“Yo quiero que las curvas sean bien hechas, que calcen bien. Trato de buscar esa perfección”,me dijo Óscar Caballero (Minas, 1936-San José, 2019) el día que lo conocí, hace ya más de una década, en el taller educativo de la Colonia Bernardo Etchepare. La noticia de su muerte conmovió el ambiente asilar. Se había ganado el cariño y la admiración no sólo del funcionariado y de los pacientes amigos, sino de aquellos que también admiramos su pintura, una obra que trascendió las fronteras del hospicio. De hecho, lo conocimos primero a través de un óleo exhibido en Ojos dorados, exposición curada por Carmen Zorrilla en el primer piso del Ministerio de Salud Pública con obras de pacientes de la colonia (2004). Caballero expuso allí la imagen inquietante de un rostro bifronte a la que tituló “La esquizofrenia” y con cuyo motivo, tiempo después, se realizó un sello postal por el centenario de la colonia.
Caballero –todos lo llamaban por el apellido– había ingresado a la Colonia Etchepare en los años sesenta y pronto demostró tener dotes para el dibujo. Ya entonces, junto con los pintores Javiel Cabrera (“Cabrerita”), Óscar Musetti y un paciente de origen alemán de apellido Swetter, tuvieron la iniciativa de utilizar como taller de arte una casa abandonada dentro del predio. Contaron con el apoyo de un psiquiatra que les brindó materiales de pintura. Cuando la instalación de talleres de la Utu en la colonia, en el año 1967, estos artistas fueron invitados a trabajar en el taller de arte de la profesora Hilda Ferreira. Tanto Ferreira como la tallerista posterior del centro educativo, Isabel Cavadini, alentaron y siguieron de cerca la creación de Caballero, pero no le dieron mayores indicaciones técnicas ni orientaciones estéticas. Caballero fue un autodidacta, al que por sobre todas las cosas le interesaba la figura humana. Rostros y siluetas femeninas, retratos imaginarios. No le agradaba pintar paisajes ni artefactos, tampoco las corrientes abstractas le interesaban. Su pasión por la pintura había surgido de pequeño y continuó en la adolescencia: “Cuando nos fuimos de Minas a vivir a Montevideo, me gastaba todo el sueldo de mozo de café comprando libros. Visitaba todas las librerías, compraba poesías de Delmira Agustini, María Eugenia Vaz Ferreira, Gabriela Mistral. Alguna vez la maestra nos dijo algo sobre Leonardo da Vinci. Años después pedí el tratado sobre dibujo de Leonardo en la Biblioteca Nacional y me lo prestaron. No lo podía creer porque era un libro enorme. Me sorprendió ver que su dibujo era lo que yo siempre había tratado de hacer. Así Leonardo se transformó en mi preferido y guía” (extraído de “Humor desde el dolor. Memorias del hospicio y la locura”, de Isabel Cavadini). Fuera de las modas, ajeno a toda influencia no deseada, Caballero era feliz en su trabajo y en su vida. Cavadini –profesora muy importante para el desarrollo creativo de Caballero– me alcanza el relatorio inédito de anécdotas, “Humor desde el dolor…”, en donde se lo menciona en varias ocasiones: “Habitualmente Caballero dibuja y sonríe sumergido en sus pensamientos. ‘¿De qué ríe?’, le pregunto. ‘Me acuerdo de cosas’, contesta. ‘Se ve que se siente bien acá’, le comento. ‘Sí, soy muy feliz en mi querida colonia. Yo acepté mudarme al pabellón de rehabilitación con la condición de ser vitalicio; y el doctor aceptó’”. Pero el artista nunca toma la pintura a la ligera, ni mucho menos. En 2009 una periodista de la revista La Pupila, Flabia Fuentes, lo entrevista: “ʹAhora no puedo pintar, porque la profesora se fue a España y hasta que ella no venga no puedo pintar, porque todo está trancado en un mueble.᾿ Pero si tiene una libretita y un lápiz, puede ir haciendo dibujos.ʻ¡Ah, no! Para mí la pintura no es un pasatiempo. Ahora que no está la profesora voy a descansar la mente. La pintura te hace pensar mucho, y el pasatiempo es la televisión’” (número 9, agosto de 2009). Será por ese compromiso personal con la pintura, por una disposición constante y favorable hacia el trabajo, o por un talento que supo cultivar de niño, pero la obra de Caballero se hizo valer y logró trascender su entorno inmediato. En 2008 participó de la exposición Otro arte en Uruguay (Mec) y en 2012 se llevó a cabo una exposición colectiva en el Museo de San José de Mayo en la que fue la figura homenajeada y el encargado de definir el título de la muestra:Mis ocurrencias. Pese a la alegría interior, los personajes que pintaba se ven a menudo solitarios y pensativos. En su cuidada ejecución y en el respeto a la imagen interior encontró una paz tangible y una forma de expresión sensible y refinada. Caballero, con su don de gente, con su gusto por la línea armoniosa y las figuras ensimismadas, se ganó un merecido lugar en la historia del arte.