La sequía en Sudáfrica: Al Cabo del agua - Brecha digital
La sequía en Sudáfrica

Al Cabo del agua

La gente carga bidones de agua potable proporcinada por un manantial subterráneo en St, James, a 25 kmts de centro de Ciudad del Cabo / Foto: Afp: Rodger Bosch

A inicios de este año la sudafricana Ciudad del Cabo comenzó su cuenta regresiva hacia el día en que el agua ya no saldría más de sus canillas. Se pronosticaba que para estas fechas llegaría “el día cero”. Gracias al racionamiento se ha podido estirar el tiempo de gracia, pero las soluciones tecnológicas para compensar la sequía que azota la zona y asegurar el acceso al agua potable han chocado con principios políticos abrazados por grandes sectores de la población y de la política: no mantener relaciones comerciales con Israel.

Si la Ciudad del Cabo, en Sudáfrica, no estuviera rodeada de montañas sería tan árida como el desierto que la rodea, muy parecido a las zonas desérticas y calurosas de Estados Unidos. Pero la peculiar Montaña de la Mesa, que la caracteriza –que por ser una meseta carece de cima–, y sus hermanas los Doce Apóstoles juntan el agua de lluvia que, en su camino al océano Índico, creó un oasis verde que hizo que los holandeses la eligieran como lugar estratégico para la trata de esclavos.

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En mi último y reciente viaje a Sudáfrica, cuando mi amiga me recibió en el aeropuerto de Ciudad del Cabo me advirtió que no habría mucha agua en el hotel y que habían vaciado las piscinas de los grandes hoteles para contribuir al racionamiento.

Ciudad del Cabo se está quedando sin agua potable, y es la primera gran metrópolis del mundo que debe resolver en cuestión de meses el desastre que muchos auguran desde los años ochenta.

Que la ciudad se haya quedado sin agua y que toda Sudáfrica esté viviendo una crisis severa en el acceso al agua potable se debe a una combinación de factores. Uno de ellos es la terrible sequía que asola el continente africano y que muchos asocian al cambio climático, al calentamiento de la corteza terrestre y a la edad geológica de África. El embalse más grande de Ciudad del Cabo, Theewaterskloof, que habitualmente recoge el agua de lluvia, está prácticamente vacío, ya que en todo 2017 apenas ha llovido 153 milímetros.

Otra razón es el crecimiento descontrolado de las ciudades, por el cual los núcleos urbanos concentran poblaciones que usan el agua sin control ni límites.

Las piscinas de los ricos suburbios de Ciudad del Cabo y sus hoteles de cinco estrellas son responsables en buena medida del gasto desmesurado de ese recurso.

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En el libro Water Wars. Privatization, Pollution and Profit (2002), la filósofa, científica y activista india Vandana Shiva escribe sobre los riesgos de enajenar uno de los bienes comunes más importantes de la humanidad –el agua– y de dejar su control en manos de compañías privadas.

Las conversaciones –en el reciente encuentro económico de Davos– entre el presidente de Brasil, Michel Temer, y el presidente de Nestlé, una de las compañías embotelladoras de agua más grandes del mundo –controla las marcas Perrier y Sanpellegrino–, actualizaron esa problemática y despertaron la alarma de los activistas, ya que el ex presidente de la Nestlé Peter Brabeck se hizo famoso por haber afirmado en 2013 que el agua no era un derecho inherente al ser humano, sino un producto al que había que darle un valor y gestionarlo como un producto comprable y vendible. Por eso varias organizaciones sociales temen la amenaza de los gobiernos neoliberales de Argentina y de Brasil al acuífero Guaraní, una de las reservas de agua potable más grandes del mundo. El acuífero está controlado también por Paraguay y Uruguay y es el primero del mundo cogestionado según la normativa de las Naciones Unidas, de acuerdo a un tratado firmado en agosto de 2010 y que entrará en vigor cuando esté ratificado por todos los parlamentos de la región.

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Desde lo más alto de la Montaña de la Mesa se ven mansiones con jardines cerrados y piscinas repletas. “Esta es nuestra clase alta, tienen máquinas y generadores para retener el agua directamente de la montaña”, por lo tanto no necesitan abastecerse de la red pública de agua potable, me señala un amigo. “Sólo nosotros, los pobres, estaremos sujetos al racionamiento del agua”, lamenta, y me comenta que cuando las reservas ya no puedan ser bombeadas a la red se calcula que habrá 300 estaciones custodiadas por policías y soldados para distribuirla, y que cada persona recibirá por día entre 25 y 50 litros, “apenas el agua que se usa en una ducha.”

Además de medidas tan drásticas se están estudiando tecnologías de desalinización del agua del océano, como la de ósmosis inversa, un sistema de filtrado que, utilizando una membrana semipermeable, elimina iones, moléculas y partículas para potabilizar el agua.

Pero el acceso a estas tecnologías está asociado a un importante dilema político: las empresas líderes en el mercado de la desalinización son israelíes (sus técnicas han sido ampliamente probadas en su propio país), y en Sudáfrica hay una oposición muy grande a colaborar con Israel. La memoria del apartheid y de cómo Israel colaboró activamente en el entrenamiento militar del régimen racista sudafricano todavía están muy frescos.

Una de las secciones más grandes del mundo del movimiento Boicot, Desinversión, Sanciones (Bds) contra Israel es justamente la de Sudáfrica. Académicos, deportistas y artistas sudafricanos se niegan a viajar a Israel y a intercambiar visitas o becas con ese país. Así que comprar tecnología israelí para efectivizar la desalinización tiene un costo político importante, y todavía resta por verse si la Anc está dispuesta a pagarlo.

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Otra de las razones importantes de la falta de agua es la ausencia de inversiones en infraestructura durante los aciagos años del gobierno de Jacob Zuma, el presidente recientemente destituido que enfrenta 735 acusaciones de fraude, malversación de fondos, corrupción y enriquecimiento a costa de fondos estatales. Su gobierno fue una catástrofe para el país, durante ese período la desocupación, la pobreza y la desigualdad se dispararon. Los millones de rands que deberían haberse invertido en tecnología y en mantenimiento de las represas han desaparecido.

El nuevo gobierno de Cyril Ramaphosa, un viejo líder sindical y abogado, hombre de confianza de Mandela por muchos años, ha dado nuevas esperanzas a la población, pero muchos se preguntan si será posible revertir la debacle en la que el gobierno de su antecesor ha sumido al país.

Según Paul Yillia, investigador en agua del International Institute for Applied Systems Analysis, de Laxenburg, Austria, la situación actual en la que se encuentra Ciudad del Cabo es reversible, pero sólo si se toman medidas drásticas y hay voluntad política para hacerlo.

Mientras tanto los sufridos habitantes de Ciudad del Cabo buscan soluciones alternativas, se duchan una vez a la semana, no lavan sus autos, no tiran de las cisternas de los baños más que una vez por día, e intentan economizar toda el agua posible. Y todos miran hacia la Montaña de la Mesa y esperan por las lluvias.

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