresa el director, se trata de deconstruir, romper y desarmar la idea misma de teatro, y así lo viven sus personajes debajo de su cargada capa de maquillaje y los diversos velos que esconde el vestuario. Un trío clown donde el blanco y el negro son trampolines para transitar estados tan dispares como la alegría desbordante o el llanto más ahogado.