Acerca de una generación sin nombre - Brecha digital
Universidad y movimiento estudiantil

Acerca de una generación sin nombre

Blanca París, en un texto de 1969, señalaba que distintas generaciones estudiantiles marcaron el devenir de la Universidad de la República en la primera mitad del siglo XX. Primero durante su tránsito estudiantil y luego como docentes o siendo parte de asociaciones profesionales. Considerando que este tipo de procesos se siguieron expresando en la segunda mitad del siglo, ¿es posible pensar en una generación universitaria propia del siglo XXI?

Los estudios generacionales han sido problemáticos para las ciencias sociales, porque colisionan con otros análisis de singular relevancia, como los de clase, género o etnia. Al respecto, Zygmunt Bauman señalaba que el concepto de generación es performativo, es decir, construye una comunidad a partir de un interés específico. Más allá de esto, quienes han trabajado el tema plantean que ciertos procesos sociales pueden pensarse en términos generacionales. Por ejemplo, Karl Mannheim afirmaba que las personas que experimentaban problemas históricos similares eran parte de una misma generación. Esto no radicaba en una fecha de nacimiento en particular, sino en el haber transitado por un proceso histórico que fuera discontinuo con lo dominante.1 En función de este planteo, en esta nota se describen algunas generaciones universitarias que generaron rupturas con su tiempo. Este recorrido buscar situar la posibilidad de pensar en un proceso generacional en curso.

AQUELLAS GENERACIONES

En los primeros años del siglo XX una serie de acontecimientos marcó a la Universidad de la República. La industrialización incipiente del país y las políticas de bienestar del primer batllismo fueron acompañadas con un apoyo político y económico a la institución. En este contexto, las agrupaciones estudiantiles se consolidaron gremialmente. Estas organizan el primer Congreso Americano de Estudiantes en 1908, el cual bregó por una universidad nueva. Ese mismo año, bajo distintas controversias, se aprueba una nueva Ley Orgánica que, por primera vez en América, establece la representación estudiantil indirecta. Quienes fueron estudiantes en ese momento participaron después activamente en la redacción del Estatuto Universitario de 1935. Ese texto, de orientación reformista, buscó mejorar la coordinación entre facultades, pretendió integrar a las entidades culturales estatales, privilegió la extensión como forma de comunicación con la sociedad y brindó al claustro la capacidad de elegir autoridades.2

Otro proceso estudiantil que fue clave en el Uruguay del siglo XX fue el que se gestó en lo que Ángel Rama denominó generación crítica. Esta abarca unos 30 años entre 1939 y 1969. En un primer tramo de esta generación, atravesada por el internacionalismo del último batllismo, se promovió la difusión artística e intelectual. En este marco se concretó, por ejemplo, el proyecto vazferreiriano de la Facultad de Humanidades y Ciencias (1948). Un segundo período estuvo caracterizado por el nacionalismo que dinamizó, no exclusivamente, el Partido Nacional. Bajo políticas de ajuste, se asfixió económicamente a la Universidad de la República. A pesar de este escenario, el contexto latinoamericano y la creciente movilización social impactaron en el campo intelectual. En el ámbito universitario, con un movimiento estudiantil activo y dinámico, se conquistó una nueva Ley Orgánica en 1958. A su vez, este dinamismo estimuló la conexión de la institución con los problemas de su tiempo: cursos en el interior, experiencias de extensión, etcétera.3

Finalmente, luego de que la dictadura truncó el desarrollo de la generación del 68, en las múltiples resistencias al gobierno de facto se gestó una nueva generación universitaria. En particular, a partir de 1980, con la derrota del plebiscito de la dictadura, aumentaron las manifestaciones contra el régimen. La organización clandestina de la federación de estudiantes, así como las cooperativas de apuntes, las revistas estudiantiles y la movilización por demandas curriculares, permitieron reorganizar  los gremios. Este proceso adquirió dinamismo con la fundación de la Asociación Social y Cultural de Estudiantes de la Enseñanza Pública (Asceep) en 1982. En setiembre de 1983, aún en un contexto de gran represión, la Asceep organizó la semana del estudiante, en la que se reclamó el retorno a la enseñanza democrática. Además de la resistencia a la dictadura, una vez restaurada la democracia en 1985, esta generación jugó un rol decisivo en la reorganización universitaria, el retorno de docentes y la reinstalación del cogobierno.4

¿GENERACIÓN DEL 96?

En el último tiempo no se ha planteado la existencia de una generación universitaria que posea algún rasgo distintivo. Sin embargo, si se revisa la producción escrita reciente sobre el movimiento estudiantil, se observa que, en la década del 90, principalmente en Secundaria, se dieron un conjunto de movimientos que, años después, repercutieron en el ámbito universitario. Investigaciones relevadas por Raúl Zibechi señalaban que la juventud de los noventa contaba con problemas para conseguir trabajo, un tercio residía en la periferia y su espacio natural era la calle. Esta generación se encontró con una cultura juvenil que provenía de los años ochenta, donde el rock, las revistas subterráneas, el teatro barrial y las bandas de esquina eran espacios de socialización privilegiados. También irrumpió una cultura antirrepresiva que tuvo su punto máximo en el breve pero prolífico accionar de la Coordinadora Anti Razzias.

Este modo de vivir la juventud se expresó de una manera específica en los gremios liceales, que en 1992 se reagruparon en la Coordinadora de Estudiantes de Secundaria. Esta coordinación promovía la participación directa, tenía una impronta antirrepresiva y antiautoritaria, poseía una estructura horizontal y se manifestaba independiente de los partidos políticos. En esta época las bandas de rock volvían a escena, las revistas subterráneas pasarían a ser fanzines, la cultura juvenil y estudiantil dialogaba en los barrios y se creaban las primeras radios comunitarias. Luego de la represión de 1994 en el Hospital Filtro, este movimiento tomó más dinamismo y en 1996 eclosionó una serie de ocupaciones estudiantiles dinamizadas por la ahora denominada Coordinadora Intergremial de Estudiantes de Secundaria y UTU (CIESU). En agosto de ese año llegaron a ser 36 los centros ocupados y se registraron movilizaciones estudiantiles que alcanzaron las 30 mil personas.5

Si bien no está del todo documentado, este proceso permeó en la militancia estudiantil universitaria de la primera década del siglo XXI. En esos años continuó la movida en los barrios, las radios comunitarias se consolidaron, algunos fanzines devinieron en periódicos, el rock siguió escuchándose en los conflictos estudiantiles y se sostuvieron las movilizaciones de masas. Un punto álgido de ese proceso estuvo dado por la crisis económica de 2002, cuando la federación de estudiantes realizó una huelga que, además de reivindicar un conjunto de derechos, impulsó una diversidad de experiencias de extensión. La asunción del gobierno nacional por parte de la izquierda en 2005 enfrentó al movimiento estudiantil universitario a distintas tensiones, que impactaron en su debilitamiento. No obstante, quienes se formaron como estudiantes en los años precedentes fueron parte del proceso democratizador de la segunda reforma universitaria, iniciado por la institución a partir de 2006.

ALGUNOS DESAFÍOS

Esta última generación, que en la actualidad ronda entre los 35 y los 45 años, hoy habita de diferentes maneras la institución universitaria. Un nuevo contexto de ajuste económico y la reorganización del entramado social plantean nuevos desafíos. Por un lado, es innegable la fuerza instituyente de los feminismos. Esta lucha de las mujeres puede permear y transformar aún más la Universidad de la República. En segundo lugar, el mundo y nuestro continente están viendo resurgir  los fascismos. Esto requiere promover un accionar universitario que los desarticule, tanto en las micro como en las macroprácticas sociales. Por otro lado, en el campo académico, es necesario restituir la politización de la producción de conocimiento. Frente a los impulsos meritocráticos y la búsqueda de la genialidad individual, es necesario anteponer la noción de proyecto institucional y obra colectiva. Por último, los cambios de época requieren diálogos intergeneracionales fecundos. Dicha fecundidad estará dada por la capacidad de interpelar críticamente las experiencias propias y ajenas. Ángel Rama afirmaba que «no hay generación que aprisione o detenga a la historia», pero algo es algo.

1. Leccardi, Carmen y Feixa, Carles. (2011). «El concepto de generación en las teorías sobre la juventud». Última Década, 34, págs. 11-32.

2. París, Blanca. (1969). La Universidad. Enciclopedia Uruguaya, 49, págs. 162-179.

3. Rama, Ángel. (1971). «La generación crítica (1939-1969)». En: Uruguay hoy (págs. 325-402). Siglo XXI.

4.Markarian, Vania; Jung, María Eugenia y Wschebor, Isabel. (2009). 1983. La generación de la primavera democrática. Universidad de la República.

5. Zibechi, Raúl. (1997). La revuelta juvenil de los 90. Ed. Nordan.

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