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Diez años de Tenemos que Ver

Ojos bien abiertos

Hoy comienza una nueva edición del único festival uruguayo dedicado íntegramente al cine de derechos humanos, un festival cuyo nombre –Tenemos que Ver– puede leerse como un imperativo o como un recordatorio: todos estamos implicados, porque son temas que nos competen como ciudadanos. Esta es, además, una edición especial, ya que el festival cumple una década y es un buen momento para hacer balances y ponderar perspectivas.  

Difusión

No es la mejor época para los festivales de cine, y mucho menos para los que hablan de lo que el poder quiere ocultar. «Estos diez años nos agarran en una situación bastante compleja a nivel presupuestario. No contamos con una financiación que dé una garantía de continuidad, y si esta edición se hace es porque hay un equipo con muchas ganas de hacerlo y todo el tiempo se está incorporando a gente joven, con empuje, que entiende y valora el espacio y se apropia de él. Y si a eso le sumamos que nuestro paraguas institucional, que es Cotidiano Mujer, también está pasando dificultades, el panorama es bastante complejo», dice Francesca Cassariego, directora del festival.

La programación no refleja estas dificultades. El festival abre con Landfall, un documental inteligente que, a pesar de lo potente de su tema –la idea de que la devastación provocada por el huracán María, en Puerto Rico, con su catastrófico saldo de destrucción y muerte, no hizo sino desnudar otras catástrofes, endémicas y provocadas por el hombre–, no descuida ni por un momento la narración, con una fortaleza creativa que a veces roza lo poético. La directora, Cecilia Aldarondo, no centra su relato en lo inevitable –que el ser humano se encuentre, a menudo, a merced de las fuerzas de la naturaleza–, sino en lo evitable –la corrupción del sistema político– y, sobre todo, en otra fuerza ya no destructora sino constructora: la de la protesta.

Y es en torno a la fuerza de la protesta social que se articulan tanto la apertura como la clausura del festival, porque mientras Landfall se ocupa de las manifestaciones que tomaron las calles de San Juan en 2019 –y que hicieron caer la administración corrupta de esta colonia estadounidense–, la película de cierre se ocupa de una adolescente que inició un movimiento global: Greta Thunberg.

I Am Greta, el documental de Nathan Grossman, narra el ascenso de esta activista, que tomó la lucha en contra del cambio climático y la llevó a niveles de compromiso y visibilidad sin precedentes. Grossman la filma a lo largo de dos años, desde los comienzos de su lucha –los años de su huelga escolar, cuando comenzó a sentarse, sola, frente al Parlamento sueco con un cartel casero de cartón, anunciando que aquello era una huelga por el clima– hasta el crecimiento de su figura, que alcanzó una visibilidad global que la llevó a ser recibida por líderes políticos como Macron o el papa, y a dar su famoso discurso ante la cumbre de las Naciones Unidas sobre el cambio climático en el que, temblando de indignación, les espetó: «How dare you?» (¿Cómo se atreven?). I Am Greta se exhibirá en la Sala Zitarrosa el viernes 5 de noviembre a las 20 horas, con entrada libre, como el resto del festival.

Entre estos dos hitos, quedan muchísimas películas, que se exhiben en Cinemateca Uruguaya y en espacios descentralizados como Casa Mandrágora, el Espacio de Arte Contemporáneo, la sala Florencio Sánchez y el Centro Cultural Casa de la Pólvora. También habrá funciones en el Cerro, en la plaza Las Pioneras, en el Espacio Cultural Parque del Plata y en el Centro Universitario Litoral Norte, de la Universidad de la República, en Salto.

La programación se vertebra en torno a cuatro ejes: «Marcas de la ausencia estatal», «Democracia en disputa», «La juventud: desencanto y protesta» y «Mujeres en primera línea». Tiene, además, una muestra paralela y una retro: «Latinoamérica encendida» y «Retrospectiva diez años» (una especie de previa del festival, que presentó, todos los sábados de octubre por TV Ciudad y por streaming, una selección de los filmes exhibidos en esta década).

«Cada año buscamos una temática, y este año es la de la protesta social. Sin ir más lejos, está ese eslogan que, de alguna forma, ha englobado un sentir: “Estado ausente, pueblo presente”. Elegimos quedarnos con el pueblo presente y la programación así lo refleja, aunque una de las secciones identifique esos temas en donde más se ha sentido la ausencia estatal. Cuando el Estado no está y no ampara, el pueblo ofrece su solidaridad y se aboca al trabajo colaborativo, a la vez que sale a reivindicar sus derechos. Y es que, bien mirado, no hay ningún derecho que no haya sido una conquista. Estos últimos años han visto al pueblo en la calle en muchos lugares del globo, luchando por los temas más diversos. Nos interesaba dar cuenta de eso, poniéndolo como eje central de la programación. Pero también queríamos dar cuenta de que los jóvenes y las mujeres han sido pilares de estas luchas, y que lo que está en disputa es, muchas veces, la democracia misma», dice Cassariego.

En la programación se destacan los filmes White Noise, sobre el ascenso del supremacismo blanco y el nacionalismo de extrema derecha (del que tuvimos una increíble visión en directo con la toma del Congreso de Estados Unidos). El documental de Daniel Lombroso tiene la virtud de haber accedido a los intestinos mismos –nunca mejor dicho– de la llamada alt-right. El riesgo que corre el documental de Lombroso es que, tras estar años infiltrado en el movimiento, el resultado termine por mostrar que, a fin de cuentas, se trata de gente común y corriente. Sin embargo, esto no debería ser una sorpresa, al menos no después de Hannah Arendt.

Por su parte, el documental finlandés Colombia fue nuestra se ocupa de echar un vistazo a este país luego de la firma del tratado de paz con las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia, que puso fin a más de medio siglo de guerra civil. Y si bien es evidente que el proceso de reconstrucción nacional sería largo, el documental captura un estado de situación en el que la estructura económica y social de Colombia permanece intocada. ¿La paz es una firma en un documento? ¿O es un compromiso con la sociedad para comenzar a subsanar las inequidades que llevaron a la guerra, en primer lugar?

En la competencia internacional se destaca, además, A Black Jesus, documental producido por Wim Wenders y que recoge una paradoja: en el pueblo italiano de Siculiana, todos los años, el 3 de mayo se hace una procesión en la que se carga una pesada estatua de un Jesús negro. Sin embargo, esos mismos pobladores que veneran una estatua que representa el amor y la hermandad rechazan a los inmigrantes negros que han llegado como refugiados al pueblo. Los otros filmes en competencia son la uruguaya Una de nosotras, un homenaje a Belela Herrera que no se agota en la biografía y que propone, además, una genealogía de la lucha de las mujeres; Inside the Red Brick Wall, el intenso registro y cobertura del asedio de noviembre de 2019 a la Universidad Politécnica de Hong Kong durante las protestas contra el proyecto de ley de extradición, y Encuentros con mi agresor, caminos de justicia restaurativa, el relato del encuentro de la directora francouruguaya Maiana Bidegain con el hombre que la violó 33 años antes, cuando era una niña, en lo que es el primer caso de justicia restaurativa en Francia. La competencia se completa con Cabeça de Nêgo, un relato de autoritarismo y racismo en la escuela, que va dirigido a un público joven y que es de los todavía escasos ejemplos de un cine hecho por un director negro y con actores mayoritariamente negros en un país como Brasil, lo que ilustra, de paso, una de las consecuencias del racismo endémico.

«Además de exhibir las películas, el festival logra que la gente se encuentre y converse sobre estos temas –concluye Cassariego–. Y eso genera un movimiento en torno a los derechos humanos que nos permite poner de nuevo sobre la mesa que es verdaderamente la gente de pie la que genera los cambios.»

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