El vértigo del ego - Brecha digital
El espectáculo de la política

El vértigo del ego

DUKE SURF

La conexión entre personalidad y factores impersonales es una cuestión central de la filosofía y las ciencias sociales. Esclavo del deber público, el presidente, Luis Lacalle Pou, camina en la cuerda floja bajo el chorro de los reflectores de un espectáculo que no eligió. Hay una variedad histórica y actual de configuraciones carismáticas.

El carisma secular es respuesta a la búsqueda de identidad y motivación ante la racionalización de grandes estructuras complejas fuera del alcance de las personas. Los carismas de la subjetividad se construyen en la distancia entre los poderes impersonales y la sociedad. Las personas se sienten más reales y tangibles cuanto más próximas a los atributos de yoes expuestos en el vacío, como sucede en Gran hermano. En culturas mediáticas de imagen la subjetividad plana de los liderazgos se despliega como escenario de un gran espectáculo social. ¿Cuál es la verdadera importancia de la nariz de Cleopatra? El liderazgo se crea dentro de cierta contingencia como si las estructuras impersonales no funcionaran y todo fuera prueba personal de valor y templanza. Lacalle Pou siguió un método de marketing estratégico moderno y ascendió al podio en los hombros del deseo, la moda y el auge del capitalismo de consumo de la era frenteamplista como la imagen subjetiva del nuevo espectáculo de brillo que parte de la sociedad quería ver. Luego, con su notable estrategia de comunicación, convirtió el relámpago de la pandemia en oportunidad de transmutación en estadista de la razón (la ciencia), la calma y la empatía.

José Mujica y Lacalle Pou son grandes comunicadores políticos, polares entre sí, pero dentro de una misma familia carismática desde los prolegómenos del Uruguay frenteamplista desde 2002 hasta hoy. La representación de Lacalle en la pandemia revalidó como nuevo estadista todo el respaldo social cosechado como líder aspiracional y forjó la imagen de liderazgo más sólida que las derechas han ofrecido desde 1985.

La pandemia fue la prueba de la gravedad de Lacalle, pero los casos Astesiano y Marset son la prueba del corazón de Lacalle.

Mujica y Lacalle son personajes opuestos. Comparten el despliegue central de la subjetividad como escenario de valor político. Desde 2002 Mujica –desde una biografía de guerrillas y padeceres– conjugó una ilusión pública de épica, el relato de una lucha de pobres, con la horizontalidad existencial del límite entre la vida y la muerte, con la burla y la autoparodia, el gesto entre grave y absurdo. ¿Mujica es una transgresión del jet set? Parece la antítesis del mundo. Pero es otro espectáculo: chacra, Volkswagen, flores, Manuela, rincones interiores, muebles vetustos, aire libre. Todo sugiere libertad y soberanía sobre el tiempo.

Lacalle es el sueño de la mercancía soberana de nuestro tiempo, el nuevo uruguayo de la era frenteamplista y aspiracional de logro de estereotipos de éxito, belleza, masculinidad, mujer, familia, juventud, cuerpos, empresa, agroboys, emprendedores. «La sencillez melódica y la oscuridad existencialista de Sebastián Teysera» (Juan Campodónico) cedió al auge de la cumbia pop. La aureola de Mujica es humor que acompaña al peligro para siempre con la pregunta del sentido. Lacalle surfea la ola del placer de la normalidad y el fin de la épica. Haciendo la bandera o encima de las olas, es símbolo exclusivo del jet set en un país sin jet set. Centraliza toda la política del espectáculo.

Lejos ya de la crisis de 2002, más lejos de la dictadura y más aún de los sueños del 60, por fin Uruguay disfrutó normalidad democrática y una ligereza ambiental en que la vida fluye. En 2016 un artículo de BBC Mundo se ocupó de la cumbia pop: «Sus protagonistas navegan sonrientes a bordo de una lancha, celebran fiestas en una casa con piscina y montan a caballo en una quinta». El reverso de la felicidad del nuevo uruguayo es la inseguridad. Igualdad y distribución se desplazaron hacia Policía y crónica roja.

El partido socioempresarial macrista inspiró ideales aspiracionales, que fueron objeto de imitación herrerista. El mainstream aspiracional serializa la subjetividad tras ideales utópicos de perfección y felicidad. El lacallismo une fuerzas culturales que van más lejos de la frontera aspiracional; es la experiencia moderna en grandes escenarios entre formas y exposiciones de marcas que pelean la atención entre la exuberancia de estímulos. El publicista español Antoni Gutiérrez Rubí resume así el desembarco cultural de Cambiemos y la novedad que encarna en la derecha: «El liderazgo electoral de Cambiemos no se puede entender sin una estrategia cultural en el mundo simbólico, que va desde el uso inteligente del color, la liturgia escénica o el uso flexible de elementos de identidad gráfica y plasticidad de praxis política. No hay liderazgo sin estética. Las formas son fondo».

Los carismas de Mujica y Lacalle cabalgan en la transición entre dos sistemas de comunicación. El sistema que se va estaba basado en grandes medios referentes que centralizaban la agenda: periódicos y programas icónicos de radio y televisión con círculos sucesivos de audiencias.

La marca del nuevo sistema es la descentralización de canales en múltiples plataformas fragmentadas de comunidades segmentadas en compartimentos, incomunicadas entre sí. Las personas sienten más control en la variedad y coparticipan creando productos culturales que suben en redes. Los rasgos críticos muestran más separación que antes entre los diversos grupos: adentro, afinidad cerrada; afuera, desconocimiento mutuo; compulsión por lo efímero y trastorno atencional; percepción polar desdeñosa de complejidades; reducción de la comprensión y pensamiento escueto sin pasado ni imaginación de futuros. Negación del otro, fakes e identidades emotivas extremas son raíces del carisma del odio de la globalización.

El cable llegó en los noventa y su rápida difusión en todo el interior convirtió a los noticieros centrales en claves para formar opinión. Hoy solo personas mayores de 40 años miran noticieros. El resto se informa en plataformas de streaming sin televisión o no se informa. Lacalle no se sostiene por blindaje, sino porque su estrategia comunicacional siempre tomó plenamente en cuenta ambos sistemas. Astesiano y Marset son bombas de tiempo en el escenario grave o frívolo de la política de la personalidad.

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