Con Elisa Loncón, expresidenta de la Convención Constituyente de Chile - Brecha digital
Con Elisa Loncón, expresidenta de la Convención Constituyente de Chile

«Nuestro mandato es garantizar los derechos de los históricamente excluidos»

A casi un año de comenzado el trabajo de la convención constituyente, Elisa Loncón habló con Brecha de lo logrado en los últimos meses y de los enormes desafíos que quedan por delante, en momentos en que el proyecto de la nueva carta magna enfrenta una fuerte campaña mediática en su contra.

En el frente del antiguo edificio del Congreso Nacional, en Santiago, diciembre de 2021. AFP, JAVIER TORRES

Cuando Chile decidió cambiar su carta magna para dejar atrás la pesada herencia del dictador Augusto Pinochet (1973-1990), Elisa Loncón se transformó en la personalidad más visible de esa transición. Una mujer indígena fue la persona elegida para presidir la primera fase de la Convención Constituyente de Chile, con el voto de 96 de sus 154 integrantes. En estos momentos no se sabe qué ocurrirá el 4 de setiembre de 2022, cuando, por sufragio obligatorio, las chilenas y los chilenos asistan a las urnas para decidir si quieren o no una nueva constitución, marcando apruebo o rechazo. En la actualidad, los medios de comunicación masivos de Chile repiten sin cesar que, según los últimos sondeos de opinión, las simpatías por la nueva constitución están en caída.

A ojos de Loncón, se trata de una campaña de desprestigio lanzada por los estratos privilegiados, que prefieren que nada cambie. «Es la prensa dominante la que habla: el diario El Mercurio, la elite que marca la agenda de los medios. Pero la gente no habla y está esperanzada con nosotros. ¿Cómo las mujeres van a rechazar la paridad? ¿Cómo las regiones van a rechazar la descentralización, la regionalización, si es lo que necesitan? ¿Cómo los pueblos van a rechazar que se garanticen sus derechos y la plurinacionalidad? ¿Cómo los jóvenes van a rechazar que se dé espacio a la diversidad de sexo y genéro? Aquí estamos haciendo lo que nos encomendaron hacer y la gente va a estar agradecida. Tengo todas las esperanzas de que esto se va a aprobar», dice a Brecha.

El 4 de julio de 2021, al asumir por los primeros nueve meses la presidencia de la convención, esta mujer, nacida en enero de 1963 en el seno de una comunidad mapuche de Lefweluan, en la región de la Araucanía, en el sur del país, dijo: «Hoy se funda un nuevo Chile plural, plurilingüe, con todas las culturas, con todos los pueblos, con las mujeres y con los territorios». Vestida con el atuendo tradicional de su pueblo, la doctora en Lingüística empezó y terminó su emotivo discurso saludando en mapudungún, la lengua mapuche, lo que causó sorpresa y también el repudio de algunos. Desde entonces, asiste todos los días, sin falta, a los plenarios y otras reuniones en las instalaciones de la convención constitucional, que desde julio de 2021 alberga el palacio del ex Congreso Nacional de Chile. En un breve intervalo entre una sesión y otra, en los jardines de este edificio, declarado monumento histórico, se tomó un respiro para concedernos esta entrevista. Llama la atención la calma con que responde cada pregunta, sin perder en ningún instante la noción de que en los próximos minutos tiene que regresar corriendo a la sala para seguir votando a favor o en contra de diversas normas que definirán el futuro del país.

Es una carrera contrarreloj. «Estamos sobreexigidos. Trabajamos sin descanso, porque nos dieron poco tiempo. Los nueve meses se cumplieron en abril y solicitamos una prórroga. Trabajamos a deshora. Empezamos a las siete de la mañana, terminamos a las doce de la noche. Hay mucha gente joven con energía. Esa gente tiene mucha capacidad también. Y nosotras, que somos mayores, estamos plenamente conscientes de que esta es la oportunidad y de que tenemos que hacer el mayor esfuerzo para lograr los cambios que hasta ahora no hemos tenido. Todas las y los chilenos padecimos la dictadura y sus efectos, pero nosotros, los indígenas, padecimos 200 años de ser negados por el Estado», afirma. El 16 de mayo, la convención presentó un primer borrador de la nueva constitución, con 499 artículos, que se encuentra a estudio de la Comisión de Armonización, que debe «velar por la concordancia y la coherencia de las normas constitucionales aprobadas».

Loncón lleva toda una vida observando la discriminación de su pueblo y constata que «es un tema de conservadurismo»: «Los conservadores de derechas nos rechazan porque no quieren compartir. Ellos siempre tuvieron privilegios. Pero ahora están aflorando los pueblos, que también tenemos derecho. También se lo reprochamos a alguna gente progresista, que llega acá [a las comisiones de la convención constituyente] a rechazar tu identidad en tu cara. Su rechazo se debe también a un tipo de conservadurismo, porque hay un progresismo que ha vivido a expensas del Estado tal cual está y tampoco tiene muchas ganas de cambiar». Como emblema de ese progresismo conservador señala al expresidente Ricardo Lagos, del Partido Socialista, quien en 2005 hizo algunas transformaciones en la Constitución heredada de Pinochet, «pero, habiendo sido progresista, no avanzó en todos los cambios profundos que requería esta sociedad». Sobre Lagos, afirma: «Licitó para empresas privadas todas las carreteras. Fue la persona más aplaudida por los empresarios y terminó gobernando para ellos. Es parte de esta sociedad, que llevó a la actual crisis de representación política».

NUEVO MARCO POLÍTICO

El modelo neoliberal arraigado en la Constitución redactada en 1980 bajo la dictadura militar condujo a resultados macroeconómicos destacados. Se habla del milagro económico del «jaguar de América del Sur», un término acuñado por El Mercurio. Pero es un milagro edificado sobre la mercantilización de la educación, la salud y las jubilaciones, que ha conducido a una insoportable brecha de desigualdad y que en octubre de 2019 provocó un estallido social sin precedentes. «La sociedad, en toda su diversidad, se tuvo que movilizar drásticamente para hacer un cambio. Fue también un acto de autodeterminación de los distintos pueblos de Chile, con una fuerte presencia de la bandera mapuche», apunta Loncón. Y recuerda: «El gobierno de derechas se negó a escuchar a la sociedad. La represión fue horrorosa. Hay más de 400 personas mutiladas. A muchos les dispararon directamente a los ojos y perdieron la vista» (véase «Matar, torturar y mentir», Brecha, 6-XII-19).

A diferencia de otras olas de protestas del continente, la indignación chilena se encauzó por la vía institucional. En el Parlamento, los principales partidos plantearon cambiar los fundamentos del Estado al reconocer que urgía reformar los sistemas de jubilación, salud y educación. Para eso consultaron a la ciudadanía, convocando un plebiscito para el 25 de octubre de 2020. Nada menos que el 78 por ciento de los votantes dijo sí y dio el visto bueno a la redacción de una nueva constitución. También se decidió en las urnas quiénes idearían ese texto fundamental. La mayoría de los votantes quiso verse representada por personas elegidas en una votación popular, mediante el mismo sistema que rige para la elección de diputados por distritos. La alternativa habría sido una convención mixta, integrada por un 50 por ciento de parlamentarios en ejercicio, pero el rechazo a esa opción fue contundente (véase «Recién comienza», Brecha, 30-X-20).

Los resultados de la votación evidencian una crisis profunda de representación política, dice Loncón: «Quienes estaban en el gobierno y en el Parlamento ya no representaban los intereses del pueblo. Hoy sabemos que hay que compartir el poder, que hay que dejar que las mujeres gobiernen, que los pueblos y las regiones participen en este proceso democrático. No se puede avanzar sin crear un marco político e ideológico para resguardar los derechos de las diversidades y las minorías». La convención constituyente llama la atención en el mundo por su carácter progresista y joven, por la paridad de género, por el protagonismo de representantes de pueblos originarios y por la escasa participación de afiliados a los partidos tradicionales. De los 154 constituyentes, 77 son mujeres, 103 no pertenecen a ningún partido, el 40 por ciento no cumplió todavía los 40 años y 17 escaños se adjudicaron por cuotas a representantes de pueblos originarios. Una nueva generación está escribiendo la nueva carta magna, dice la entrevistada.

Defensora de un Chile que deje atrás su tradición monolingüe y monocultural para reconocerse como un Estado plurinacional e intercultural, Loncón no está eufórica con lo logrado, pero sí se muestra satisfecha con algunos progresos: «Toda la vida han rechazado nuestra identidad. Pero pronto en nuestro carnet de identidad donde dice nacionalidad chilena podremos agregar el nombre de nuestros pueblos, chileno mapuche o chileno aymara. Hemos votado, entre otras cosas, una norma a favor de reconocer la identidad de las diversas etnias que conforman la población. Es una manera de reparar. Por suerte, las nuevas generaciones de Chile están más abiertas a reencontrarse con las raíces y las sienten suyas».

Entre las numerosas normas fijadas en el borrador de la nueva constitución, figuran el derecho de los trabajadores a unirse en sindicatos y el derecho a la vivienda digna, algo inexistente en la vieja carta magna. «Para determinar lo que ha de ser una vivienda digna, hay indicadores que tienen que ver con el espacio por persona y otras condiciones. En la vieja constitución eso no está garantizado. Cuando estuve en Antofagasta, donde están las mineras, vi que allí, de donde se saca toda la riqueza de Chile, la gente vive en campamentos, en los cerros, donde llega todo el viento con el aire minero contaminado. Allí, en el polvo, juegan los niños. El alcalde me decía: “Mira, con un impuesto del 3 por ciento que nos pasaran las mineras, en un año podríamos resolver el problema de la vivienda. Imagínate, ahora no nos dejan nada”. Por eso es importante la descentralización, que también estará definida en la nueva constitución, para que las regiones tengan derechos y puedan establecer sus mecanismos de planificación, sus planes de vivienda y, en fin, las condiciones de vida de las familias que en ellas viven.»

MUJER MAPUCHE

La convencional sabe de los arrestos y las torturas que padecieron el padre de Loncón, su abuelo y sus demás predecesores por defender los derechos de los mapuches. Es hija de un carpintero y un ama de casa amante de la poesía, que enseñó a leer a sus ocho hijos y los alentó a estudiar. Asistió a la escuela pública a pesar de las vejaciones que padeció en la institución por ser mapuche y desde niña participó en colectivos que defienden la identidad y la lengua de las culturas reprimidas.

Durante la dictadura, Loncón cursó sus estudios primarios y secundarios en Traiguén y luego se graduó en la Universidad de la Frontera, en Temuco, de profesora de Estado, con mención en inglés. Vivía en un hogar universitario, donde ejercía de asesora para costearse la vida y los estudios. Consiguió el grado académico de magíster en Lingüística en la Universidad Autónoma Metropolitana de México, el de doctora en Humanidades en la Universidad de Leiden, Holanda, y el de doctora en Literatura en la Pontificia Universidad Católica de Chile. También cursó postítulos en el Instituto de Estudios Sociales de La Haya, Holanda, y en la Universidad de Regin, Canadá. Sin dejar de investigar y enseñar, durante la dictadura pinochetista participó simultáneamente en grupos de estudiantes indígenas y en el Teatro Mapuche de la organización Ad Mapu, y luego en la organización indigenista Consejo de Todas las Tierras, en la creación de la bandera mapuche y en la recuperación de tierras indígenas.

Hoy es profesora en la Universidad de Santiago y experta en educación intercultural. No tiene hijos. Una de las raras veces en que desveló algo de su vida privada, en una entrevista para el diario chileno La Nación, el 12 de agosto de 2021, dijo: «Para la mujer mapuche es muy difícil estudiar. Había que ser muy audaz. Yo veía que mis compañeras de jovencitas tenían hijos y para mí tener hijos era no estudiar».

EL PROBLEMA DE LA VIOLENCIA

Mientras en la capital se liman los últimos detalles de los pilares de un nuevo Chile, en el sur se enardecen los conflictos. A las confrontaciones por la tierra resultantes de la resistencia mapuche se suman la criminalidad organizada y el bloqueo de rutas del gremio de camioneros. Preocupada, Loncón insiste en que su pueblo «no nació violento»: «La violencia es una respuesta a una práctica estatal de la violencia. Para mantener la sociedad necesitamos algo de amor, algo de cuidado, algo de cariño entre nosotros. Hay que empoderar a las mujeres y a los jóvenes, con su esperanza de tener una sociedad más justa, con más derechos, en comunión con la naturaleza. Que puedan sentir el agua, la lluvia, que en algunos lugares ya ni se permite. Nuestra cultura nos convoca a estar en una relación equilibrada con los demás y con la naturaleza, lo que implica mirar al otro como tu hermano, como alguien legítimo».

Los líderes mapuches llevan décadas denunciando la represión contra su pueblo. El recién asumido presidente de Chile, Gabriel Boric, prometió solucionar el conflicto en el sur por la vía de la negociación y poco después de su asunción, en marzo de 2022, ordenó el fin del estado de emergencia en la Araucanía, con la retirada de las Fuerzas Armadas desplegadas por su antecesor. Pero, apenas dos meses después, dio marcha atrás y reenvió las tropas a vigilar las carreteras en las zonas de mayor tensión.

«¿Qué pasa cuando se margina a estas sociedades y se aplican políticas de exterminio contra ellas? El Estado de Chile aplicó políticas de exterminio contra los pueblos indígenas, quemó nuestras casas, mató a nuestra gente, nos quitó las tierras, nos empobreció, hizo de nuestras aldeas zoológicos humanos en función de la ciencia y el progreso. Todo eso es violencia. Es violencia que no puedas hablar tu lengua. Es violencia que no te digan mapuche, sino indio. A mí me dicen indigenista privilegiada. El lenguaje de la opresión es violento. No es que nuestra gente quiera ser violenta. Así que para resolver los actuales conflictos tenemos que garantizar derechos y darle un sitio de dignidad y justicia al que ha sido oprimido a lo largo de la historia. Y en eso estamos nosotros ahora. Nosotros, los mapuches, llevamos más de 200 años luchando contra el Estado. Pasan las generaciones y los pueblos se liberan. Esa es la historia de la humanidad. La opresión no es a perpetuidad. Esa es la esperanza que tenemos», concluye Loncón con una sonrisa convincente.

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