La religión siempre ha estado presente en la política boliviana y es un factor fundamental en los procesos subjetivos de cambio social del país andino. Según datos de 2018 del Instituto Nacional de Estadística boliviano, 71 por ciento de sus habitantes se definen como católicos, 21 por ciento evangélicos, un 4 por ciento se adscribe a las religiones nativas (aunque muchos viven su religiosidad originaria en diálogo con el catolicismo popular) y el 3 por ciento se reconoce afiliado a otras religiones.
En 2009, durante el gobierno de Evo Morales, la laicidad del Estado quedó garantizada en la nueva Constitución, lo que provocó desencuentros con la jerarquía católica y las elites de Santa Cruz. Aun así, la religión no quedó fuera de la escena política ni de los procesos de legitimidad simbólica usados por Morales: “Evo realzó las prácticas religiosas ancestrales andinas”, explicó a Brecha Julio Córdova Villazón, sociólogo boliviano e investigador sobre fenómenos religiosos. “Por ejemplo, la ceremonia de investidura gubernamental se hizo en Tiahuanaco, con la participación de yatiris (sacerdotes-médicos aymaras), amautas (sabios de la comunidad), y la realización dentro del Palacio de Gobierno de ofrendas a la Pachamama.” Estas no fueron, sin embargo, las únicas señales religiosas. Aunque Morales se distanció de las prácticas clericales de la Iglesia Católica Romana, ya en 2015 había recibido al papa Francisco, el primer pontífice en visitar el país. En esa oportunidad ambos protagonizaron un polémico intercambio simbólico: el papa le regaló al mandatario boliviano un mosaico de la Virgen y una copia de su encíclica sobre el medioambiente. Morales, por su parte, le entregó al pontífice una cruz tallada sobre una hoz y un martillo, réplica de la obra del sacerdote jesuita español Luis Espinal Camps, torturado y asesinado por paramilitares en 1980 por denunciar la violencia política en Bolivia.
Morales tuvo incluso varios gestos religiosos durante esta última campaña, que pretendía su reelección por un cuarto período consecutivo, según recordó también el investigador. Por ejemplo, el ahora ex presidente comulgó durante el acto de entrega de las obras de refacción de la iglesia Nuestra Señora de la Inmaculada Concepción, en Tarija, actividad que transmitió el canal estatal. Desde sus tiempos de sindicalista, Evo Morales supo manifestar su cercanía con la Iglesia Metodista boliviana, que en mayo de este año le obsequió un cayado que, según dijo entonces el obispo Antonio Huanca, simbolizaba “firmeza y autoridad”. Durante la ceremonia, Huanca también afirmó que su Iglesia denominó al período de gobierno de Morales como “tiempos de paz y de renovación” (Página Siete, 24-V-19).
El líder del Movimiento al Socialismo también participó este año en varios encuentros con iglesias pentecostales y neopentecostales, buscando apoyo y legitimidad, recordó Córdova. El 18 de mayo recibió el apoyo del pastor Fabricio Roca, de la iglesia Asamblea de Dios, quien dijo que “el binomio oficialista (Morales y su vice, Álvaro García Linera) debe seguir al mando del país porque es el camino que tú, Señor, has trazado para nuestra Bolivia”. Posteriormente Roca oró y pidió una bendición para el mandatario y su gobierno: “Bendecimos al presidente Evo, bendecimos al vicepresidente Álvaro y declaramos victoria y bendición sobre nuestra Bolivia” (Página Siete, 24-V-19).
Córdova destacó a este semanario que, “en cuanto a lo político-electoral, tanto el gobierno de Evo Morales con su sincretismo como (la autoproclamada presidenta) Jeanine Áñez saben manejar los símbolos religiosos para conseguir el apoyo de la población (…). Desde mi perspectiva, los bolivianos tienen un nivel alto de fe religiosa, pero un nivel muy bajo de confianza interpersonal y hacia los líderes sociales y políticos”.
LA CRUZ Y LA ESPADA. En una reciente entrevista con Telesur, el teólogo boliviano Alejandro Dausá resaltó la potente simbología religiosa que eligió el líder social y empresarial Luis Fernando Camacho. El Macho, como se lo conoce en su país, convocó “a concentraciones multitudinarias en un espacio físico muy conocido en Santa Cruz de la Sierra, donde hay una imagen tradicional muy grande de Cristo y un altar donde estuvo el papa Francisco cuando visitó Santa Cruz. A esto se le suma el uso de la imagen de la Virgen, el rosario y la Biblia (…). Durante meses, Camacho se ha mostrado como un cruzado en la lucha entre el bien –que representaría él– y el mal –representado por Evo Morales y el partido de gobierno” (10-XI-19).
Semanas atrás el dirigente cruceño –que se define como católico– dijo que estaba destinado a llevar la Biblia a la casa de gobierno, y lo hizo junto con una bandera nacional y la carta de renuncia que pretendía firmara el presidente, en una imagen que recorrió el mundo. Pero este opositor a Morales no sólo preside el Comité Cívico de Santa Cruz, que representa a los intereses del empresariado local desde los años cincuenta, sino que se ha presentado como un enviado de Dios y como un caballero cruzado frente al mal.
Aprovechando los sentimientos religiosos de los bolivianos, el empresario difunde en las reuniones del Comité Cívico un mensaje racista, mezclado con gestos religiosos, oraciones y alabanzas, en beneficio de sus intereses. Según Dausá, “la religión se volvió un instrumento para defender los intereses de la clase dominante y los grandes intereses económicos internacionales, en contra de los intereses populares”. De acuerdo al teólogo, en el proceso que desembocó en la salida de Evo Morales “han participado pastores y también referentes católicos que celebraron una misa como una manera de bendecir el golpe de Estado. Se usan las creencias religiosas para producir un quiebre de la democracia”.
Otro de los actores que han jugado de forma destacada en esta narrativa es Chi Hyun Chung, un pastor presbiteriano coreano-boliviano, desconocido hasta las últimas elecciones, que ganó popularidad gracias a su fanatismo religioso y sus posiciones contra el aborto y la comunidad lgbt. Su discurso está alineado con el de Áñez, y tal fue su éxito que en pocos meses logró las adhesiones suficientes para colocarse en el tercer lugar en los comicios, detrás de Morales y Carlos Mesa.
Enrique Dussel, destacado filósofo, historiador y teólogo latinoamericano, considera que el golpe da cuenta de un proceso de transformación de la subjetividad, afirmado en una interpretación racista, colonial y machista de la Biblia que busca destruir la tradición indígena. Se está dando una lucha de tipo religiosa que es política e ideológica, en la cual el mensaje de la teología de la liberación (“bienaventurados los pobres y malditos los ricos”) está siendo invertido por el fundamentalismo religioso. “Con un sentido común burgués y proestadounidense dan una nueva interpretación de la realidad (…). Es un cristianismo fundamentalista que reinterpreta la cruz y la espada, dos conceptos coloniales, en pos de reeducar la subjetividad de los pueblos originarios para que supuestamente entren al mundo moderno, con el objetivo de trabajar y así conseguir cierta riqueza (…). Hay un racismo que desprecia al indígena y a las cholas, que han sido humilladas y tiradas, algunas han sido rapadas. Todo esto da un preocupante panorama en América Latina” (Aristegui Noticias, 14-XI-19). Según Dussel, la izquierda no ha sabido cómo interpretar este mensaje, y ha primado la incomprensión de la dimensión subjetiva y espiritual de los procesos sociales.
SOLDADOS PARA CRISTO. Al igual que en muchas dictaduras latinoamericanas décadas atrás, hoy en Bolivia el poder religioso y el militar se aúnan para legitimarse mutuamente con un objetivo político común: si durante los años sesenta el enemigo a derrotar era el comunismo, en la Bolivia actual se trata de aniquilar las cosmovisiones originarias y su simbología (como la wiphala, que ha sido quemada y desterrada de los edificios de gobierno). Frente a esta situación de violencia religiosa, la teóloga y antropóloga aymara Juana Condori declaró a Brecha que “la wiphala representa el territorio sagrado para el mundo originario, su quema es una afrenta a la existencia plurinacional de nuestros pueblos. No es sólo contra el Mas: es un símbolo que para la clase media alta es cosa de los indios y sus ‘supersticiones’”.
Una misma caza de brujas puede verse en otros países de la región, donde el enemigo designado es la denominada “ideología de género”. Ambas –cosmovisiones originarias y lucha feminista– son vistas como enemigas en la narrativa que maneja la autoproclamada presidenta Áñez, una mujer identificada con los sectores católicos ultraconservadores, que comulga con la derecha evangélica latinoamericana y apoya a grupos como Con mis Hijos no te Metas.
En un video difundido a pocos días del golpe por el Ministerio Bautista Internacional, una iglesia evangélica con sede en Santa Cruz de la Sierra, se ve plasmada esta alianza religiosa y militar en las palabras del coronel de la policía boliviana Rodolfo Salazar, quien declara: “Sometiéndonos bajo su soberanía y su autoridad, por gracia de Dios hoy somos parte integrante del ejército más grande, somos soldados de Cristo”. En ese mismo acto, su colega Raúl Rubén Lafuente Velásquez anuncia: “Soy creyente, hijo de Dios. Y como coronel del Ejército de Bolivia, restablezco un nuevo tiempo y entendimiento en las fuerzas armadas de Bolivia para cumplir su misión fundamental (…). Reivindico y consagro a las fuerzas armadas de Bolivia para Jesucristo y (estas) se someten al señorío de Jehová Tsebaoth, general de generales, Dios de los Ejércitos. Amén”. Su discurso es recibido por aplausos y gritos de amén de los presentes en la ceremonia.
La imagen, en sí misma, da cuenta de cierto sincretismo: medieval y contemporánea, muestra a uniformados presentes en un acto religioso que desde su lugar de autoridad militar se rinden ante una autoridad teocrática y resaltan una imagen militarista de Dios. No en vano Tsebaoth es la forma en que los hebreos se refieren al Dios de los Ejércitos en el Antiguo Testamento. La elección de ese nombre es una referencia a los tiempos donde primaba la teología sacrificial, es decir, una deidad que pide sacrificios para ser honrada. Eso que el propio Camacho exaltó tras el golpe de Estado cuando se dirigió a sus seguidores: “Agradezco todo el sacrificio que han hecho, han estado fuertes en esta lucha de 21 días de paro, era la señal que Dios tenía para recuperar el voto que fue violado, y llevar adelante el nombre de Dios, que ya volvió al palacio”.
Desde su exilio en México, mientras tanto, Evo Morales parece no haber perdido la fe en la presión internacional… ni en la divina. Ha pedido la mediación de la Onu, de personalidades europeas y también del papa Francisco, pero hasta el momento sólo ha recibido deseos de buena voluntad. Quizás Evo en este momento esté preguntándose, como Atahualpa Yupanqui, si sabe dónde está Dios: “¡Por su casa no ha pasado tan importante señor!”.
[notice]La represión en Cochabamba
La masacre y los “infiltrados”
Por Sebastián Ochoa
En la ciudad Sacaba, a 10 quilómetros del centro de Cochabamba, cinco féretros paseaban en la carretera. Llevaban los cuerpos de cinco ciudadanos bolivianos que, horas antes, habían sido asesinados en ese mismo asfalto.
Según el testimonio de los cocaleros de las Seis Federaciones del Trópico de Cochabamba, en la tarde del viernes 15 fue detenida su marcha en el puente Huayllani. Tenían la intención de hacer una reunión en la céntrica plaza 14 de Septiembre para repudiar el golpe. Cuentan que, luego de mucho tiempo frenados ahí, recibieron una lluvia torrencial de gases lacrimógenos. Entre las paredes de humo que se formaron entre los manifestantes empezaron a entrar las balas. Cuando el humo se disipó, corrieron a buscar los cuerpos de los compañeros caídos sobre la carretera. Los cargaron y los evacuaron con las balas aún zumbando sobre sus hombros. Ocho murieron con heridas de bala. Otros 26 permanecían internados en hospitales de la zona.1
A todo esto, las fuerzas conjuntas de la Policía Nacional y las Fuerzas Armadas dijeron a los medios, extraoficialmente, que los cocaleros vinieron armados, que quisieron disparar a los policías, pero que, al carecer del entrenamiento necesario, terminaron disparándose entre sí. Los policías afirmaron que estaban solamente con agentes químicos, por lo cual las balas jamás podrían haber venido de su bando.
De noche, el flamante ministro de la Presidencia, Jerjes Justiniano, dijo en una conferencia de prensa: “Hemos podido determinar que se trataría de armamento de uso militar. Uno de los fallecidos presenta una herida de muerte realmente singular, porque la bala entra por atrás y va de arriba hacia abajo. Es decir que no provino de un enfrentamiento cruzado”. Acto seguido, el ministro en funciones comparó estos ocho asesinatos con la quema de wiphalas que dio inicio al gobierno de Jeanine Áñez. Porque, según él, ambos delitos fueron cometidos por “infiltrados”.
(…)
Como una manera de fortalecer su autoproclamado gobierno, Áñez puso el foco en la persecución de extranjeros considerados non sanctos, sobre todo, cubanos y venezolanos. La brigada de médicos cubanos hizo obras encomiables durante el gobierno de Morales. Mediante la Operación Milagro, operaron de los ojos, de manera gratuita, a más de 700 mil personas; entre ellas, al sargento Mario Terán, ni más ni menos que el encargado de asesinar a Ernesto “Che” Guevara en este país en 1967. En lugar de despedirlos con algo de gratitud, Áñez está expulsando a 725 doctores y doctoras de Cuba. Su argumento es que supuestamente cinco ciudadanos cubanos fueron detenidos con más de 1 millón de bolivianos, que, según el gobierno de facto, eran invertidos en la socavación de su cuestionable legitimidad. También fueron detenidos y exhibidos ante la prensa nueve ciudadanos venezolanos que intentaban cruzar la frontera con Brasil. Según el gobierno de Áñez, se los encontró en posesión de “armas largas”.
Sin prensa extranjera que pudiera transmitir al mundo lo que aquí ocurre, los golpistas disponen de la vida de quienes no los apoyan. Sobre la masacre de Sacaba, solamente hay videos grabados por gente shockeada, atemorizada y desesperada por la despiadada represión. Estos videos, que fueron compartidos en las redes sociales, muestran la fila de cuerpos ya acallados, con huecos de balas, y cubiertos de sangre y frazadas. Pero los pocos medios de comunicación locales que estaban en el lugar no mostraron esta realidad, porque estaban mezclados entre las Fuerzas Conjuntas, lo cual es toda una declaración de principios para el periodismo local.
Lejos de buscar la pacificación, la actual presidenta redobló la apuesta. “Vamos a asumir medidas constitucionales que nos permitan restaurar el orden público y el normal desarrollo de la actividad económica para entregar, después de nuestro mandato, un Estado viable y con posibilidades de desarrollo”, dijo en una conferencia de prensa en la ciudad de La Paz, donde la falta de alimentos, gas y combustibles empieza a sentirse. Su gobierno denuncia que en Cochabamba fueron atacados conductos de hidrocarburos, pero no hay pruebas de ello.
Mientras tanto, anoche, en la carretera de Sacaba, miles de manifestantes cargaban los cajones con sus compañeros, sus hermanos, sus cuates recién acribillados. A los gritos, con las gargantas anudadas por el llanto, hacían retumbar su plan político: “Fusil, metralla, el pueblo no se calla”. Finalmente dejaron reposar los féretros en el asfalto. Cubrieron de flores los ataúdes.
Lloraban y exigían justicia sobre los cajones de Emilio Colque, Juan López, Omar Calle, César Sipe y otras cuatro personas que aún no fueron identificadas. Lloraban, pero para ellos queda claro que la vida no será un impedimento para que la resistencia contra el gobierno de facto sea oída, leída y vista en todo el mundo.
- Al cierre de esta edición, la cantidad de muertos luego de la represión en Sacaba ascendía a nueve y la de heridos, a 115, según la Defensoría del Pueblo en Cochabamba (N de E).
(Tomado de La Vaca, por convenio. Brecha reproduce fragmentos. Titulación de Brecha.)
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