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Aprendiendo a mirar

La vista ha sido para el cineasta Wim Wenders el sentido más agudo. Por eso sabe que se aprende a ver y que para eso no hay mejores maestros que los pintores. Sabe, además, que para pensar sirve escribir. Es lo que ha hecho tratando de entender su oficio, el arte y el mundo.

The hole through which the sea comes in, de Wim Wenders. Praia Branca, Portugal, 1980

La cámara ensaya una caligrafía. Eso he pensado frente a algunas películas de Wim Wenders –ante Las alas del deseo, ante Pina–, películas que sacuden nuestra percepción y nos persuaden y entrenan en nuevas maneras de ver el mundo. En otras, como París, Texas –que fue, en 1984, mi entrada a su filmografía– uno descubre otra constancia, acaso más generalizada: que es el cine el que narra como antes lo hizo la literatura, y el que experimenta nuevas formas de lenguaje. No es raro que Wenders haya compartido tantos proyectos con Peter Handke.

La lectura de un libro de Wenders, en una milagrosa edición del sello porteño Caja Negra, acaba de enseñarme cuánta deliberación y conocimiento de causa había en el que fabricó aquellas admiradas películas sobre asuntos como la mirada, el narrar, la re...

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