A veces, la escritura se hace difícil y árida. Por más que tratemos de expresar un pensamiento y un sentimiento de dolor, es difícil transferir eso en palabras. La partida de un ser humano como Fermín, querido amigo y hermano de la vida, me provoca una enorme tristeza, pero también presenta la oportunidad para evocar un largo recorrido de vivencias y recuerdos que están en cada uno de quienes lo conocimos.
Fermín era, ante todo, un ser humano excepcional, de una sencillez y una complejidad únicas. Su enorme talento no conoció límites. Pocos artistas tienen o han tenido esa capacidad extrema de observación de la realidad que transmitían sus obras.
Al decir de María de la Fuente, una de sus compañeras de vida, Fermín tenía apellido vasco, pero en realidad siempre se comportó como un lord inglés. Y esto vale no solo para su comportamiento en el trato con la gente, sino para su modo de vida, su estética personal, sus prolijos sombreros de fieltro, su desgastado saco sport, su infaltable bufanda rosada, su maletín.
Ese talento innato y trabajado con grandes maestros, unido a esa agudísima capacidad de observación, permitía que cada una de sus obras reflejara gestos, circunstancias, objetos que solo Fermín podía capturar. Era una enciclopedia, una acumulación insólita de conocimiento y, además, tenía una memoria prodigiosa; capacidades ambas que influían sobre su trabajo creativo.
Y era un hombre libre. No había falso pudor que limitara sus obras, en las que el humor, el drama y el desparpajo se conjugaban creando mensajes de finísimo contenido conceptual y estético. Muchas veces pensé que su Vaimaca, con frecuencia presente como un intruso no invitado que merodeaba entre los personajes principales de la escena, era el mismo Fermín, una forma de involucrarse en ese cuadro.
Fermín era un ser de transparencia y simplicidad absolutas, pero al mismo tiempo de una personalidad oscura, reservada y misteriosa, que solo el mundo insondable del arte puede explicar. Con él compartimos hace ya varias décadas, alternando semana a semana y durante varios años, una sección de Brecha que fue «Punto de vista», en la que abordábamos temas libres y que muchas veces despertaba un contrapunto entre nosotros. Pero, sobre todo, compartimos la vida, nuestras intimidades, nuestras alegrías y nuestras frustraciones, nuestros sueños, especialmente en interminables noches de boliche.
La triste circunstancia de su partida física me lleva inevitablemente al repaso y a la reflexión de todo lo vivido. Crecen los sentimientos de tristeza por su pérdida física, que se mitigan con el placer y el honor de haber sido su amigo, de haber compartido mucho tiempo de amistad y vida en común.
Querido Fermín, te suelto la mano, no tengo derecho a retenerla cuando estás emprendiendo el más luminoso de tus viajes.
Hasta siempre, hermano.