El país de Donald Trump sorprendió la semana pasada al postular para la presidencia del Bid al estadounidense de ascendencia cubana Mauricio Claver-Carone. Esta candidatura rompe una tradición o “regla no escrita” por la que se asume que el liderazgo del organismo se reserva para latinoamericanos, mientras que Estados Unidos –principal accionista– ocupa la vicepresidencia, hospeda la sede y mantiene el poder de veto sobre las decisiones. Al día siguiente de conocerse la noticia, Uruguay anunció, a través del Ministerio de Economía, su apoyo a la candidatura, que fue formalizado mediante un comunicado emitido por la presidencia (no por la cancillería). De esta forma, las diferencias en torno a la política externa llevan, una vez más, a cuestionar la solidez de la coalición, como sucedió hace dos semanas con el anuncio de la salida anticipada de Ernesto Talvi de la cancillería (véase Brecha de la edición pasada).
No obstante, en ambos casos persiste la duda acerca de en qué medida las diferencias son un reflejo de diversas posturas de fondo en temas de política externa, o más bien acuden a esta como un ámbito en el cual desplegar la disputa política entre los líderes de la coalición (y, en particular, del Partido Colorado). Lo evidente es que, una vez más, el oficialismo alinea Uruguay con Brasil, Colombia y Paraguay, países gobernados por lo más rancio de la derecha conservadora latinoamericana.
Por su parte, Julio María Sanguinetti no hizo ningún planteo serio. Más bien pareció utilizar el tema para hacer una jugada política a varias bandas: reforzar internacionalmente su imagen de socialdemócrata (insostenible en la política interna), darse dique de estadista respetado en el sistema político uruguayo y exponer a su rival partidario, Talvi, como cabeza de una cuestionable política exterior. El actual canciller se expidió sobre el asunto ayer, recién una semana después del anuncio del gobierno. Además, lo hizo en forma escueta e indirecta, a través de integrantes de su equipo, que declararon a la prensa que el canciller considera “un error” que Uruguay acompañe la candidatura y explicaron que la cancillería no fue consultada “en ningún momento” (Búsqueda, 25-VI-20). Esto debilita la figura de Talvi, quien actúa tardíamente, reconoce haber sido ignorado por el presidente, Luis Lacalle Pou, en un tema que le compete directamente a su cartera, es puesto en evidencia por Sanguinetti y enfrenta ahora el desafío de retomar su autoridad como canciller y como uno de los principales socios de la coalición; todo ello a dos semanas de conocerse su idea de abandonar el ministerio.
Al margen de la política doméstica, el apoyo de Uruguay a Estados Unidos debe interpretarse como una señal de alarma sobre el rumbo de la política exterior. La candidatura de Claver-Carone, consejero de gobierno de Trump y furibundo enemigo de Cuba y Venezuela, representa mucho más que el rompimiento de una tradición: no es sólo una nueva bravuconada unilateral, también es un nuevo desafío a las incipientes esferas de autonomía que Latinoamérica, trabajosamente, ha ido obteniendo.
Un control total del Bid permitirá a Estados Unidos reforzarlo como un instrumento de alineamiento de la región, sin caer en costosas concesiones: por un lado, como una herramienta de promoción de un modelo de desarrollo y, por otro, como una herramienta de exclusión, tanto de potencias extrahemisféricas (China), como de los países latinoamericanos que desafían a la potencia (Venezuela). Claver-Carone explicó que uno de sus objetivos será redireccionar el comercio latinoamericano hacia Estados Unidos, en detrimento de China: “Queremos realinear las cadenas de abastecimiento que hemos visto durante décadas, y que iban de este a oeste, realinearlas de norte a sur” (Efe, 20‑XI‑20). El apoyo uruguayo a Claver-Carone cuestiona la vocación regional de nuestra política exterior y amenaza la relación profunda tejida con la potencia asiática por parte del anterior gobierno. Esperemos que el rédito esté más allá que ganarnos la simpatía del gobernante más delirante de la Casa Blanca.