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Proyecto Florida. Sean Baker, 2017.

Foto: difusión

Sean Baker empezó a tener notoriedad internacional con Starlet, en la que narra una especialísima amistad entre una mujer de 85 años y una de 21. La película llama la atención por su libertad para contar los cuerpos femeninos, con una cámara que no tiene temor alguno a la cercanía y sigue las derivas de sus personajes con curiosidad contagiosa. Su siguiente película, Tangerine, fue una apuesta de producción muy inteligente porque fue realizada con tres Iphone 5, demostrando que con los nuevos medios digitales también se puede hacer un cine atractivo. La razón de que la película funcione increíblemente es porque sus medios técnicos son perfectamente funcionales a la historia que se cuenta: dos transexuales dan vueltas por las calles de Holly-wood intentando encontrar al novio proxeneta de una de ellas para resolver un triángulo amoroso. La textura de la imagen y el modo en que Baker relaja su necesidad de control y deja entrar el mundo real, filmando en locaciones reales, dejando improvisar fuertemente a sus actores y haciendo del contexto casi un personaje más, hacen que la película logre un tinte documental que, al presentar una historia callejera sobre los márgenes de la sociedad, construye una consistente verosimilitud, colaborando a que el espectador entre en el pacto de aceptar como cine de ficción un registro casi casero.

En su nueva película1 Baker demuestra que su lucidez para combinar medios técnicos, locaciones, actores y guiones no es para nada producto del azar o el impulso, sino de la conciencia de construir un cine con verdadera mirada de autor. Del mismo modo, no cede a la tentación que implica tener mucho dinero para producir (el éxito de Tangerine lo llevó a despreocuparse de conseguir la inversión necesaria para su siguiente película) y vuelve a elegir personajes marginales, en un contexto de pobreza y disfuncionalidad; perdedores en la escala del sistema de consumo pero portadores de una vitalidad que le resulta fascinante. Y dentro del territorio de ese borde, además, su preferencia es por las mujeres, por la vulnerabilidad de los cuerpos feminizados.

Proyecto Florida es la historia de una madre soltera, muy joven, que vive con su hija en un hotel de segunda para turistas, una especie de monoblock de color púrpura que se encuentra al lado del Magic Kingdom, el famoso parque de Disney que es tal vez el mayor ícono de la infancia burguesa de todo el mundo. Está filmada en hermoso 35 milímetros, llena de luminosidad y color, tiene un perfecto look de comedia juvenil. Dialoga en muchos sentidos con el cine de Wes Anderson, con su construcción supuestamente independiente pero híper estilizada e híper controlada de la imagen, donde nada se mueve un centímetro fuera de la planificación. Pero lo que en Anderson es dominio absoluto de lo que sucede, técnica perfecta, idea monolítica de la belleza y legitimación de un gran cine autoral, en Baker se convierte exactamente en lo contrario: todo lo que sucede en la pantalla sirve para poner en crisis el propio concepto de representación. Es 35 milímetros y hay un montón de colores, pero las imágenes perfectas y limpias de los centros comerciales, de los shoppings de peluchitos, de las heladerías simpáticas en edificios con forma de helado, de los plásticos en tonos pastel, se vuelven el contexto más opresivo imaginable. El género de película infantil “a lo Disney”, que cuenta las aventuras de niños y niñas en un verano, se convierte aquí en una pesadilla en tonos rosa y violeta, donde la soledad y el aislamiento de los adultos –esas madres tan jóvenes que están muy lejos de sentir la adultez burguesa como posibilidad– hacen que los niños corran peligros reales, tan tremendos como un incendio provocado por ellos. Sin embargo, la capacidad de divertirse y ser feliz en esa época única de la vida emerge con una contundencia y una libertad infinitamente mayores, justamente porque la infancia no es tratada como algo acartonado y previsible, capaz de mediatizarse en episodios ordenaditos con curvas emocionales definidas, sino como un universo de crecimiento caótico, complejo y completamente aleatorio, en el que a pesar de estar circunscriptos a contextos de marginalidad y pobreza, con falta de seguridad, de salud o de vivienda, con una exposición intensa a la violencia, la resiliencia humana de los niños encuentra un espacio para esa experiencia inefable que es el conocimiento y la experimentación del mundo que los rodea.

Proyecto Florida es una película sobre una madre y una hija, sobre los límites barrosos del amor. La actuación de Brooklyn Prince, esa niña que Baker filma como a un misterio infinito a ser desentrañado, es muy impresionante y también angustiante, porque su madurez nos interpela de un modo incómodo y extraño. Pero a mi entender el costado artístico más maravilloso de esta película es la actuación de Bria Vinaite en el papel de Halley, esa muchachita que Baker encontró por Instagram y que encarna a esa mamá casi adolescente a la que, sin idealización alguna, nos invita a mirar muy de cerca. Transitamos su desborde y sus imposibilidades pero también la complicidad con su hija –esa hijita que es casi hermana–, además de su vínculo con esa especie de padre también imposibilitado y frustrado que es William Dafoe. Ni el personaje del hotelero que encarna en la ficción, ni el gran actor consolidado que es Dafoe en la vida real –dos caras de la misma moneda en una película que constantemente está pensando la propia práctica cinematográfica– tienen nada para ofrecerles a esa madre y esa niña marginalizadas, tanto en la ficción como en el universo de representación de un mundo que no las piensa, que no las toma en cuenta, que las deja sistemáticamente fuera. Proyecto Florida reflexiona sobre el género y el capitalismo, sobre lo que significa ser madre soltera, joven y pobre, sobre lo que esconde una construcción de lo femenino que no toma en cuenta la realidad de esas jóvenes que nunca accederán al universo de los castillos mágicos y las princesas. Por eso Disney es el fuera de campo literal y constante, las familias turistas sacándose la foto, un mundo lleno de esas niñas domesticadas con madres ordenadas y pulcras que Halley y Monee jamás serán.

  1. Proyecto Florida. Sean Baker, 2017.

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